Omraam Mikhaël Aïvanhov
¿Qué es ser un hijo de Dios?
Izvor 240-Es
ISBN 84-933298-6-X
Traducción del francés
Tituló original:
Qu’est-ce qu’un fils de Dieu?
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I
“HE VENIDO PARA QUE ELLOS TENGAN LA VIDA”
En el “Sermón de la Montaña”, Jesús se dirige a sus discípulos así como a la multitud de hombres y mujeres que le habían seguido, y les enseña cómo rezar. Les dice: “Así es como debéis rezar: Padre Nuestro, que estás en los cielos...”
Así pues, reflexionemos. ¿Qué es lo que nos autoriza a llamar a un hombre “padre”? El hecho de reconocer que nos transmitió la vida. Los hijos reconocen en su padre a aquél que les ha dado la vida, y el padre ve en sus hijos la prolongación de su propia vida. La vida... Por tanto, si queremos saber lo que Jesús pensaba cuando presentaba la relación de los seres humanos con respecto a Dios como una relación de hijos a padre, debemos estudiar este inmenso y misterioso ámbito que es la vida.
Por todas partes hay vida, toda la naturaleza está viva, todos los seres están vivos, y sin embargo ¡muy pocos hombres y mujeres saben lo que es la vida! Cuando se hallan en dificultades, en la desgracia, exclaman: “¡Qué quieres, así es la vida!” Comprenden la vida como algo exterior a ellos y que deben soportar. Los fracasos, los accidentes, las enfermedades, los sufrimientos, “¡así es la vida!” Se amaban, se casaron, y ahora se divorcian, aquí también, “¡así es la vida¡” Pues bien, no, la vida no es eso. Llaman vida a una sucesión de errores, de debilidades, de fracasos, sin darse cuenta de que son ellos quienes se han fabricado esta existencia lamentable. ¡El Creador había previsto para ellos otra vida!
Jesús decía: “El ladrón sólo viene para robar. Y yo he venido para que ellos tengan vida y la tengan en abundancia...” ¿De qué vida se trata? ¡Nosotros ya estamos vivos!... Son estas palabras de Jesús las que me impulsaron a realizar tantas exploraciones en el campo de la vida. Leed con atención los Evangelios, y veréis que Jesús sólo habla de la vida. Por esto es necesario volver sin cesar una y otra vez sobre esta cuestión de la vida y estudiarla bajo todas sus formas.
Los humanos buscan poderes, riquezas, conocimientos, amor... Pues bien, no, deben buscar la vida. Diréis: “¿Pero por qué buscar la vida? Ya la tenemos, estamos vivos. Debemos buscar lo que no tenemos...” Estáis vivos, es cierto, pero la vida no es igual en todos los seres, la vida tiene grados. Desde el mineral hasta Dios, pasando por los vegetales, los animales, los hombres, los ángeles, todo está vivo. No basta con vivir, es necesario preguntarse qué vida se está viviendo. Por su constitución física, el hombre, evidentemente, lleva la vida de un hombre. Pero interiormente, su vida puede adoptar formas y colores infinitos. La vida de la que habla Jesús y que quiere aportar a todos los humanos, es la vida divina, esa corriente que brota pura y límpida de la Fuente original.
A menudo se ha comparado la vida con el agua que fluye. Pero ¡qué gran diferencia entre el agua que brota de la fuente, en la cima de la montaña, y la que llega a la desembocadura del río después de haber recibido toda clase de inmundicias e incluso de productos tóxicos! Este agua tan necesaria para los humanos para vivir, puesto que es más necesaria que el alimento (se puede vivir más tiempo sin comer que sin beber), es una fuente de regeneración, pero también una causa de muerte. Cuando un río llega a la llanura y atraviesa una gran ciudad, ¿quién pensaría ir a beber allí? En efecto, observad el Sena en París... No quiero ni describir todo lo que ha sido vertido en él a lo largo de su recorrido. Continua siendo la misma corriente de agua, pero ¡ya no es el agua pura que brotó en lo alto de la montaña!
Pura o contaminada, el agua siempre es agua, como la vida siempre es vida; pero no hay nada más vivificante que el agua pura, mientras que el agua contaminada trae la muerte. Incluso en nuestros días, ¡cuánta gente cae enferma y muere por haber bebido agua contaminada!
La vida brota del seno de Dios y desciende para dar de beber a todas las criaturas. Pero los humanos no son conscientes del carácter sagrado de la vida, manchan la vida de Dios, el agua de Dios. Seguramente estaréis sorprendidos y os preguntaréis: “¿Pero cómo podemos nosotros manchar la vida divina?” Cada vez que os mostráis faltos de sabiduría, de amor o de desinterés, es como si vertierais basura en el río del Señor. Y el río no protesta, lo acepta todo para ayudar a los humanos.
Guardemos esta imagen del río, porque ella nos aclara esta unidad infinita que es la vida. Entre el origen y la desembocadura de un río, ¡cuántas regiones diferentes son atravesadas, y por tanto, qué diferencia existe a su vez respecto a la calidad del agua! Sin embargo, es el mismo río. Cuando se habla de la vida, es necesario tener conciencia de que en ella se halla comprendida la totalidad de las existencias. Nada ni nadie puede escapar de la vida. Todas las criaturas se alimentan de esta vida, y por consiguiente, unas se nutren de la vida de las otras. Así pues, no os sorprendáis si os digo que, en un plano u otro, cada uno come y es comido.
Es muy fácil de comprender: cuando os sentís invadidos por pensamientos y sentimientos egoístas, injustos, malintencionados, es como si tomarais un alimento de las regiones inferiores de la vida. Cuando aceptáis estos pensamientos y estos sentimientos, los reforzáis; y no hacéis más que reforzarlos, porque los pensamientos y los sentimientos emiten a su vez unas ondas que se propagan, y con ello proyectáis unas emanaciones nauseabundas de las que se alimentarán otras personas e incluso las entidades infernales. Mientras que si os esforzáis en alimentar en vosotros pensamientos y sentimientos de armonía, de generosidad, no solamente os unís a las entidades superiores, sino que este alimento divino nutrirá a otras criaturas, criaturas luminosas, y de esta manera viviréis en ellas: porqué las habréis alimentado.
La vida está constituida de transformaciones, de transferencias incesantes de una criatura a otra. Cada una absorbe la vida de las demás y, a cambio, las alimenta también con su propia vida. Entonces, permaneced atentos sabiendo que sólo de vosotros depende el alimento que recibiréis y el que daréis, de quién vais a recibirlo y a quién vais a darlo. Las criaturas angélicas así como las criaturas diabólicas pueden alimentarnos o alimentarse de nosotros.
Diréis que los demonios están en el infierno y que es imposible que nos alimentemos de ellos o que ellos se alimenten de nosotros... Pero ¿cómo imagináis vosotros el infierno, y dónde creéis que se encuentra? Él también forma parte del río de la vida; sólo que no se encuentra en el origen, sino en la desembocadura, y él también es alimentado por la vida divina. Dios es el origen de la vida, y es Él quien lo ha creado todo, y nada ni nadie existe fuera de Él. Todo ser vivo vive de la vida de Dios. Es por lo tanto necesario aceptar que esos seres a los que se llama demonios también han recibido la vida de Él. Puesto que viven, no se les puede negar, y si Dios no les retira la vida, es porque acepta su existencia.
La luz, el amor y la paciencia de Dios alimentan a todas las criaturas. Evidentemente, aquellas que no permanecen junto a Él se ven privadas de estas bendiciones. Pero son ellas las que se privan, no es el Señor quien se las quita. Algunos se escandalizarán por la forma en que presento el infierno y los demonios. Pues bien, de nada sirve escandalizarse, es necesario razonar. Si las entidades oscuras no deben su vida a Dios, ¿quién entonces se la habrá dado? ¿Pudieron crearla ellas mismas, o quizás la recibieron de otro Creador? Si Dios no es el único dueño de la vida, esto significa que tampoco es el dueño del universo y por lo tanto no es todopoderoso. Ya veis en que contradicciones se termina cayendo... Entonces, comprended que si los espíritus infernales deben su vida a Dios, se alimentan también de la vida de Dios. Pero ¿qué alimento reciben? En ningún caso el que reciben los ángeles, sino los restos, los deshechos que fueron rechazados por otras criaturas a medida que el agua del río se aleja de la Fuente; porque en estos