La Revolución creadora: Antonio Caso y José Vasconcelos en la Revolución mexicana
transita con facilidad al evolucionismo político, que es la tesis de que los cambios de la sociedad deben ser paulatinos y de acuerdo con su evolución natural. Por ejemplo, en su Sociología, Spencer afirma que una sociedad tiene que imponerse militarmente a sus enemigos para dirigir sus esfuerzos a su desarrollo industrial. Sólo cuando se alcanza este estadio pacífico de la humanidad, se dan las condiciones para que la coacción del Estado sobre el individuo disminuya y entonces haya espacio para la iniciativa y el desarrollo de las personas. Para que pueda florecer el liberalismo que defiende Spencer es preciso que se den esas condiciones materiales. Desde esta perspectiva, el proyecto liberal mexicano no podría implantarse antes de que el país hubiera alcanzado las condiciones de pacificación interna y de seguridad externa que le permitieran desarrollar su economía.22 Ésta había sido, según los científicos, la insigne labor del gobierno de Porfirio Díaz. Los científicos consideraban que México aún no estaba maduro para tener una democracia plena. Además de las condiciones materiales ya señaladas, ellos pensaban que México carecía de una base de ciudadanos capaces de hacer funcionar un sistema democrático. Ellos sostenían que México apenas tenía una clase media urbana, muy pocos propietarios rurales y, sobre todo, carecía de homogeneidad racial y cultural. Justo Sierra pensaba que así como la naturaleza no da saltos, tampoco los dan las sociedades. Lo que requería el país no era otra revolución —como tantas que padecimos en el siglo XIX— sino una evolución sólida y responsable. La evolución política de México, sostenía Sierra, no podía anticiparse a su evolución social y material. Para los científicos de finales del siglo XIX y de principios del XX, México todavía no estaba maduro para la constitución liberal de 1857. La dictadura era un mal necesario, así lo expresó Bulnes en su famoso discurso a favor de la reelección de Díaz en 1904.23 El argumento más sólido a favor de esta posición está en la última sección la Evolución política del pueblo mexicano, de Justo Sierra. En este escrito, Sierra sostiene que la libertad es algo que se obtiene sólo cuando se cumplen ciertas condiciones económicas y sociales. No es la libertad lo que hace que los pueblos progresen, sino el progreso lo que hace los pueblos sean libres. Juzgada con frialdad, la dictadura de Díaz era lo mejor que podía haberle pasado a México después de decenios de anarquía. El siguiente paso era construir las instituciones políticas que garantizaran la continuación de la obra de Díaz. La meta de ese proceso evolutivo tenía que ser la libertad, pero para llegar a ella, había que continuar por el camino de progreso trazado por el dictador. Aunque Díaz no necesitaba de una justificación ideológica para preservar su poder —sus medios para este fin eran bastante más efectivos y menos sutiles—, es un hecho que el evolucionismo social fue usado durante varios lustros como una ideología legitimadora del poder de Díaz, que estaba basado, a fin de cuentas, en el uso de la fuerza y de la astucia.24
Según la doctrina del evolucionismo social, las razas y las naciones son organismos en permanente competencia: las más fuertes prevalecerán y las más débiles perecerán.25 Esta doctrina, preconizada por Spencer, fue, para no pocos políticos e intelectuales de Europa y de América del Norte y del Sur, una suerte de justificación científica, casi definitiva, de los prejuicios racistas que ya existían y de la explotación colonial, externa e interna, sobre las comunidades originarias de América, los esclavos traídos de África y los descendientes de ambos. Un ejemplo de esta posición se puede encontrar en la obra del positivista argentino, José Ingenieros, quien en su obra Sociología Argentina, de 1913, afirmaba lo siguiente: “La superioridad de la raza blanca es un hecho aceptado hasta por los que niegan la existencia de la lucha de razas. La selección natural, inviolable a la larga para el hombre, como para las demás especies de animales, tiende a extinguir las razas de color, toda vez que se encuentran frente a frente con la blanca.”26 A partir de esta premisa, supuestamente fundada en datos científicos, Ingenieros hacía la predicción de que los países latinoamericanos con mayor porcentaje de raza blanca, como Argentina, estaban destinados, de manera inevitable, a predominar sobre aquellos otros en los cuales había mayor porcentaje de habitantes de color, como Brasil.
No debe sorprendernos que a los positivistas mexicanos les preocupara sobremanera que México no fuese una nación viable y que, tarde o temprano, nuestra raza estuviese condenada a desaparecer de la faz de la tierra. En El porvenir de las naciones hispanoamericanas, Francisco Bulnes se preguntaba si México y los demás países latinoamericanos eran naciones competitivas.27 Según Bulnes hay tres razas humanas: la del trigo, la del maíz y la del arroz. La raza superior es la del trigo y esto se debe a la ventaja nutricional del trigo frente a las demás gramíneas. Los mexicanos, consumidores de maíz, no estaban en las mejores condiciones para competir a nivel global. Bulnes también explica la inferioridad de la raza mexicana con base en otros agentes, como el clima tropical, pero se trata siempre de elementos objetivos, mensurables, físicos. La salvación de México depende, según Bulnes, de la acción inmediata de los mejores elementos de la sociedad para resolver nuestros graves problemas. Bulnes sostiene que a menos de que creciera la inmigración europea y de que se tomaran medidas radicales para hacer más productiva y eficiente nuestra economía, nuestro porvenir era sombrío.
Los argumentos de Bulnes eran semejantes a los de otros positivistas de aquella época, pero una diferencia entre el evolucionismo social mexicano y el defendido en otros países es su valoración positiva del mestizaje. Para algunos positivistas latinoamericanos, la mezcla de blancos con indios o negros era un desperdicio de recursos raciales y, a la larga, una fuente de problemas. Pero para la mayoría de los evolucionistas sociales mexicanos el mestizaje es una manera de “mejorar la raza”. La combinación de los aspectos positivos de la raza indígena —porque no se negaban que los hubiera: la resistencia física, la adaptación al clima, la sensibilidad artística, etcétera— con los de las raza blanca daría como resultado un mexicano más apto para sobrevivir en la competencia global. Por ejemplo, Justo Sierra sostenía en 1876 que la salud del país se mejoraría con la “transfusión en nuestras venas de la sangre viril de otras razas”.28 Los positivistas mexicanos que sostenían que añadir más sangre blanca a la mezcla local impulsaría el progreso de México sabían que había opiniones contrarias de mucho peso en su mismo bando, una de ellas era la del propio Spencer, que había dicho que el mestizaje mexicano era desafortunado y era el responsable de que México fuera una nación sin futuro. Spencer afirmaba que cuando el mestizaje era resultado de la unión de razas semejantes los resultados eran favorables desde un punto de vista evolutivo, por ejemplo, la mezcla entre arios y escandinavos en las islas británicas; pero cuando las razas mezcladas son muy distintas, como los españoles y los indios, los problemas sociales que surgen de la convivencia entre ambas razas se transmiten a la constitución interna de los propios individuos y esto perjudica su éxito evolutivo.29
1.3. ¿Fue el positivismo una filosofía oficial?
Hubo una versión de la historia de las ideas en México que sostenía que el positivismo fue la filosofía oficial, predominante, desde 1867 hasta 1910. Pero hoy se acepta que ni todos los positivistas simpatizaron con el régimen de Díaz, ni todos los que apoyaron a ese régimen fueron positivistas. En todo caso, para entender la relación entre el positivismo y el porfirismo hay que recordar la diferencia entre el positivismo comtiano, defendido por Barreda, y el spenceriano, defendido por Sierra.
La idea de Comte —y antes de Henri de Saint-Simon— de que el progreso de la humanidad descansaba en el desarrollo científico y tecnológico, y que, para lograr dicho fin, era indispensable el orden político, fue uno de los principios del porfiriato. Sin embargo, el positivismo comtiano nunca fue una doctrina hegemónica.30 En la vida cultural mexicana, el positivismo siempre convivió con otras ideologías: el liberalismo, el krausismo, el espiritismo, el socialismo, el anarquismo y, por supuesto, el catolicismo de la mayoría de la población. Incluso en el campo de la educación pública, donde logró tener la mayor influencia, siempre tuvo oponentes: recordemos el debate sobre el libro de texto oficial de la asignatura de lógica que tuvo lugar en 1880, y la polémica que le siguió entre José María Vigil y Porfirio Parra en torno a la orientación positivista en la educación oficial.31 Las críticas al positivismo comtiano venían desde dos frentes: el de los liberales y el de los católicos. A los primeros, les resultaba inaceptable que el Estado impusiera una orientación a la educación, ya que consideraban que ello iba en contra del Artículo 3º de