se estaba convirtiendo en una parte importante en la iglesia. Después de todo, si la iglesia iba a enviar misioneros a otros países, tenía que educarlos en alguna parte.
Primeros consejos sobre educación
No es por accidente que los adventistas del séptimo día abrieron su primera institución educativa y enviaron a su primer misionero al extranjero el mismo año. Ya en 1874, la iglesia necesitaba empleados instruidos, tanto localmente como en el extranjero.
Pero la necesidad de la educación no había sido siempre evidente. De hecho, este fue el último aspecto que desarrolló la iglesia. El establecimiento de las publicaciones en 1849, la organización centralizada de la iglesia en 1863 y el vigoroso programa para el cuidado de la salud en 1866 la habían precedido.
Los primeros adventistas observadores del sábado eran contrarios a la educación formal. Después de todo, la lógica que predominaba entre ellos era: “¿Para qué enviar a los hijos a la escuela si el mundo se acabará pronto y ellos nunca llegarán a crecer para utilizar ese aprendizaje obtenido con tanto sacrificio?” Muchos de los primeros observadores del sábado creían que incluso permitir a sus hijos asistir a la escuela indicaba falta de fe en la proximidad del advenimiento. Por lo tanto, la educación escolar no fue un asunto prioritario en las décadas de 1850 y 1860, aunque los adventistas habían fundado algunas escuelas primarias que duraron muy poco. Otros creyentes enviaban a sus hijos a las escuelas públicas.
Debido a la falta de interés en esto, no nos sorprende demasiado descubrir que la Sra. de White no escribiera artículos sobre la educación formal durante los primeros 28 años de su ministerio profético. Pero eso cambiaría en 1872, cuando los adventistas en la sede la iglesia fundaron la escuela que dos años después llegaría a convertirse en el Colegio de Battle Creek.
En 1872, Elena de White escribió “La educación apropiada” (publicado en Testimony for the Church Nº 22; La educación cristiana, cap. 1, pp. 9-40) para la escuela que se estaba empezando a establecer en Battle Creek. Este artículo ha ejercido influencia entre los educadores adventistas porque lo han percibido correctamente como un mandato sobre la naturaleza ideal de la educación adventista. Uno de sus temas más importantes ha sido la necesidad de “la educación física, mental, moral y religiosa de los niños” (La educación cristiana, cap. 1, p. 9). El concepto de la educación equilibrada de todo el ser llegaría a convertirse en un sello distintivo de los escritos de la Sra. de White sobre la educación durante las siguientes cuatro décadas.
“La educación apropiada” también estableció el hecho de que los adventistas debían ser “reformadores” de la educación. Esto incluía discusiones sobre la diferencia entre el adiestramiento de los animales y la educación de los seres humanos, la disciplina como dominio propio, el requisito de una comprensión completa de los conceptos de salud, la necesidad del estudio de la Biblia además del estudio de las “otras disciplinas” de la enseñanza y el fuerte mandato de desarrollar el adiestramiento manual en conexión con la labor académica, de modo que tanto el cuerpo como la mente se ejerciten y los jóvenes se preparen para la vida práctica.
“La educación apropiada” le restaba importancia a la educación teórica de la época, que habilitaba a los jóvenes para ser “tontos instruidos”. Por otro lado, se oponía a que se igualara a la ignorancia con la humildad y la espiritualidad. Elena de White sostenía que el “cristiano intelectual apreciará mejor que nadie las verdades de la Palabra divina. Cristo puede ser glorificado mejor por los que lo sirven inteligentemente” (ibíd., pp. 38, 39).
Su exposición de la filosofía que debería sustentar a la educación adventista pertenecía ciertamente al ámbito de la reforma de la educación estadounidense. El consejo de la Sra. de White procuraba romper el dominio que durante siglos habían ejercido los clásicos griegos y latinos sobre la educación secundaria y superior occidental. “La educación apropiada” presentaba –al igual que sus consejos sobre la vida saludable– muchas ideas nuevas. De manera que mientras sus conceptos se adelantaban a las prácticas educativas predominantes entonces, sus sugerencias y programas sobre la educación no eran exclusivos. Más bien estaban en armonía con las ideas y los programas de otros reformadores de la educación de sus días.
Lamentablemente, mientras se daban los primeros pasos de la educación adventista, los líderes de la iglesia y del ámbito educativo de ella no captaban en realidad los problemas de la educación tradicional, ni cómo poner en práctica la reforma al respecto. Como resultado, el Colegio Adventista de Battle Creek se convirtió en una escuela tradicional que falló en poner en práctica el programa innovador de Elena de White.
Como si fuera poco haber llegado a ser una institución clásica de educación no reformada, el Colegio de Battle Creek dio un giro totalmente inesperado: eliminó el estudio formal de la Biblia de su plan de enseñanza. En 1881, el colegio alcanzó su nivel más bajo. Habían nombrado como director a un recién convertido. Este hombre no tenía interés en la reforma educativa, ni tampoco parecían interesarle mucho los ideales de los adventistas del séptimo día.
Estas circunstancias formaron el telón de fondo del enérgico mensaje de la Sra. de White titulado “Nuestro colegio”, que fue leído ante los miembros del personal docente y de los máximos responsables de la Asociación General en diciembre de 1881. En este documento, Elena de White presentó en términos decididos que el Colegio de Battle Creek había fracasado en alcanzar sus objetivos. Aseveró que el estudio de las artes y las ciencias era necesario, pero que “el estudio de las Escrituras debe ocupar el primer lugar en nuestro sistema de educación” (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 21).
Si colocar la Biblia en el centro del currículo había hecho impopular al colegio, según declaró ella, los estudiantes que lo sintieran así debían “asistir a otros colegios” que se adaptaran mejor a sus gustos. Luego advirtió que “si la influencia mundana ha de reinar en nuestro colegio, entonces vendédselo a los mundanos y permitid que ellos asuman el control; y los que han invertido sus recursos en esa institución establecerán otro colegio que se rija, no según el plan de las escuelas populares ni de acuerdo con los deseos del rector y los maestros, sino conforme al plan que Dios ha especificado [...]. Es el propósito declarado de Dios tener un colegio en el país donde se le dé a la Biblia su debido lugar en la educación de la juventud” (ibíd., pp. 24, 25).
A pesar de los esfuerzos de los dirigentes de la iglesia y de Elena de White, las cosas iban de mal en peor en el Colegio de Battle Creek a principios de 1882. Por cierto que las cosas tomaron un giro tan grave que la junta directiva de la institución tomó el acuerdo de cerrar el colegio para el curso escolar 1882-1883, en medio de un tremendo descrédito y de disensiones internas.
Antes de volver a abrir el colegio, la directiva acordó conducirlo “sobre un plan que armonice en todos los aspectos con la luz que Dios nos ha dado” según los Testimonios (Review and Herald, 2 de enero de 1883). Una vez restablecida, la institución dio muestras de esfuerzos mayores y más sostenidos para funcionar de acuerdo con los principios dados por Elena de White. Lo mismo ocurrió en los nuevos colegios adventistas que se fundaron en 1882 en South Lancaster, Massachusetts (que más tarde se convertiría en el Atlantic Union College [Colegio de la Unión del Atlántico], y en Healdsburg, California, que más tarde se convirtió en el Pacific Union College [Colegio de la Unión del Pacífico]. Las tres instituciones harían sinceros esfuerzos para llevar adelante un programa educativo reformado. Pero las tres fracasaron de manera significativa, debido en parte a la falta de comprensión de la naturaleza radical de las reformas necesarias. Hasta la década de 1890 no se efectuaría una reforma cabal. Pero, cuando esto sucedió, Elena de White estaba en el mismo centro de la reforma. Volveremos a este tema en el próximo capítulo.
Asuntos familiares y muerte de Jaime White
La vida de Elena de White incluía mucho más que su ministerio público. Como sucede en todas las familias, la suya tuvo sus alegrías y sus tristezas.