para formar un ovocito y, a partir de este, se crean los más de 250 tipos celulares que conforman nuestro organismo. La generación de toda esta diversidad tiene lugar a partir de unas pocas células a las que se ha llamado “madre” o “progenitoras”. Hasta 2006 se pensaba que este proceso solo podía ocurrir en un sentido. Luego surgió la pregunta: ¿es posible dar marcha atrás y obtener células parecidas a las originales o progenitoras?
En 2006, un equipo liderado por el doctor Shinya Yamanaka descubrió la existencia de unos factores de transcripción (proteínas que se unen al ADN y permiten su expresión) que, una vez introducidos en una célula adulta y diferenciada, provocaban un proceso de reprogramación de esta, haciendo que se convirtiera en una célula madre “pluripotente”, capaz de generar una gran diversidad de tejidos diferentes. Desde entonces, esta técnica de reprogramación descrita por Yamanaka se ha aplicado en el estudio de numerosas patologías, como las enfermedades neurodegenerativas y los traumatismos craneanos.
Uno de los trabajos que aplicó esta técnica es el que publicó la revista Neuron en 2019. Se trata de un conjunto de experimentos realizados por Nicola Matuggini y Riccardo Bocchi con ratones modificados genéticamente, en los que se exploró la posibilidad de convertir en neuronas a los astrocitos que rodean una lesión en la corteza cerebral, por medio de la reprogramación celular. Los astrocitos son un tipo de células gliales o glías, que apoyan a las neuronas, entre otras importantes funciones, y que son capaces de expresar diferentes genes, según la posición que ocupen en el cerebro.
Para la reprogramación celular de los astrocitos, se emplearon tres tipos de virus distintos y se analizaron los resultados obtenidos por cada uno de ellos. Dichos vectores virales contenían un factor de transcripción llamado Neurogenina 2, que en un laboratorio es capaz de convertir a los astrocitos en neuronas. Sin embargo, cuando este mismo proceso se aplicó en un animal vivo, fue muy poco eficaz y se logró un número muy pequeño de neuronas. Para superar esto, se combinó la Neurogenina 2 con otro factor de transcripción llamado Nurr1. Se observó, entonces, que la combinación de ambas proteínas mejoraba sustancialmente los resultados y se obtenía una mayor cantidad de astrocitos que se transformaban en neuronas.
Luego, se analizaron las neuronas que provenían de los astrocitos para evaluar su capacidad de integrarse al resto de la corteza cerebral. Y se observó que estas expresaban los mismos genes que sus neuronas vecinas y que las que estaban en ese lugar antes de la lesión. Por último, se estudió la relación de estas nuevas neuronas con sus vecinas a través de una técnica de electrofisiología que analiza las corrientes eléctricas en las uniones entre las células para estudiar si hay comunicación entre ellas. El resultado determinó que las nuevas neuronas eran reconocidas por sus vecinas como si fueran originarias de ese lugar.
En suma, se observó que las nuevas neuronas, creadas a partir de los astrocitos, eran capaces de reconstruir los circuitos neuronales dañados por una lesión. Esto podría permitir recuperar funciones cerebrales perdidas o dañadas y abrir esperanzas a la curación de enfermedades hasta ahora sin tratamiento.
La reprogramación directa de las células gliales representa una estrategia prometedora a la hora de reparar daños cerebrales, lo que abrirá, en un futuro no muy lejano, la posibilidad de regenerar regiones de la corteza que hayan sufrido lesiones o traumatismos. Sin embargo, aún está pendiente afinar más esta técnica para que pueda ser usada en la práctica clínica.
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