Eva Argüelles

Las antesalas del alma


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troles, silfos, sílfides, etcétera, e incluso algunas criaturas con rasgos humanoides y energías muy especiales.

      En una de nuestras excursiones por los bosques de Dúrcal pudimos fotografiar varios espíritus elementales de la naturaleza. ¡Fue fantástico! Era un lugar mágico y lleno de encanto, y, en mi medio éxtasis de felicidad, apareció uno de los maestros venerados y queridos por nosotros, Hermes. Su mensaje fue claro y conciso:

      —Haremos una regresión grupal aquí, en estas tierras. ¡Te prepararás! Y cuando lo hayas hecho, verás que acudirán personas dispares, que nada tendrán que ver unas con las otras, y ahí te darás cuenta de cómo y por qué trabajamos el karma.

      ¡Casi me echo a temblar! ¡Cómo iba a poder yo hacer eso con varias personas!

      Me sentí halagada por una parte, pero, por otra, muerta de miedo.

      A partir de ese momento comencé a prepararme con una meditación diaria referida al mundo de los akáshicos. Mi mente iba retrocediendo y buscando cual buen rastreador, cada día. El relax me perseguía a pesar de seguir con mi consulta a diario, con las limpias energéticas y el tarot guía-terapéutico. Fui constante, perseverante y... valiente, sobre todo y poco a poco consiguiendo un estado mental, físico y energético adecuado para el evento que mes y medio más tarde tendría lugar en el cortijo de nuestros grandes amigos, un sitio también muy adecuado para la ocasión.

      Nos encontrábamos todos sentados alrededor de la mesa rectangular de madera maciza que tantos años sostenía en sus robustas patas: dos chicas de Bailén, tres chicas de Granada, una de Sevilla, dos de Córdoba, tres hombres de Dúrcal y tres mujeres del mismo pueblo, más nosotros dos; Edgar y yo.

      Mi cuerpo parecía encontrarse tranquilo, pero mi corazón lo delataba cual tambor violento con notas discordantes. Hubo un momento en el que creí que no podía seguir, creo que era miedo escénico, pues solo conocía a cuatro de los dieciséis allí presentes. De pronto, una luz blanca detrás de uno de los participantes me hizo prestar atención y aún más cuando pude focalizarla y ver que era Hermes, uno de los maestros a los que yo solía canalizar y que había predicho este encuentro. Estaba claro que los refuerzos comenzaban a llegar, así que era el momento de iniciar la explicación de lo que íbamos a realizar en breves minutos.

      —Buenas tardes a todos. Mi nombre es Edgar y voy a guiar esta sesión para la canalización de los registros del alma de todo este grupo. Este tipo de conexiones del pasado solo se pueden hacer con un médium, que en este caso es Anita. Utilizaremos una pequeña meditación unida a una técnica especial que llevará a nuestra canalizadora hacia un trance guiado a través del cual ella relatará ciertas vivencias acaecidas en nuestro pasado, o en nuestras vidas, donde hemos coincidido todos los aquí presentes. Vamos a respirar profundo, llevando el aire bien a nuestro abdomen, retenemos un poco y soltamos por la nariz...

      Así comenzaba este extraño y a la vez suculento viaje en el que nos sumergiríamos todos juntos, hermanándonos, descubriéndonos y sobre todo aprendiendo.

      Al cabo de pocos minutos, de mi propia boca salió un vozarrón:

      —¡May soy! y soy el guardián de las memorias akáshicas de la energía global que alberga las vidas que habéis compartido. Entre dos ríos estamos, es una especie de pueblo. Acabamos de llegar —comencé a relatar dentro de mi éxtasis, con una voz rara—. Nos quedaremos a vivir aquí, nuestra tribu así lo decide. Sabemos que estas tierras podrían pertenecer a alguien, pero nos da igual.

      La construcción de nuestras pequeñas casas durará pocos días, entre todos podemos hacerlo. Trabajaremos la tierra y cazaremos. Nos uniremos mirando al río en cada puesta de sol, donde las mejores ideas fluirán en cada cabeza nuestra.

      —¿Puedes ver algo más del lugar? —preguntó Edgar.

      —Hay dos ríos... Mesopotamia. —Fue mi única respuesta al respecto y continué relatando—: Fueron pocos días los acontecidos en este desconocido lugar. Llegó un grupo de guerreros acadios exigiendo sus tierras. Nos negamos rotundamente a devolverlas, incluso con risas o burlas. Pasados dos días de las advertencias, volvieron con espadas, machetes y palos y una gran masacre aconteció al amanecer, donde la lluvia era protagonista, formando manantiales rojos y charcos de lamentos. Fuimos exterminados casi de golpe y entonces comenzamos a flotar.

      »Nos cogimos de las manos no corpóreas y formamos un círculo en el aire, mientras crecía una especie de aurora boreal a nuestro alrededor. Podíamos vislumbrar nuestros cuerpos tendidos, pero ahora no había dolor. Pronto nos vimos en una gran sala que parecía ser al aire libre; había mariposas, libélulas y otras gentes un poco apartadas que reían y emanaban una gran luz a su alrededor. En medio de todos nosotros se hallaba una gran mesa transparente. Ahora May parece distinto y nos pregunta si querremos volver a vernos en las próximas paradas vitales que tendremos, y agrega: «Algunos reencarnaréis muy pronto y otros no tanto, hay mucho trabajo por hacer como guías espirituales. Si vosotros, como seres álmicos, queréis volver a veros, escribiremos y pactaremos ahora el encuentro».

      Todos asentimos con nuestras cabezas y fue justo ahí cuando nos mostró algunas secuencias de lo acontecido, mientras en mi voz se relataba:

      —¡Ahí estáis vosotros!, entre el río Tigris y Éufrates. No dudasteis en robar las tierras que ellos, los acadios, tenían previstas para la construcción de algo parecido a un templo, incluso os burlasteis cuando os lo explicaron. La cólera se apoderó del entorno. —De repente, como si fuese un zoom, se acercaron las imágenes, mostrándome bien las caras de los acadios y prosiguió—: Ahora, en vuestra vida actual, todos habéis tenido algún problema con la venta de alguna casa o terreno o la compra de algo parecido, y todos tenéis un «acadio» en vuestra vida, aquel que según vuestro criterio os ha hecho la puñeta.

      Yo seguía dentro de mi profundo sueño contando mis visiones:

      —Todos juntos y sin bolígrafo, ni lápiz, ni nada parecido, firmamos en una especie de pantalla en el aire, nos cogemos de las manos, y estoy viendo justo este momento, que ahora mismo y en este pueblo de Granada, estamos viviendo.

      Me desvanecí aun más si cabe, y parecía que trataba de descansar con mi cabeza apoyada en la mesa.

      Los allí presentes no reaccionaban a lo escuchado, pues todos y cada uno habíamos tenido serios problemas al comprar o vender un inmueble... ¡No era ninguna casualidad!

      Los murmullos entre los asistentes, que apenas se conocían entre sí, se convirtieron en exclamaciones, en una mezcla de algarabía, entusiasmo y asombro hasta que de repente, como un resorte, alcé la cabeza de nuevo.

      —¡Conocemos Sierra Morena como la palma de la mano! Vivimos en una especie de cuevas. Bebemos mucho vino del que robamos. Nos gusta comer bien. Casi todos llevamos un pañuelo en el cuello o en la cabeza. La libertad es nuestro lema y no creemos en leyes o, mejor dicho..., nos las saltamos.

      —¿Somos una tribu? —preguntó Edgar mientras yo seguía contando lo que mi espíritu palpaba.

      —Somos bandoleros y llevamos navajas y trabucos. Hoy daremos un golpe fuerte a la diligencia que viene por el camino principal de la serranía de Andújar. El Juanillo ha venido con la noticia del pueblo y justo será él quien horas más tarde dará el golpe al carromato. «¡Alto ahí! ¡Alto ahí!», gritó nuestro compañero, mientras las damiselas peripuestas lloriqueaban vaticinando lo que ya tenían encima.

      »Cargamos un saco lleno de monedas, joyas de oro, plata y algunos vestidos. «¡Este sombrero me encanta! ¡Quítalo de inmediato! ¡Será un regalazo para mi chica!», ordenó Juanillo con media sonrisa mientras ya visualizaba la cara de alegría que pondría su amor.

      El grupo no salía de su asombro por todo lo que estaba escuchando salir de mi propia boca, dirigido por mi mente regresiva.

      Alguien preguntó quién era en esta vida el Juanillo, que resultó ser una de las chicas vecina de la localidad donde estábamos, y su novia de entonces era la dueña de la casa que ocupábamos en este momento.

      —Tú eres muy presumida y estás muy segura de nuestro benjamín, el más joven de nuestro equipo