inconmovible de este tema”. Luego agregó, de modo irónico y sarcástico: “La explicación es intentada para apelar a quienes les sean familiares los rudimentos de la gramática del inglés y la naturaleza de la constatación lógica” (Simon, et al., 1952).
Para la demostración de la invalidez de la estructura de pensamiento de Waldo, Simon afirmó: “Una constatación es una serie finita de pronunciamientos en una forma particular. Algunos de los pronunciamientos de una constatación son supuestos, afirmados sin prueba. El resto, incluida la conclusión, son derivados de los supuestos, mediante ciertas reglas denominadas reglas lógicas. Hay un pequeño desacuerdo, excepto en cierta parte sofisticada de las matemáticas que no nos concierne aquí, respecto de hasta qué punto debiera ser investigado, aunque a veces es un asunto de considerable dificultad práctica, si las reglas han sido correctamente aplicadas en una verificación específica. Una decisión es una proposición en un modo imperativo. Es un direccionamiento propio hacia otra persona u otras personas. Para que una decisión aparezca como una conclusión en una constatación lógica, debe constituir uno de los siguientes casos: (1) es imposible, por las reglas lógicas, derivar proposiciones imperativas de supuestos, todos, en notaciones en modo indicativo, o (2) entre los supuestos, hay una o más sentencias en modo imperativo. Los positivistas lógicos rechazan la primera alternativa alegando que nadie ha demostrado por qué pase de manos puede lograrse. De ahí que ellos concluyan que una decisión puede ser validada lógicamente solo si al menos uno de los supuestos no probados es derivado de sentencias en el modo imperativo. A estas categorías no probadas las denominan premisas de valor. Además, ellos argumentan que estas premisas de valor no pueden ser derivadas solamente de observaciones empíricas, ya que estas establecen sentencias de la forma ‘si y solo si’: por ejemplo, las sentencias declarativas. Así que si el señor Waldo teme que la proposición previamente citada, que él atribuye a los positivistas, crea una ‘barricada en el camino de la administración democrática’ (¡qué rica prosa y cuán inadecuada para concluir un razonamiento!), puede recuperar su paz mental. Es una proposición verificable que un positivista preferiría ser quebrado sobre el escritorio a admitir que existen decisiones de valor y decisiones de hecho” (Simon, et al., 1952). (34)
Sus conclusiones no fueron menos ácidas. Dijo: “Aparte de si son correctas o incorrectas las premisas del señor Waldo, no veo cómo podemos progresar en filosofía política si continuamos pensando y escribiendo en el indolente, literario y metafórico estilo que él y otros teóricos políticos adoptan. El estándar de falta de rigorismo que se evidencia en la teoría política no recibiría un diploma en un curso elemental de lógica, aristotélica o simbólica. Si los filósofos políticos desean preservar la democracia de quienes ellos consideran aburridas termitas del positivismo, sugiero que como primer paso adquieran una conveniente habilidad técnica en análisis lógico para atacar al positivismo en su mismo campo. Muchos de los positivistas y empíricos de mi conocimiento estarían gustosos de recibirlos mucho más como aliados en la búsqueda de la verdad que como enemigos” (Simon, et al., 1952).
En el prólogo de la segunda edición de El Comportamiento Administrativo, respecto del Capítulo III, Simon manifestó: “Este capítulo ha levantado comentarios –en especial, por parte de los teóricos políticos– desproporcionados a su importancia en el conjunto del libro; no me agradaría contribuir más a este énfasis erróneo. Mis meditados puntos de vista sobre el tema están expuestos –con exactitud, aunque de manera algo agria– en ‘Development of Theory of Democratic Administration: Replies and Comments’” (35) (Simon, 1957.a).
Al finalizar la década (1959), manifestó: “Las decisiones de la vida real circunscriben algunos objetivos o valores, algunos hechos acerca del contexto y algunas inferencias hechas desde los valores y los hechos. Los objetivos y valores pueden ser simples o complejos, consistentes o contradictorios; los hechos pueden ser reales o supuestos, basados en observaciones o por reporte de otros; los intereses pueden ser válidos o espurios. El proceso completo puede ser visto, metafóricamente, como un proceso de ‘razonamiento’, donde los valores y los hechos sirven como premisas y la decisión, que es finalmente derivada, es inferida de esas premisas. La analogía de la toma de decisiones con el razonamiento lógico es solo metafórica, porque existen precisas diferencias de reglas en los dos casos, que determinan cuáles constituyen premisas y modos admisibles de inferencia ‘válidos’. La metáfora es utilizada porque nos conduce a tomar las premisas de decisión individuales como una unidad de descripción, en lugar de tratar con el completo entretejido de influencias que implica una decisión individual –pero sin ser rodeada por las suposiciones de racionalidad que determina la teoría clásica de la elección” (Simon, 1959.a).
En la década del sesenta, no hubo muchos aportes al tema de los hechos y valores por parte de Simon. En 1966, en un artículo que nunca publicó, expresó: “Una ciencia de la decisión, por supuesto, no podrá cambiar intereses en conflicto en conflictos paralelos; no podrá tornar gratis los recursos escasos; no podrá decirnos qué valores finales perseguir; en definitiva, no podrá proveer o sustituir aquello que es el verdadero corazón del proceso político, la preservación de valores e intereses diversos en una sociedad compleja. Si nos lo son dados, sin embargo, más realistas serán nuestras estimaciones de las consecuencias de nuestras elecciones, ayudándonos a sobrellevar el proceso de una manera más humana y hacia fines más humanos” (Simon, 1966.f).
Si bien esta década encuentra a Simon en otras líneas de investigación (cognición y motivación), siempre en sus escritos existen menciones a la esencia de esta obra. En 1967, expresó: “Este artículo ha propuesto una relación entre la motivación y el comportamiento emocional y el procesamiento de información del comportamiento del hombre. La teoría explica cómo un procesador de información básicamente interactivo, dotado de múltiples necesidades, se comporta adaptativamente y sobrevive en un entorno que presenta amenazas y oportunidades imprevisibles. La explicación es construida sobre dos mecanismos centrales: (1) Un mecanismo de fin último posibilita al procesador satisfacer generalmente un objetivo (aunque quizás muy complejo) a la vez y la acción culmina cuando la situación satisfactoria ha sido alcanzada. (2) Un mecanismo de interrupción, esto es, emoción, que le posibilita al procesador responder a una urgente necesidad en tiempo real” (Simon, 1967.a).
En la década del setenta, tampoco fue muy fértil en el tema. En su famosa pelea académica con Argyris, en 1973, respecto del tema escribió: “Si el hombre es un animal social como creo que es, entonces las instituciones sociales en las cuales vive lo cambian. Las actitudes, valores, hábitos que él adquiera determinan, a su tiempo, cómo se comportará en el contexto de esas instituciones” (Simon, 1973.e). En 1976, publicó la tercera edición de El Comportamiento Administrativo, pero no hace ningún nuevo comentario respecto al tema (Simon, 1976.a).
En la década del ochenta, específicamente en 1983, publicó en una obra el compendio de tres conferencias dictadas en la Stanford University, basado en tres conceptos: (1) inhabilidad humana para operar con muchas cuestiones simultáneamente, lo que implica el tratamiento secuencial de los problemas y genera un seguimiento de moda y políticas con temas unidireccionales; (2) la presencia de múltiples valores en la sociedad, que requiere la aceptación de la paradoja de Arrow, (36) esto es, que no existe solución a los conflictos de intereses en los sistemas políticos con reglas de la mayoría; (3) la incertidumbre del conocimiento humano que gobierna la optimización, que Simon reemplazó por el concepto de satisfacción. Cuando hizo comentarios sobre el tema de valores, exteriorizó: “No somos nómadas, entre muchas otras razones, porque nuestros valores, las alternativas de acción de las que estamos conscientes, nuestra comprensión de la clase de consecuencias que pueden surgir de nuestras acciones –todo este conocimiento, todas estas preferencias– se derivan de la interacción con nuestro medio social. Parte de nuestros valores y nuestro conocimiento fue succionado junto con el alimento del seno materno; otra parte fue tomada, a menudo en una forma bastante discrecional, de nuestro medio social. Otra quizás fue adquirida mediante la reacción contra ese medio, pero, con toda seguridad, una parte menor se desarrolló en completa independencia de este. [...]. La razón, entonces, trabaja solo después de habérsele suministrado un conveniente conjunto de entradas. Si la razón tiene que