George Knight

Introducción a los escritos de Elena G. de White


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el sábado) que los había dividido durante años. Pero Bates y Elena de White seguían sin armonizar con el cuerpo de creyentes. En ese punto, la Sra. de White recibió una visión que confirmó la conclusión a la cual habían llegado mediante el estudio de las Escrituras. Eso fue suficiente para que Bates, la Sra. de White y otros se pusieran en armonía con la mayoría.

      Pero entonces se suscitó la cuestión de por qué Dios no había aclarado desde el principio el asunto por medio de una visión. La respuesta que dio Jaime White es iluminadora. Él dijo que “no parecía ser el deseo del Señor enseñar a su pueblo los asuntos de la Biblia mediante los dones del Espíritu hasta que sus siervos hubieran investigado diligentemente su Palabra. [...] Dejemos que los dones ocupen su lugar adecuado en la iglesia. Dios nunca les ha concedido la preeminencia, ni ordenado que los miremos para que nos dirijan en el sendero de la verdad y en el camino al cielo. Él ha magnificado su Palabra. Las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento son la lámpara del hombre para iluminar su sendero al reino. Seguidla. Pero si usted se aparta de la verdad bí­blica, y está en peligro de perderse, puede ser que en su mo­mento indicado Dios elija corregirlo, traerlo de regreso a la Biblia y salvarlo” (ibíd., 25 de febrero, 1868).

      En resumen, los primeros adventistas eran el pueblo de la Biblia. Debido a que creyeron en la Biblia estuvieron accesibles al don de profecía. Pero ese don fue dado para complementar su estudio de la Biblia en vez de ocupar el lugar de la Escritura. De hecho, la función del don era conducir al pueblo de regreso a la Biblia como palabra autorizada de Dios.

       Reacciones al don de Elena de White

      Como era de esperarse, Elena de White tenía poca autoridad al comienzo de su ministerio profético. La mayoría de los creyentes la consideraban como una voz entre muchas. Única­men­te a me­dida que los adherentes al adventismo se iban tomando tiempo para examinar sus mensajes y evaluarlos a la luz de la Biblia, llegaron a creer que ella presentaba mensajes de Dios.

      Pero no todos los que conocían su labor la aceptaron como divinamente inspirada. Como dijera un adventista a mediados de la década de 1840: “Yo no puedo apoyar las visiones de la hermana Elena como si fueran de inspiración divina, como usted [Jaime] y ella piensan que son; no obstante, no tengo ni la más leve sombra de duda en cuanto a la sinceridad de ustedes en este asunto. [...] Creo que lo que ella y usted reconocen como visiones del Señor no son más que fantasías religiosas, en las cuales su imaginación se desboca sin control sobre temas en los cuales ella está profundamente interesada [...]. De ningún modo creo que sus visiones provengan del demonio” (A Word to the Little Flock, p. 22).

      Otros no fueron tan generosos. Algunos adventistas estaban bastante seguros de que ella estaba poseída de un demonio, y no se privaban de decirlo. Esto era particularmente así entre los propensos al fanatismo, una plaga que afectó a varios sectores del adventismo durante algunos años después del Chasco de 1844. Como dijo la misma Sra. de White: “Cuando les ad­vertí de su peligro, algunos se regocijaron de que el Señor me había enviado; otros rehusaron escuchar mi testimonio tan pronto como supieron que yo no estaba en unión con su espíritu. Ellos dijeron que yo iba de vuelta al mundo” porque estaba en desacuerdo con sus ideas forzadas (Manuscript Relea­ses, t. 8, p. 233).

      Una reacción especialmente interesante fue la de Joseph Bates, el hombre que junto con Jaime y Elena de White fueron los fundadores de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Bates afirma que la primera vez que escuchó a Elena relatar sus vi­siones fue en 1845. Pero no quedó impresionado. “Aunque no podía ver en ellas nada que militara contra la Palabra –es­cri­bió él–, no obstante, me sentí alarmado y por mucho tiempo me negué a creer y llegué a pensar que sus visiones no eran más que lo producido por un marcado estado de debilidad de su cuerpo.

      “Por lo tanto, busqué oportunidades en presencia de otros, cuando la mente de ella parecía estar libre de excitación (fuera de las reuniones), para hacerle preguntas a ella y a los que la acompañaban, especialmente a su hermana mayor, para llegar a la verdad si fuera posible. [...] Yo la he visto en visión varias veces [...] y los que estuvieron presentes durante algunas de esas emocionantes escenas saben bien con qué interés e in­ten­sidad yo escuchaba cada palabra, y observaba cualquier gesto que detectara algún engaño o influencia hipócrita” (A Word to the Little Flock, p. 21).

      El punto crítico para Bates llegó después de una visión en Topsham, Maine, en noviembre de 1846. En esa visión, Elena de White brindó una información sobre astronomía que, desde el punto de vista humano, ella no podía conocer. Bates, un ex marino que se mantenía al tanto de los conocimientos as­tronómicos, la interrogó más tarde con el fin de saber qué conocimientos tenía ella en ese campo. Al descubrir que ella estaba bastante mal informada, Bates llegó a la conclusión de que ciertamente Dios le había dado los datos en la visión en cuanto a lo último que se sabía de astronomía. Después de esa experiencia él creyó firmemente en el ministerio de Elena de White.

      Todas las reacciones mencionadas en cuanto al ministerio profético de Elena de White tienen algo en común. Las personas citadas se vieron forzadas a comprobar y eva­­luar si su llamamiento provenía o no de Dios cuando fueron confrontadas por sus manifestaciones. Y esa era exactamente la manera en que debían manejarse sus afirmaciones según enseñaban los primeros adventistas observadores del sábado. Ellos sostenían, de acuerdo con el apóstol Pablo, que nadie debía rechazar abiertamente las declaraciones del don profético, antes de examinarlas a la luz de la Biblia; sino “someter todo a prueba” y re­tener “lo bueno” (1 Tes. 5:19, 21). Por consiguiente, cada aceptación válida del ministerio profético de Elena de White fue un proceso que requirió tiempo a me­dida que las personas comparaban su ministerio y sus mensajes con la Biblia.

       Papel de Elena de White en “el tiempo de reunión”

      Los esposos White y el capitán Bates consideraron los años después del Chasco, entre 1844 y 1848, como “el tiempo de dispersión” para los adventistas milleritas. Pero ya en 1848 los dirigentes sabáticos estaban de acuerdo en una serie de doctrinas básicas y creyeron que tenían la responsabilidad de compartir esas creencias con aquellos adventistas que seguían confundidos en cuanto a lo que había sucedido en octubre de 1844.

      Los líderes observadores del sábado respondieron desarrollando dos enfoques para su público interesado, mientras procuraban reunir un grupo de creyentes que compartieran su comprensión de lo que había sucedido el 22 de octubre de 1844, y sus principales doctrinas, en lo que ellos dieron en llamar el “tiempo de reunión”. El ministerio profético de Elena de White aparecía en ambos enfoques.

      El primer enfoque consistió en una serie de conferencias o reuniones sobre el sábado, que se llevaron a cabo desde 1848 hasta 1850. Según Jaime White, el propósito de esas conferencias era lograr “la unidad de los hermanos sobre las gran­des verdades relacionadas con el mensaje del tercer ángel” de Apocalipsis 14:9 al 12 (Review and Herald, 6 de mayo de 1852). Al principio, la perspectiva estaba lejos de ser animadora. Elena de White informó acerca de la conferencia celebrada en Volney, Nueva York, que “apenas se logró que dos estuvieran de acuerdo” y “cada uno persistía en sus ideas, declarando que ellas estaban de acuerdo con la Biblia”. Aunque todos se en­contraban ansiosos de establecer sus opiniones peculiares, “se les dijo que no habíamos acudido desde distancias tan grandes para escucharlos, sino que habíamos ido para enseñarles la verdad” (Spi­ri­tual Gifts, t. 2, pp. 97, 98).

      Joseph Bates y los esposos White creían en los frutos de su estudio de la Biblia y tomaron una actitud enérgica al predicar sus mensajes doctrinales a sus amigos adventistas. Única­men­te me­diante su firme liderazgo pudieron reunir a un grupo de creyentes provenientes de las filas caóticas de los chasqueados milleritas que tenían su misma línea de pensamiento.

      Como podría esperarse, el don profético de Elena de White se puso en acción durante esas conferencias. Todo pa­rece indicar que su papel se concentró en llevar armonía de es­píritu y de opiniones cuando los presentes llegaban a un punto muerto.

      El