George Knight

Introducción a los escritos de Elena G. de White


Скачать книгу

la lucha entre el bien y el mal. Aunque es posible que alguien piense que debí haber seleccionado otros temas, he tratado de hacer lo mejor que he podido para elegir los que proporcionan el marco interpretativo más completo de sus pensamientos. El lector podría considerar este texto únicamente como una propuesta que se completará a medida que vayamos estudiando la vida y la obra de Elena de White.

       El segundo tomo de esta serie, titulado Cómo leer a Elena G. de White, es una investigación que explora los principios básicos que debemos tener en mente mientras leemos sus escritos. Los principios surgen de su propio consejo, proyectando en su trato y relación con las personas que usaban sus escritos, y que, con el correr de los años, algunos utilizaron mal. Otro libro estrechamente relacionado con este es mi compendio de historia del adventismo titulado Nuestra iglesia: Momentos históricos decisivos. Este libro brinda el contexto histórico dentro del cual se desarrolló el ministerio de Elena de White.

       Quisiera expresar mi aprecio a Bonnie Beres, que escribió el manuscrito en la computadora; a Merlin D. Burt, Paul A. Gordon, Jerry Moon, Jim Nix, Robert W. Olson y Tim Poirier, que leyeron el manuscrito y me brindaron sugerencias para mejorarlo; a Gerald Wheeler y Tim Crosby por conducir el manuscrito a través del proceso de publicación; y a la administración de la Universidad Andrews por facilitar el apoyo financiero y el tiempo necesario para investigar y escribir este libro.

       Durante algunos años se ha sentido la necesidad de una introducción concisa a la vida, los escritos y los temas que desarrolló Elena de White. Conozcamos a Elena G. de White se propone satisfacer esa necesidad. Espero que sea una bendición, tanto para los miembros de la Iglesia Adventista como para los amigos y simpatizantes, mientras tratan de obtener una mejor comprensión de esta destacada mujer y de su obra.

       El Autor

      1 Esta obra ha sido resumida en un tomo bajo el título Elena G. de White, mujer de visión.

PRIMERA PARTE

       Dirección profética para los chasqueados milleritas (1827-1850)

      “Mientras estaba orando ante el altar de la familia, el Espíritu Santo descendió sobre mí, y me pareció que me elevaba más y más, muy por encima del tenebroso mundo. Miré hacia la tierra para buscar al pueblo adventista, pero no lo vi en parte alguna, y entonces una voz me dijo: ‘Vuelve a mirar un poco más arriba’. Alcé los ojos y vi un sendero recto y angosto trazado muy por encima del mundo. El pueblo adventista andaba por aquel sendero, en dirección a la ciudad que se veía al final de aquel” (Pri­meros escritos, cap. 1, p. 38).

       ¿Quién era la visionaria Elena?

      La cita anterior registra la primera visión celestial que recibió Elena G. Harmon a los 17 años, en diciembre de 1844.

      Elena y su hermana gemela eran las más jóvenes de ocho hermanos de la familia Harmon, y ambas nacieron en Gorham, Maine, el 26 de noviembre de 1827. Su padre se dedicaba a la fabricación y venta de sombreros, y más tarde se mudó con su familia a Portland, en el mismo Estado de Maine.

      Fue en Portland donde Elena, con tan solo nueve años de edad, sufrió un accidente que afectó profundamente su vida. Una muchacha le dio una pedrada que la mantuvo a las puertas de la muerte durante varias semanas. Con el tiempo se re­cuperó, pero esa experiencia la dejó en tan mal estado de salud que no pudo seguir asistiendo a la escuela, aunque lo intentó con todas sus fuerzas. Durante casi toda su vida siguió sufriendo por su precaria salud.

      Sin embargo, la imposibilidad de asistir a la escuela no impidió que recibiera una educación informal. Sus notas autobiográficas revelan a una joven poseedora de una mente inquisitiva y una naturaleza sensible.

      Esa sensibilidad no solo se mostraba en su relación con los demás, sino también en su relación con Dios. En realidad, hasta una lectura casual de su autobiografía nos llevaría a concluir que, desde sus primeros recuerdos, era intensamente religiosa.

      La joven Elena estaba profundamente impresionada con el pensamiento de que Jesús regresaría pronto. La primera vez que ella se encontró con esa idea fue a los ocho años, cuando, ca­mino a la escuela, recogió una hoja de papel donde se leía que Jesús vendría dentro de pocos años. Acerca de esto escribió: “Al considerar el acontecimiento predicho, me vi poseída de terror. [...] Me impresioné tan profundamente por el párrafo del trozo de papel que apenas pude dormir durante varias noches, y oraba continuamente para estar lista cuando viniera Jesús” (Notas biográficas, cap. 2, p. 23). Estos sentimientos se intensificaron en marzo de 1840, cuando escuchó a William Miller predicar en Portland que Cristo vendría en 1843.

      El temor que Elena sintió por la segunda venida de Cristo tuvo su origen en dos asuntos. Primero, se sentía profundamente indigna. Sobre esto ella escribió: “Sentía en mi corazón que yo no lograría merecer llamarme hija de Dios. [...] Me parecía que yo no era lo bastante buena para entrar en el cielo” (ibíd., pp. 23, 24).

      Su sentimiento de indignidad estaba directamente relacionado con su creencia en un infierno que ardía eternamente. Debido a sus pecados, temía que tendría que “soportar las llamas del infierno para siempre, por tanto tiempo como Dios existiera”. No solo temía por sí misma, sino también la idea de un infierno que ardía eternamente despertaba interrogantes en su mente. “Cuando me dominaba el pensamiento de que Dios se deleitaba en la tortura de sus criaturas [...] un muro de tinieblas parecía separarme de él [...] y perdía la esperanza de que un ser tan cruel y tiránico jamás condescendiera en salvarme de la condenación del pecado” (ibíd., cap. 3, p. 34).

      Elena luchó durante años con estos pensamientos. Su problema se veía agravado por dos creencias falsas: primera, que ella tenía que ser buena, o hasta perfecta, antes de que Dios pudiera aceptarla; y se­gunda, la idea de que si ella estuviera verdaderamente salva, tendría sentimientos de éxtasis espiritual.

      Sus tinieblas se empezaron a disipar en el verano de 1841, mientras asistía a un congreso metodista en Buxton, Maine. Allí escuchó un sermón sobre el tema de que la autosuficiencia y el esfuerzo propio de nada valen para ganar el favor de Dios. Comprendió que “tan solo en relación con Jesús, por medio de la fe, puede el pecador llegar a ser un hijo de Dios, creyente y lleno de esperanza”. Desde ese momento en adelante, procuraba fervientemente el perdón de sus pecados y luchaba para entregarse completamente al Señor. Más tarde escribió: “Mientras estaba arrodillada y oraba con otras personas [...] decía en mi corazón: ‘¡Ayúdame, Jesús. ¡Sálvame o pereceré!’ [...]. Arrodillada todavía en oración, mi carga me abandonó repentinamente y se me alivió el corazón” (ibíd., cap. 2, p. 25).

      No obstante, pensó que eso era demasiado bueno para ser cierto. Como resultado, trató de reasumir la carga de angustia y culpabilidad que habían sido su constante compañía. Como escribió más adelante: “No me parecía tener derecho a sentirme alegre y feliz” (ibíd., pp. 25, 26). Solo de forma gradual pudo ir comprendiendo la ma­ravilla de la plenitud de la gracia redentora de Dios.

      Poco después de regresar de ese congreso, Elena fue bautizada por inmersión y se unió a la Iglesia Metodista. Ajena a los argumentos de los miembros de iglesia que rechazaban el bautismo por inmersión, ella lo decidió así porque creía que era el único método de bautismo apoyado por la Biblia.

      A pesar de esa nueva percepción, todavía estaba llena de dudas, porque no siempre sentía el éxtasis que ella creía que debía sentir si estuviera verdaderamente salvada. Como resultado, continuó con su temor de no ser lo suficientemente perfecta como para encontrarse con el Salvador en su advenimiento. Más o menos en ese tiempo William Miller regresó a Portland para dictar una serie de conferencias en junio de