Omraam Mikhaël Aïvanhov

¿Qué es ser un hijo de Dios?


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la Fuente divina, el río de vida desciende y en su descenso atraviesa estas regiones que los cristianos llaman jerarquías angélicas, y los cabalistas los sefirot. Pero la vida salida de Dios no se detiene ahí, y ella comprende también, más abajo, esas regiones que los cristianos llaman “infierno” y los cabalistas “kliphoth”, es decir cáscaras, restos. Estas regiones todavía contienen algunos átomos de la vida salida de Dios, es necesario repetirlo sin cesar, porque ninguna vida puede existir fuera de Dios. Si hubiera una vida fuera de Dios, significa que habría otro creador, y entonces tendríamos el derecho de ir a buscarle: puesto que el primero no sería todopoderoso, estaría justificado que fuéramos a buscar a otro.1

      Debido a que esta cuestión de la unidad de la creación no ha sido claramente explicada por la Iglesia, hombres y mujeres han querido ponerse al servicio de Satanás para combatir al Señor. ¡Qué ignorantes! ¿Qué victoria pensaban alcanzar? No sabían que con ello absorberían todas las inmundicias, todos los restos caídos de la vida divina. Entonces, ¡qué verdadero beneficio obtendrían! En el plano físico, un malhechor, un monstruo puede comer el alimento más suculento y servirlo a sus invitados. Pero en el plano psíquico, sólo podemos comer o dar de comer un alimento semejante a nosotros, porque está en correspondencia con lo que somos nosotros, con nuestro corazón, nuestro intelecto, nuestra alma y nuestro espíritu. Atraemos lo que está en afinidad con nosotros y damos lo que emana de nosotros. Y según la calidad de este alimento nos reforzamos, nos enriquecemos... o bien sucumbimos.

      “El ladrón sólo viene a robar. Y yo he venido para que ellos tengan vida...” ¿Por qué Jesús opone de esta manera las intenciones del ladrón a sus intenciones? El ladrón viene para coger y Jesús viene para dar. Y si viene para dar vida, es porque el ladrón al cual se opone viene para tomarla. ¿Quién es este ladrón que viene a despojar a los humanos? En realidad, se trata de numerosos ladrones, y de todas clases. Algunos están en el exterior, pero sobre todo, muchos se hallan en ellos mismos: son los deseos y la codicia que siempre están dispuestos a satisfacer sacrificando lo más precioso que poseen: la vida, la vida divina. Seguramente habréis leído en el Antiguo Testamento la historia de los dos hijos de Isaac: Esaú y Jacob. Esaú, que era el primogénito, pasaba los días fuera cazando o trabajando en los campos, mientras que Jacob pasaba el tiempo plácidamente en la tienda. Un día, al volver Esaú de los campos cansado y hambriento, encontró a Jacob ocupado preparando una sopa de lentejas. No pudiendo resistir ante la vista de este alimento, cedió a Jacob sus derechos de primogénito a cambio de un plato de lentejas. Perder los derechos de primogénito con el honor y las ventajas asociadas a este rango, por un plato de lentejas, ¡es un cambio ciertamente desproporcionado! Pero en realidad se trata de un relato simbólico que es necesario interpretar.

      Esaú, que acepta renunciar a sus derechos de primogénito para poder saciar inmediatamente su hambre, es el ser humano dispuesto a sacrificar lo que tiene un gran valor a los ojos de su Padre celestial a cambio de los placeres inmediatos. Es preciso comprender el derecho de primogenitura en un sentido muy amplio; no se trata ahora de decir a los primogénitos de todas las familias que no abandonen las prerrogativas inherentes a su rango por nada del mundo. Aquí, os estoy hablando del plano espiritual y no del plano físico.

      La sopa de lentejas representa la satisfacción del estómago, pero el hambre también es sinónimo de todas las ambiciones, de todas las codicias. ¡Cuántos otros tipos de hambre empujan a los seres humanos a precipitarse sobre otras satisfacciones y les hacen perder sus derechos de primogénito, su dignidad de hijo de Dios! Cada vez que un ser cede a un instinto: la gula, la sensualidad, la cólera, los celos, la ambición, el odio, vende sus derechos de primogénito, su realeza interior por un plato de lentejas, y se empobrece, se somete, se vuelve un esclavo. Ha dado algo extremadamente precioso en él, partículas de vida divina a cambio de algo que no merecía la pena.

      Y más tarde, cuando Isaac a punto de morir desea dar su bendición a Esaú, su mujer, Rebeca, hace de manera que sea Jacob quien reciba esta bendición. Cuando Esaú llega, ya es demasiado tarde, Isaac lo ha dado todo a Jacob y sólo puede decirle: “He aquí que a partir de ahora él será tu amo, y le he dado a todos sus hermanos como servidores, le he provisto de trigo y de vino... ¿qué puedo hacer por ti?” Esaú deja de ser su propio amo, porque es a su hermano a quién Isaac ha dado el trigo y el vino... El trigo y el vino... El trigo, del que se hace pan, y el vino: ¿es por casualidad que volvamos a encontrar aquí los dos alimentos simbólicos que Melkisedek entregó a Abraham y que Jesús entregaría a sus discípulos antes de dejarles? ¡Cuántas cosas se descubrirían en la Biblia si supiéramos interpretar todos estos relatos, y sobre todo si los relacionáramos entre sí!

      Al decir: “He venido para que ellos tengan vida”, Jesús nos obliga a tomar conciencia de que nuestra comprensión de la vida es insuficiente. Hemos recibido la vida y vivimos... La utilizamos, nos servimos de ella para satisfacer nuestros deseos y nuestras necesidades, y de ese modo creemos que nos desarrollamos mientras que en realidad nos debilitamos. Y Dios que nos dio la vida para que fuéramos fuertes, hermosos, poderosos, luminosos y en la plenitud, sólo percibe desgraciados, enclenques, apagados y esmirriados.

      Entonces, si hay algo que he comprendido, es que la única ciencia que merece la pena ser estudiada es la ciencia de la vida. Y quisiera arrastraros también conmigo, porque todos los demás temas que abordaréis, todas las demás actividades que emprenderéis sólo os aportarán verdaderamente algo si habéis comprendido esta realidad esencial: la vida. Lo que determina la calidad de vuestro comportamiento y vuestras ocupaciones es la manera en que consideréis esta vida divina que habéis recibido.

      Los humanos se agotan buscando el poder, el éxito, el prestigio, el dinero. Admitamos que lo obtienen (lo que tampoco es nada seguro), pero si han gastado su vida, ¿qué les queda? Hacen de la vida un medio para obtener todo lo que desean, mientras que al contrario deberían considerarla como un objetivo y usar todas sus facultades en reforzar, iluminar y purificar la vida en ellos. En lugar de estudiar la vida, estudian la enfermedad y la muerte. Y sin embargo, debilitan y empobrecen la vida. Cuando sin vida no hay nada. No niego el valor de ciertas adquisiciones, pero gracias a la ciencia de la vida cada cosa encuentra su lugar y su sentido.

      Es la vida la que alimenta el intelecto, el corazón y la voluntad. Cuando el hombre fomenta esta vida en sí, su intelecto comprende, su corazón ama y se regocija, su voluntad crea y se refuerza. En caso contrario, su intelecto se ensombrece, su corazón se enfría y su voluntad tambalea. Sin la vida, no hay ni tan siquiera ciencia posible, ni arte, ni filosofía. Por esto os lo digo, la ciencia de la vida es la clave de todas las realizaciones. Aumentad la vida, limpiad la fuente en vosotros para que el agua fluya más libremente: entonces podréis llenar los depósitos y enviar esta vida hasta el intelecto que se iluminará, al corazón que se abrirá a las dimensiones del universo, y a la voluntad que se volverá creadora, infatigable.

      La vida, es como la gasolina para vuestro vehículo: si no tenéis gasolina, o si ponéis en el depósito cualquier otro líquido, no avanzará; ¡sin embargo no le falta ninguna pieza!... También puede ser comparada la vida a la sangre: incluso el hombre valiente más vigoroso yacerá inanimado si se le quita su sangre. Pero preguntadle a alguien: ¿Qué hacéis con vuestra vida? ¿Os ocupáis en conservarla, en hacerla más poderosa, más rica?” Y os mirará sorprendido, porque para él, conservar la vida únicamente significa no exponerse imprudentemente a los peligros y cuidarse cuando está enfermo.