George Knight

Introducción a los escritos de Elena G. de White


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lo hizo ella (ver, por ejemplo, Núm. 21:14, 15; 1 Crón. 29:29; Luc. 1:1-4; Jud. 14, 15). Por lo general, la inspiración no implica originalidad. Por otro lado, la inspiración reclama la dirección de Dios en el desarrollo profético y la selección de materiales.

      Conviene notar que el uso de fuentes de parte de Elena de White no era mecánico. Por el contrario, ella seleccionaba los pensa­mientos y las frases que armonizaban con la verdad como ella los veía, mientras que eliminaba o adaptaba ideas y terminologías que no estuvieran en armonía con su mensaje.

      Otra percepción de su obra proviene de la comprensión de que no todos sus consejos a individuos y a la iglesia se originaron específicamente como visiones para la situación determinada. Ella comparó su experiencia con la del apóstol Pablo, cuya mente había sido informada en relación con principios cristianos y peligros para la iglesia de manera general y amplia mediante las visiones anteriores que había recibido. Como re­sultado, el apóstol pudo juzgar situaciones en la iglesia con percepción divina aunque él no tuviera una visión específica para esa circunstancia en particular. Por eso, la Sra. de White escribió que “el Señor no da una visión para hacer frente a cada emergencia que se levante”. Más bien, el método de Dios es “dar a sus siervos escogidos impresiones referentes a las necesidades y los peligros a los que estaban expuestas su causa y las personas, y en hacer sentir a esos siervos la responsabilidad de dar consejos y amonestaciones” (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 642). Buena parte de sus consejos parecen caer en esta última categoría, en la cual los principios divinos dados originalmente en una visión se aplicaban, mediante las impresiones del Espíritu Santo, a una variedad de situaciones específicas que re­querían la aplicación de dichos principios.

       En camino a la organización de la iglesia

      Una parte importante del desarrollo de la Iglesia Adven­tista del Séptimo día en la década de 1850, en la cual Elena de White desempeñó un papel crucial, fue la organización de la iglesia. El movimiento millerita se había manifestado ma­­yormente en contra de toda organización, no sin base para ello. Por un lado, creían que Cristo vendría muy pronto y que, por lo tanto, no necesitaban ninguna organización ya que el tiempo era corto.

      Un segundo factor que contribuyó a que muchos de los se­guidores de Miller no simpatizaran con ningún sistema de organización eran sus antecedentes en movimientos que se oponían a cualquier cosa que se inclinara hacia la más mínima forma de estructura eclesiástica. Uno de esos movimientos era la Co­nexión Cris­tiana. José Bates, Jaime White y varios otros dirigentes milleritas pertenecían a ese movimiento.

      Un tercer factor que se sumó a la posición de los grupos posmilleritas de 1844 en contra de toda organización eclesiástica surgió de su experiencia de haber sido expulsados de confesiones organizadas, en 1843 y 1844. Esta experiencia condujo a la mayoría de ellos a llegar a la conclusión de que cualquier tipo de organización eclesiástica era un mal inherente. Como resultado, Jorge Storrs (un líder millerita prominente) escribió en 1844 que “ninguna iglesia puede ser organizada por invención humana porque se convertiría en Babi­lo­nia en el momento de su organización” (Midnight Cry, 15 de febrero de 1844).

      Debido a estas circunstancias, todos los grupos posmilleritas encontraban casi imposible organizarse en un cuerpo eclesiástico. Ninguno de ellos lo hizo antes de principios de 1860 y el único grupo que formó una estructura adecuada fueron los adventistas sabáticos.

      Entre los que formaron la Iglesia Adventista en la década de 1860, Elena de White y su esposo fueron las principales figuras que apoyaron el desarrollo de la organización. En su in­tento por trabajar con los creyentes unidos en la plataforma doctrinal sabática, los White llegaron muy pronto a la conclusión de que era esencial lo que ellos llamaban “el orden evangélico”. La alternativa sería el desorden que había caracterizado tanto al adventismo millerita a fines de 1840 como a principios de 1850.

      Las primeras observaciones de Elena de White sobre el tema se produjeron en diciembre de 1850: “Vi que en el cielo todo estaba en perfecto orden. Dijo el ángel: ‘Miren, Cristo es la cabeza; sigan en orden, sigan en orden. Cada cosa tiene su significado’. Dijo el ángel: ‘Observen y vean cuán perfecto y cuán hermoso es el orden en el cielo; síganlo’ ” (Manuscrito 11, 1850).

      Entre 1850 y 1854, los adventistas observadores del sábado no solo crecieron rápidamente a medida que se agregaban a sus filas muchos creyentes en la segunda venida que estaban desorientados, sino también enfrentaron el problema de los predicadores no calificados que se reunían con adherentes, y el de la disciplina eclesiástica que se debía aplicar a los creyentes que no armonizaban con el cuerpo organizado.

      Fue ante esta situación que Elena de White publicó un enérgico artículo titulado “El orden evangélico” a principios de 1854: “El Señor ha mostrado que el orden evangélico ha sido temido y descuidado en demasía. Hay que rehuir el forma­lismo; pero al hacerlo, no se debe descuidar el orden. Hay orden en el cielo. Había orden en la iglesia cuando Cristo estaba en la Tierra, y después de su partida el orden fue estrictamen­te observado entre sus apóstoles. Y ahora, en estos postreros días, mientras Dios está llevando a sus hijos a la unidad de la fe, hay una mayor necesidad de orden que nunca antes; porque, a medida que Dios une a sus hijos, Satanás y sus malos ángeles están concentrados en evitar esta unidad y en destruirla” (Pri­meros escritos, cap. 22, p. 129).

      Notemos que la Sra. de White vincula la organización de la iglesia con la misión de reunir a un pueblo para los últimos días. De esa manera vinculó la organización con una avanzada misionera efectiva. La organización no era un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar un fin.

      Durante la década de 1850 los White lucharon codo a codo para llevar a los observadores del sábado a la organización. Pero continuamente enfrentaban la oposición de líderes prominentes dentro de su propio movimiento. Por eso R. F. Cottrell pudo argumentar, en la Review and Herald de marzo de 1860, que él creía que “sería un error ‘darnos un nombre’, puesto que eso está en la base de Babilonia. No creo que Dios lo apruebe” (Review and Herald, 22 de marzo, 1860).

      Jaime White y su esposa no estuvieron de acuerdo con Cottrell y quienes se oponían a la organización, y abiertamente enfrentaron el desafío. Ellos conocían de sobra los resultados de la falta de estructura y orden formal. En respuesta a la lógica que se oponía a la organización, Elena de White dijo: “Se me mostró que algunos ha­bían temido que nuestras igle­sias se convertirían en Babilonia si se las organizaba; pero las iglesias de la zona central de Nueva York ya han sido una perfecta Babilonia, confusión. Y ahora, a menos que las iglesias sean organizadas para continuar su marcha y poner en vigencia el orden, no tienen ninguna esperanza para el futuro, y serán esparcidas en fragmentos. Enseñanzas anteriores han alimen­tado los elementos de la desunión. Se ha fomentado el espíritu de vigilancia y acusación antes que de edificación. Si los ministros de Dios adoptaran una posición unida, y la mantuvieran con decisión, se produciría una influencia que tendería a la unión del rebaño de Dios. Las barreras de separación serían rotas en fragmentos. Los corazones se elevarían y se unirían como gotas de agua. Entonces habría poder y fortaleza en las filas de los observadores del sábado, superiores a todo lo que hemos presenciado” (Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 245).

      La lucha por la organización en la cual se hallaron inmersos tanto la Sra. de White como su esposo triunfó finalmente entre 1861 y 1863. Ya para ese último año la Asociación Ge­neral de la iglesia se hallaba establecida para aglutinar las distintas iglesias y asociaciones locales en un cuerpo unificado: la Iglesia Adventista del Sépti­mo Día. Ese desarrollo organizacional proporcionó al todavía pequeño grupo de ad­ventistas observadores del sábado una estructura que les permitió fortalecerse y desarrollarse en un cuerpo más grande de adventistas para fines del siglo. Pero, para entonces, la estructura de l863 le quedaba pequeña a la iglesia. Los adven­tistas del séptimo día necesitaban una reorganización drástica si querían continuar creciendo.

      Entre 1901 y 1903 Elena de White estaba de nuevo, como veremos en el siguiente capítulo,