Elicura Chihuailaf

La vida es una nube azul


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Así, cuando una persona se caracteriza por su solemnidad, se dice que está presidida por la Luna de los Brotes Fríos, el Invierno; si una persona es alegre, está presidida por la Luna del Verdor, la Primavera; si es apasionada, está presidida por la Luna de los Frutos Abundantes, el Verano; si su actitud frecuente es de nostalgia se dice que está presidida por la Luna de los Brotes Cenicientos, el Otoño

      Hoy cuando empiezo a ordenar estos apuntes que como Sueños han entrado a habitar mis pensamientos, y giran, ruedan, en la conversación que se hace cada día más intensa y tal vez más profunda entre mi espíritu y mi corazón… En su amanecer la causalidad me despertó con el sonido del viento, que ha golpeado mi ventana y la ha vuelto mustia, ocre, color de despedida. «Llegó la Luna de los Brotes Cenicientos», me está diciendo

      Ayer, después del mediodía, en el otoño que me preside (mi interior-exterior), el sonido del aún caudaloso río Allipén –que está al norte de nuestra comunidad– vino a adormecerse entre las ramas del notro, de los hualles y castaños, y en el antiguo bosque que bordea nuestra Casa Azul. Por todas partes anda ensoñándose el río. Cuando sucede esto es señal de que vendrá la lluvia se sigue diciendo nuestra gente y así lo comprendemos y constatamos todos

      Llueve, llovizna, amarillea el viento en la memoria de mi niñez y de mi ancianidad. La condición dual que nos rige en la totalidad de nuestra existencia. Itro Fill Mogen / biodiversidad: la totalidad sin exclusión, la integridad sin fragmentación de la vida, nos está diciendo la sabiduría de nuestras Ancianas, de nuestros Ancianos. ¿Recuerdas que somos apenas una pequeña parte del universo, abrazados por la dualidad de su energía a la que nos abrazamos? Porque somos hermanos y hermanas de las estrellas y de la brizna del más grande y del más pequeño ser vivo aún no nombrado que nos mira en todo instante desde lo aparentemente invisible, y que nos nombra y nos pide que lo nombremos para por fin mirarse y mirarnos –cara a cara– desde las flores del jardín que son nuestros pensamientos… Por eso nos seguiremos diciendo: los insectos cumplen su función. Nada está de más en este mundo. El universo es una dualidad, lo positivo no existe sin lo negativo. La tierra no pertenece a la gente. Mapuche significa Gente de la Tierra

      Mas hay también aquellos seres vivos que estaban y desaparecieron, y esos que apenas asoman desde sus estaciones para recordarnos que la palabra añoranza nos acecha desde la acción depredadora de unos pocos que acometen a nuestra Tierra con su codicia y egoísmo, parapetados en la debilidad de nuestra defensa de la naturaleza

      Frente a esa triste realidad nos preguntamos: ¿qué fue de los pudúes, de las tornasoladas cantaurias, de las pequeñas serpientes, de las diversas ranas y del michay? ¿Qué ha sido del saúco que con sus flores blancas y sus bayas azul negruzco retrocede lentamente hacia las sombras, y de los coleópteros que con su azul acuatizaban sobre el refulgir de los esteros? ¿Qué fue de los ciervos y guanacos y de la dura madera de la luma, y de los saltillos de agua que resplandecían en los cerros de Werere? Ahora las últimas lloicas y pájaros carpinteros vienen de cuando en cuando a consolarnos

      Está amaneciendo y ha dejado de llover. Las bandurrias llenan con sus graznidos nuestro despertar. En el oriente las nubes blancas se transforman en arreboles de la mañana, en esperado fulgor de la imaginación. Después la luz del optimismo hace suya la tarea de mostrarnos otra vez el cielo azul. Y el sol, el Sol que se ocupa de animar la palidez de nuestra Luna Llena –amada madre Luna–, que parece avergonzada por no haber alcanzado a esconder la desnudez de su fertilidad

      Bajo los ramales de los castaños y del nogal se van quedando las huellas del otoño. Caen, vuelan las hojas que parecen pájaros que remontan hacia abajo. Poco a poco se irá borrando también la Luna de los Brotes Cenicientos. La vida es breve y maravillosa, nos están diciendo nuestras Abuelas, nuestros Abuelos. Me apresto entonces a contemplar intensamente este tiempo de mi espíritu. Respiro y me dispongo a escuchar la memoria de lo venidero que –como antaño– retorna y es nuevo… una vez más

       2

      ¿Pewmaymi? ¿Pewmatuymi? ¿Soñaste?, me dice la lluvia. ¿Qué soñaste? Y busco una respuesta en los días en que empiezo a vislumbrar las primeras imágenes de mi infancia a orillas del fogón de la ruka, la casa familiar en nuestra lof comunidad, en Kechurewe. En el centro de sus llamas las pequeñas tormentas del Sol y en su humareda el misterio de Wenuleufv el Río de Cielo, mientras en el constante chisporroteo de los leños nacían y morían las estrellas. Lo cotidiano e inmediato es la réplica de lo que sucede al mismo tiempo en el universo infinito; la resonancia del pasado y del futuro. Así dice nuestra gente

      ¿En qué momento –me digo– tomé conciencia de los relatos de mis abuelos y de los cantos de mi tía Jacinta y del aroma del pan cociéndose en la ceniza caliente? ¿Y de las manos sanadoras de mi madre y de mi padre? ¿Y del agua de la tetera haciéndose neblina en el centro del fuego o brillando en los pequeños pocillos del mate que animaba la conversación?

      Rememorando esos días, me digo: en este sur, ¿hay algo más hondo que el silencio después de la lluvia? ¿Hay algo más evocador que el silbido del viento resbalando entre las cornisas de una casa de madera? La Casa Azul de piso y medio (aledaña a nuestra ruka, nuestra casa mapuche-pewenche) construida sobre esta colina abrazada por la arboleda y por la verdeazulada proximidad del bosque que oigo resollar. ¿Cuál es tu palabra, tu pensamiento?, me dice junto al silencio de la noche

      No sé, no sé. Sólo puedo decir que tuve el privilegio de nacer y crecer en el diálogo constante entre nuestra tradición y la denominada «modernidad». Mirando y escuchando desde la plenitud de la naturaleza. Soy el menor de cinco hermanos (tres hombres y dos mujeres). Elicura significa Piedra Transparente; Chihuailaf, Neblina extendida sobre un lago; Nahuelpán, Tigre Puma

      Nuestra ruka familiar tenía dos puertas, una –la principal– que se abría hacia el este y la otra hacia el sur, que era la más próxima a la entrada oriente de la Casa Azul. Tenía una abertura –con una cubierta– en el techo, para la salida del humo, y dos aberturas –a la altura de ambos extremos– que cumplían también esa función y a la vez de entrada de la luz. La sombra y la luz, la penumbra precisa para la honda intimidad del silencio, el canto, el relato, el consejo, la Conversación

      En todas las siguientes descripciones me ayudan mi madre, Laura, y mi hermana Rayén. En una esquina estaban las meñkuwe (grandes vasijas de greda) y baldes en los que se guardaba el agua, que en la noche permanecía cuidadosamente cubierta; aun así era reemplazada por agua fresca de la mañana, pues decían que espíritus negativos podrían haberla contaminado aprovechándose de la oscuridad

      Inclinados en la pared había coligües, de distintos tamaños y grosores, que cumplían las más diversas funciones (para espantar a las aves o como brazos para dar vueltas el pan en el rescoldo eran las más frecuentes). En el centro, el kvtraltuwe el fogón rodeado de piedras de regular tamaño pues tenían que –con eficiencia– sujetar el fuego y las cenizas. Esa ceniza, ese rescoldo, que nos alegraba con sus aromas a papas asadas, a tortillas, a queso dorado. Desde el horcón de la ruka bajaban dos cadenas medianas que sostenían un travesaño de madera de luma desde el que –sujetados por horquillas de alambre de considerable grosor– pendían siempre dos ollas de fierro (que en mi memoria me regalan aún el aroma –el aliento– de los choclos, las mazorcas recién cocidas) y dos o tres teteras frecuentemente requeridas para el mate que giraba haciendo aún más reconcentrada la conversación familiar

      En el extremo poniente había dos baúles en los que mi gente guardaba los comestibles, y dos o tres barricas que contenían harina cruda, afrecho, cereales; también un gran cajón, destinado a las papas, puesto sobre maderos que lo alejaban del suelo (para facilitar la aireación) y dos vasijas de greda, una para el muday –bebida de kachilla trigo o gvilliw piñón– recién fabricado, al que podíamos recurrir los niños, y otra con muzay fermentado. Desde el techo de esa zona pendían tres o cuatro zarandas de coligüe en las que se ordenaban –para secarlos– quesos, carne, hierbas medicinales, «orejones» (frutas en delgadas rodajas puestas además sobre una llepv o balai). Y en un rincón, encima de un trozo de árbol, la kuzi piedra de moler trigo. Más un altillo en el que estaban los cueros de oveja y los tejidos (mantas, choapinos, pontro / frazadas) que se ponían sobre los wanku