Plato

Obras Completas de Platón


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y las cosas dañosas a la salud, para juzgar de su mérito.

      CRITIAS. —Ése es mi dictamen.

      SÓCRATES. —Hará estudio sobre las palabras y acciones del médico para juzgar si las unas son bien dichas y las otras bien hechas.

      CRITIAS. —Necesariamente.

      SÓCRATES. —Pero sin la medicina, ¿es posible comprender, sea las palabras, sea las acciones de un médico?

      CRITIAS. —De ninguna manera.

      SÓCRATES. —Fuera del médico, nadie será capaz de ello, ni aun el sabio; porque en otro caso uniría los conocimientos de un médico a los de un sabio.

      CRITIAS. —Es cierto.

      SÓCRATES. —Por consiguiente, si la sabiduría es solo ciencia de la ciencia y de la ignorancia, es claro como el día que no nos pondrá en posición de distinguir el médico que posee su arte, del que no lo posee y le impone a los demás y a sí mismo; ni tampoco nos hará buenos jueces en las otras artes, excepto en aquella que practiquemos nosotros mismos; pero todos los artistas pueden hacer otro tanto.

      CRITIAS. —Es cierto.

      SÓCRATES. —Pues bien, querido Critias, reducida la sabiduría a estos términos, ¿cuál puede ser su utilidad? ¡Ah!, si como supusimos al principio, el sabio supiese lo que sabe y lo que no sabe; si supiese que sabe ciertas cosas y no sabe otras ciertas cosas; si pudiese además juzgar a los demás hombres en esta misma relación, entonces, yo lo declaro, nos sería infinitamente útil el ser sabios. En efecto, pasaríamos la vida exentos de faltas los que tuviésemos la sabiduría, y lo mismo sucedería a los que obrasen bajo nuestra dirección. Porque respecto de nosotros, no intentaríamos hacer lo que no supiésemos, sino que dirigiéndonos a los que lo supiesen, a ellos se lo encomendaríamos; y con respecto a los que estuviesen bajo nuestra dirección, no les permitiríamos hacer sino lo que pudiesen hacer bien, es decir, aquello de que tuviesen la ciencia. Una casa administrada de esta manera por la sabiduría estaría necesariamente bien administrada, y lo mismo un Estado sería bien gobernado, e igual sucedería en todas partes donde reinase la sabiduría. Porque unas gentes que no cometerían faltas, que ajustarían todas sus acciones a las reglas de la razón, necesariamente serían dichosos. ¿No es esto, mi querido Critias, lo que experimentaríamos con motivo de la sabiduría, y lo que mostraríamos para hacer ver cuán ventajoso es saber lo que se sabe y lo que no se sabe?

      CRITIAS. —Es evidente.

      SÓCRATES. —Sí, pero hasta ahora, ya ves que no existe en ninguna parte una ciencia de esta naturaleza.

      CRITIAS. —Lo veo.

      SÓCRATES. —Pero quizá, la sabiduría, tal como nosotros la concebimos ahora, a saber, la ciencia de la ciencia y de la ignorancia[12] tiene la ventaja de que el que la posee aprende más fácilmente todo lo que quiere aprender, y se representa todas las cosas con más claridad, estudiándolas a la luz de la ciencia. Quizá le permite juzgar mejor a los demás sobre lo que él mismo ha aprendido, mientras que los que intentan juzgar sin la sabiduría lo hacen sin profundidad ni solidez. ¿Son éstas, querido mío, las ventajas que debemos esperar de la sabiduría; o bien nos formamos de ella una idea demasiado alta, y buscamos en la misma un valor que no tiene?

      CRITIAS. —No es imposible que así sea.

      SÓCRATES. —Quizá el objeto de nuestra indagación es absolutamente inútil. Lo que me lo hace creer es que me vienen al espíritu extraños pensamientos sobre la sabiduría, tal como la hemos definido. Veamos, si así lo quieres. Convengamos en que la ciencia de la ciencia es posible, y además lo que al principio sentamos: que la sabiduría consiste en saber lo que se sabe y lo que no se sabe; en vez de negarlo, admitámoslo. Hechas estas concesiones, examinemos con mayor esmero si la sabiduría, supuestas tales condiciones, nos procurará alguna ventaja. En efecto, diciendo antes que la sabiduría, si tal fuese su naturaleza, sería para nosotros un gran bien, presidiendo al gobierno de las familias y de los Estados, me parece, mi querido Critias, que hemos razonado mal.

      CRITIAS. —¿Cómo?

      SÓCRATES. —Porque hemos concedido con demasiada ligereza que sería un gran bien para los hombres hacer aquello que saben, y encomendar lo que no saben a los que lo saben.

      CRITIAS. —¿No hemos tenido razón para concederlo?

      SÓCRATES. —No, yo creo que no.

      CRITIAS. —En verdad, Sócrates, dices cosas extrañas.

      SÓCRATES. —¡Por el cielo!, eso mismo me parece a mí; y pensando en esto es por lo que dije que se me venían a la mente ideas extrañas, y que temía no hubiésemos examinado bien la cuestión. Porque, a decir verdad, en el acto mismo en que estuviéramos de acuerdo en que la sabiduría es todo lo que hemos dicho, no por esto vería más claro qué bien nos procura.

      CRITIAS. —¿Cómo? Explícate; por lo menos sepamos cómo piensas.

      SÓCRATES. —Creo que me extralimito; pero no importa, cuando una idea se presenta al espíritu, es preciso examinarla, y no dejarla escapar a la ventura, por poco amor que uno se tenga a sí mismo.

      CRITIAS. —No es posible hablar mejor.

      SÓCRATES. —Escucha, pues, mi sueño, y juzga si ha salido por la puerta de marfil o por la de cuerno.[13] Quiero que la sabiduría, tal como antes la definimos, ejerza sobre nosotros un imperio absoluto; pues bien, ¿qué ventajas nos promete con todo su cortejo de ciencias? Únicamente la siguiente: si un hombre se da por piloto y no lo es, es claro que no nos sorprenderá, lo mismo que no podrán abusar de nosotros ni un médico, ni un general, ni ninguna persona que pretenda saber lo que no sabe. ¿Qué ventaja sacaremos de esto, sino una mejor salud para el cuerpo; librarse de los peligros de la guerra y de la mar; en fin, tener nuestros muebles, nuestros vestidos, nuestros calzados más artísticamente hechos, porque solo nos valdremos de los verdaderos artistas? Avancemos, si quieres, hasta conceder que la adivinación es la ciencia del porvenir; y que la sabiduría, saliendo al frente, nos pone en guardia contra los charlatanes, y nos descubre los verdaderos adivinos, que son los que saben lo que realmente ha de suceder; pues bien, yo concibo perfectamente que la especie humana en estas condiciones obrará y vivirá conforme a la ciencia; la sabiduría, en efecto, guardián vigilante, no permitirá a la ignorancia deslizarse en nuestros trabajos; mas por vivir conforme a la ciencia, ¿viviremos mejor y seremos dichosos? He aquí lo que yo aún no puedo comprender, mi querido Critias.

      CRITIAS. —Sin embargo, no veo de qué medio has de valerte para encontrar un modo mejor de vivir, si vivir conforme a la ciencia no tiene ningún valor a tus ojos.

      SÓCRATES. —Escucha aún una pequeña explicación, te lo suplico. ¿Según qué ciencia? ¿La de zapatero?

      CRITIAS. —No, ¡por Zeus!

      SÓCRATES. —¿Quizá la de herrero?

      CRITIAS. —No.

      SÓCRATES. —¿Será en la de trabajar en lana, en madera o en otras cosas de la misma especie?

      CRITIAS. —De ninguna manera.

      SÓCRATES. —No insistamos más sobre nuestro juicio: que es dichoso el que vive según la ciencia. Porque los artistas de que acabamos de hablar viven según la ciencia, y sin embargo tú no admites que sean dichosos; al parecer solo tienes por felices los que viven según ciertas ciencias. Quizás solo concedes este privilegio al que designé yo antes, al que sabe todo lo que debe suceder, al adivino.

      CRITIAS. —A ése y también a otros.

      SÓCRATES. —¿Cuáles? ¿Será al que una al conocimiento del porvenir, el de lo pasado y lo presente? Supongo que un tal hombre existe. Creo que confesarás, que ningún otro, que no sea éste, puede vivir según la ciencia.

      CRITIAS. —Ningún otro.

      SÓCRATES. —Una pregunta aún. ¿Cuál de estas ciencias es la que hace a este hombre dichoso, o son todas a la vez y en debida proporción?

      CRITIAS. —No,