George Knight

Introducción a los escritos de Elena G. de White


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de expiación. Cristo no re­gresaría a la tierra hasta no haber completado su ministerio en el segundo departamento.

      Edson, Hahn y Crosier llegaron a esas conclusiones independientemente del contacto con Elena Harmon. Con el tiempo, Crosier publicó su descubrimiento bajo el título de “La Ley de Moisés” en el Day-Star Extra del 7 de febrero de 1846. Un año después Elena escribió una carta a Eli Curtis para notificarle que el Señor le había mostrado “en visión [...] que el hermano Crosier tenía la luz verdadera sobre la purificación del Santuario, etc.; y que había sido su voluntad que el hermano C. escribiera el punto de vista que él nos presentó en el Day-Star Extra” (A Word to the Little Flock [Una palabra a la pequeña grey], p. 12). Ella recomendó el Extra a todos los creyentes adventistas.

      Mientras tanto, a mediados de febrero de 1845, Elena de White había recibido una visión que señalaba el ministerio de Cristo en los dos departamentos y el cambio que ocurrió en ese ministerio en 1844, pero sin los detalles encontrados por Crosier y sus colaboradores mediante el estudio de la Biblia. Ella no publicó esa visión hasta el 14 de marzo de 1846, un mes después de haberse publicado el artículo de Crosier. En realidad, las visiones de Elena de White cumplieron una función de confirmación en el desarrollo de la doctrina del Santuario. El estudio de la Biblia proporcionó el contenido bá­sico del de­sarrollo del concepto adventista sobre el tema. El papel de Elena de White reafirmaba que ese estudio de la Biblia iba en la dirección correcta.

      Esa relación del papel de Elena de White en cuanto a la doctrina adventista del sábado no siempre estuvo clara ante la vista de sus oponentes. Por eso, Miles Grant (un pastor di­rigente de la Iglesia Cristiana Adven­tista, otra rama del movimiento millerita) escribiría en 1874 que “los adventistas del séptimo día alegan que el santuario que sería purificado al final de los 1.300 [2.300] días, mencionado en Daniel 8:13 y 14, está en el cielo, y que su purificación empezó en el otoño de 1844 d.C. Si alguien les preguntara por qué creen esto, la respuesta sería que por la información recibida a través de una de las visiones de la señora Elena de White”.

      En respuesta, Urías Smith (director de la principal revista de los adventistas del séptimo día, la Review and Herald) ob­servó que “se han escrito cientos de artículos sobre el tema. Pero en ninguno de ellos se ha hecho ni una sola referencia a que las visiones referidas tengan alguna autoridad sobre este tema, o de la fuente de donde se han derivado algunos de los puntos de vista que sostenemos [...]. Invariablemente se re­curre a la Biblia, donde abundan las pruebas que sostienen nuestros puntos de vista sobre el tema” (Review and Herald, 22 de diciembre de 1874).

      Por supuesto, podemos verificar la exactitud de la respuesta de Smith ya que los documentos existen todavía. Paul Gordon realizó una investigación a este respecto y la publicó con el tí­tulo The Sanctuary, 1844, and the Pioneers [El Santuario, 1844 y los pioneros] (Review and Herald Pub. Assn., 1983). Smith, según lo demostró Gordon, estaba en lo correcto.

      El desafortunado registro de la historia es que algunos ad­ventistas de la actualidad están más inclinados a declarar a Elena de White como una autoridad en doctrina de lo que lo estaban los fundadores del movimiento. Existen varias razones para esto. En primer lugar, la aceptación de Elena de White entre el movimiento sabático fue gradual, a medida que la gente iba dán­dose cuenta poco a poco de que en realidad ella tenía conse­jos pertinentes, tanto para individuos como para el mo­vimien­to en general. En segundo lugar –y lo que es más importante–, los primeros dirigentes adventistas eran el pueblo de la Biblia. Eso es lo que los había conducido al millerismo, y esa orientación siguió siendo la dominante a medida que un sector de los adventistas milleritas se iba convirtiendo en el adventismo del séptimo día. La misma Elena de White estaba completamente de acuerdo con esa posición bibliocéntrica. En el último capítulo de este libro veremos que ella siempre enalteció la Biblia como la autoridad central de la vida cristiana. Como bien dijo ella, sus escritos invitaban constantemente a la gente a que se volvieran a la Biblia.

      Lo que hemos dicho en cuanto al papel confirmador de Elena de White en relación con el desarrollo de la doctrina adventista del Santuario también es cierto en lo referente al séptimo día, o sábado.

      Gracias a la influencia de los bautistas del séptimo día, el sábado como día de reposo llegó a ser un tema de discusión entre algunos milleritas adventistas aun antes del chasco de octubre de 1844. Pero Joseph Bates fue el primero entre los fundadores del movimiento adventista del séptimo día que estudió esa doctrina en la Biblia y la aceptó. Él abrazó la verdad del sábado a principios de 1845 y posteriormente la compartió con Crosier, Hahn y Edson. Por lo menos dos de ellos aceptaron el nuevo descubrimiento bíblico. Simultánea­me­n­te, ellos com­partieron con Bates los frutos de su estudio de la Biblia sobre el Santuario celestial, que él aceptó enseguida.

      Más tarde Bates presentó su nueva luz sobre el sábado a Jaime White y a su esposa. La reacción inicial de ambos fue negativa, pero después de estudiar profundamente el tema en la Biblia, Elena y su esposo, en el otoño de 1846, comenzaron “a observar el sábado bíblico, a enseñarlo y a defenderlo” (Tes­ti­monios para la iglesia, t. 1, p. 76).

      No fue sino más tarde, en abril de 1847, cuando ella tuvo una visión que confirmó la importancia del sábado. Como resultado, pudo escribir: “yo creí en la verdad del sábado antes de haber visto nada en visión con referencia a él. Meses des­pués de haber comenzado a observar el sábado me fue mostrada su importancia y su lugar en el mensaje del tercer ángel” (Manuscript Releases, t. 8, p. 238). Para ese entonces Bates había publicado el extenso resultado de su estudio personal de la Biblia sobre el tema. Eso no solo destacó la importancia de la verdad del sábado, sino también la integró a su comprensión ba­sada en la Biblia sobre la segunda venida, el Santuario celestial y los mensajes de los tres ángeles de Apocalipsis 14 (ver Seventh Day Sabbath: A Perpetual Sign, de Joseph Bates, enero de 1847).

      Este mismo papel confirmatorio de las visiones de Elena de White se aplica a las otras dos doctrinas centrales de la en­señanza sabática adventista que difieren de las iglesias evangélicas principales: el advenimiento premilenial de Cristo y la no inmortalidad del alma. Como hemos visto, esas dos enseñanzas ya tenían vigencia antes de que iniciara el ministerio profético de Elena de White. Los primeros adventistas del séptimo día eran un pueblo de la Biblia.

      Por este hecho no debemos llegar a la conclusión de que el propósito de las visiones era sencillamente confirmar lo que ya todo el mundo creía. No, el punto principal aquí es que el desarrollo de las doc­trinas distintivas de los observadores del sábado se fundamentaba en el estudio de la Biblia y no en las visiones de Elena de White.

      Pero sus visiones libraron de varias trampas a los observadores del sábado. Una de esas potenciales trampas fue el re­chazo de que hubiera habido un cumplimiento profético en octubre de 1844. Como ya hemos dicho, la primera vi­sión de Elena de White señalaba el cumplimiento de la profecía aunque no indicaba el significado de ese cumplimiento. Como resultado, eso influyó en ella y en otros en la zona de Portland, Maine, para reconsiderar la interpretación millerita de Daniel 8:14.

      Las visiones previnieron acerca de otra trampa: el peligro de fijar fechas. Ya dijimos que el movimiento millerita se ba­sa­ba parcialmente en la idea de que se podría determinar la pro­ximidad del regreso de Cristo mediante el estudio de la Biblia. Este arraigado concepto llegó a imponerse en el verano de 1844 a medida que ciertos milleritas indicaban que el cumplimiento de la purificación del Santuario de Daniel 8:14 tendría lugar el 22 de octubre. Era na­tural que los adventistas chasqueados si­guieran fijando fechas para la aparición de Cristo después de octubre de 1844. Como resultado, Elena Harmon, Jaime White y muchos otros llegaron a creer que la segunda venida de Cristo ocurriría en octubre de 1845.

      Pero, pocos días antes de que transcurriera la fecha de 1845, Jaime White escribió que Elena “vio en visión que sería­mos chasqueados y que los santos deberían pasar por ‘el tiempo de la angustia de Jacob’ que estaba en el futuro. Su visión de la angustia de Jacob fue completamente nueva para noso­tros, así como para ella” (A Word to the Little Flock, p. 22). Esa visión no solamente salvó