George Knight

Introducción a los escritos de Elena G. de White


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lo que no conocen por experiencia, y se sienten ofendidos cuando los que creen que las visiones proceden de Dios hablan en las reuniones y se fortalecen con las instrucciones dadas en visión, la iglesia podrá saber que no están en lo correcto. El pueblo de Dios no debiera retraerse y ceder, abandonando su libertad, para complacer a esas personas que no están satisfechas. Dios ha dado sus dones a la iglesia para que la iglesia se beneficie con ellos; y cuando los creyentes profesos en la verdad se oponen a esos dones, y luchan contra las visiones, las almas corren peligro. Ese es el momento cuando se debe encararlos para que los débiles no se descarríen debido a su influencia” (ibíd.).

      Como resultado de dicho entendimiento, George I. Butler (a la sazón presidente de la iglesia) pudo escribir en 1883 que era cierto, como alegaban los enemigos de la iglesia, que había “muchos entre nosotros que no creen en las visiones”. “No obstante –continuó–, están en nuestras iglesias y no han sido excluidos” (Suplemento de la Review and Herald, 14 de agosto, 1883).

       La propagación del mensaje profético

      Elena de White difundía el mensaje que ella creía que Dios le daba, tanto en forma oral como por medio de la página impresa. Desde el principio de su ministerio se mantuvo activa predicando y enseñando tanto a grupos como a individuos. Mu­chas veces se valía de las iglesias locales y de entrevistas privadas, pero las reuniones generales de la iglesia le daban las mejores oportunidades para comunicarse con los di­rigentes del mo­vimiento. Después del establecimiento del sistema de congresos campestres adventistas anuales en 1868, ella descubrió que ese foro era excelente para presentar su mensaje. Casi todos los años realizaba largos viajes para hablar en esas reuniones.

      Aunque sus presentaciones personales eran efectivas, la pá­gina impresa multiplicaba muchas veces el impacto de sus men­sajes. No solamente se publicaban sus sermones, sus disertaciones y sus consejos más importantes, sino también pronto empezó a dedicar gran parte de su tiempo y energía primordialmente a pu­blicar sus escritos. Ella llegaría a ser la principal protagonista en el cumplimiento de la visión de que la literatura adventista se difundiría como “raudales de luz que han de circuir el globo” (Notas biográficas, cap. 18, p. 137).

      Sus primeros escritos aparecieron en una revista titulada Day Star. No la publicaban los adventistas observadores del sábado. Pero muy pronto ella perdió ese foro cuando los observadores del sábado empezaron a desarrollar una identidad separada de los otros grupos adventistas a fines de la década de 1840.

      En 1849 los observadores del sábado empezaron a publicar su propia revista. Pero este avance no resolvió inmediatamente el problema. Su esposo, el principal editor sabático, se vio muy presionado sobre el asunto de la publicación de las visiones, puesto que muchos enemigos alegaban que los observadores del sábado ponían demasiado énfasis en las visiones, las constituían en prueba de fe y se alimentaban de sus enseñanzas en lugar de las enseñanzas de la Biblia.

      Como resultado, aunque Jaime White publicó varias de las visio­nes de su esposa en 1849 y 1850, empezando a fines de 1850 las páginas de la Review and Herald vieron muy poco de la pluma de Elena de White en la década siguiente. En total, en esa década únicamente aparecieron unos 15 artículos de su pluma. Esa cantidad apenas se duplicó a 31 en la dé­cada de 1860. Pero en la década de 1870 se vio un cambio en la marcha, cuando aparecieron en la revista casi 100 artículos de la pluma de Elena de White. Enton­ces, desde principios de 1880 hasta su muerte en 1915, la Review publicó sus artículos casi semanalmente.

      Tal estadística nos dice mucho acerca de la reticencia de los primeros observadores del sábado a poner demasiado énfasis en las visiones en su principal publicación (revista que llegaba tanto a creyentes como a no creyentes), frente a un pú­blico crítico. Jaime White creía que era importante que los mensajes de Elena llegaran a los adventistas observadores del sábado; por eso, en 1851 publicó el Suplemento de la Review and Herald para esa audiencia más selecta. Él explicó el 21 de julio de 1851, en la edición del Suple­mento: “Esta [es] la revista que es­peramos publicar cada dos semanas [...]. Ya que muchos están prejuiciados contra las visiones, pensamos que es mejor no incluir ninguna de ellas en la edición regular. Por lo tanto, pu­blicaremos las visiones para beneficio de los que creen que Dios puede cum­plir su palabra y dar visiones ‘en los últimos días’ ” (Su­ple­mento de la Review and Herald, 21 de julio de 1851). Por su­puesto, la intención era que el Suplemento tuviera una circulación mucho más limitada que los números regulares de la Review.

      Esa edición del suplemento apareció en un número solamente. La mayor parte del contenido de ese suplemento pronto apareció en forma de un folleto titulado A Sketch of the Christian Experience and Views of Ellen G. White [Experiencia cristiana y visiones de Elena de White]. Ese folleto de 64 páginas salió de la prensa en el verano de 1851. Los líderes adventistas se dieron cuenta enseguida de que la mejor manera de publicar los escritos de Elena de White era en forma de pequeños libros o folletos, con la ventaja de que sus consejos adquirirían una vigencia más permanente.

      El primer folleto fue un recuento autobiográfico de su mi­nisterio, que contenía algunas de sus primeras visiones. El si­guiente folleto se publicó en 1854 con el título Supplement to the Expe­rience and Views of Ellen G. White [Suplemento de la experiencia cristiana y visiones de Elena de White].

      Entonces, en 1855 se dio un paso de primera magnitud en la carrera de Elena de White como escritora. En ese año se publicó el primer tomo de Testimonios para la iglesia. Ese primer folleto de 16 páginas se convirtió en una serie de ediciones regulares que fueron viendo la luz en distintas formas hasta 1909, cuando los testimonios publicados alcanzaron la cantidad de casi cinco mil páginas.

      Por fin la Sra. de White había encontrado un método efectivo para comunicar sus mensajes a sus compañeros adventistas observadores del sábado. Sus Testimonios publicados establecieron las principales líneas de comunicación de sus primeros consejos en un formato que proporcionó permanencia y facilitó la distribución entre los interesados en sus mensajes.

      Además de publicar testimonios de naturaleza general, Elena de White desde el principio de su experiencia empezó a dar consejos individuales mediante entrevistas privadas y cartas personales. Pero a los pocos años ella se dio cuenta de que muchos de esos consejos tenían valor para la iglesia en general, ya que muchas personas tenían las mismas dudas y problemas. Por eso, los testimonios publicados reunían mensajes se­lectos dados originalmente a individuos, además de los consejos dados para la feligresía en general.

      Como diría ella: “Al reprender los males de uno [Dios] quiere corregir a muchos [...]. Presenta claramente los errores de algunos para que otros sean amonestados y rehúyan esos errores. [...] me fue ordenado que presentara principios generales, al hablar y es­cribir, y al mismo tiempo especificara los peligros, errores y pecados de algunas personas, para que todos pudiesen ser amones­tados, reprendidos y aconsejados. Vi que todos deben escudriñar su corazón y vida detenidamente, para ver si no han cometido los mismos errores por los cuales otros fueron corregidos [...]. Si así sucede, deben sentir que las reprensiones y el consejo fueron dados especialmente para ellos, y deben darles una aplicación tan práctica como si se les hubiesen dirigido especialmente [...]” (Testi­monios para la iglesia, t. 5, pp. 619, 620).

      La Sra. de White adquirió la práctica de eliminar los nombres per­sonales de sus testimonios que se publicaban con el fin de proteger la identidad de las personas a quienes iban dirigidos. De ahí que el lector de los Testimonios lee en cuanto al hermano A o la hermana C.