la reflexión neuroética contemporánea con la semántica de la persona. La tesis que se buscará desarrollar es la siguiente: para responder adecuadamente a los desafíos a menudo inéditos del saber neurocientífico y de las consecuentes aplicaciones tecnológicas, es oportuno repensar en términos dinámicos e híbridos la identidad humana, superando los antiguos vallados entre el sí y lo otro de sí (el otro biológico, pero también el otro tecnológico), sin por eso llegar a negar cualquier presupuesto identitario.
Como recientemente ha sido puesto de manifiesto por Roland Benedikter (1), James Giordano y Kevin Fitzgerald en un interesante artículo, el progreso biotecnológico en el conocimiento y en la manipulación de la naturaleza, y en particular la nueva filosofía de la mente emergente a causa de los recientes progresos científicos,
… provocan interrogantes sobre la validez de las diferencias humano/no humano como distinciones de géneros naturales, y generan una profunda redefinición ontológica, práctica y moral de las nociones de sí y de otro. Los confines biotecnológicamente mezclados entre el ser humano y lo no humano (animal y máquina) suscitan cuestiones éticas relativas al tipo y a la finalidad de nuestras acciones dirigidas a, y nuestras interacciones con la naturaleza y la alteridad no humana (2).
Esto quiere decir que las neurotecnologías contemporáneas implican una serie imponente de problemáticas de orden ético, antropológico, social y político, que deben afrontarse adecuadamente, para las cuales es necesario un horizonte cultural interdisciplinario y multidisciplinario cuyo desarrollo debería ser la tarea de una reflexión filosófica sobre las neurociencias. La neuroética y la neuroantropología que brinda semejante reflexión filosófica deberían desarrollarse no atendiendo tanto a dividir de modo categórico aquello que es justo y aquello que es injusto y aquello que es equivocado sobre la base de presuntos modelos paradigmáticos de identidad o de moralidad, sino preocuparse, más bien, por las estrategias que se implementarán para gestionar mejor las transiciones que ya están en marcha como resultado de la neurociencia y la neurotecnología contemporáneas: ¿cómo la humanidad puede gestionar de mejor modo la maleabilidad de la propia naturaleza? ¿Cuánto cambio puede sostener la naturaleza humana? ¿Es factible el intento de definir un límite a la transformación tecnocientífica de lo humano? En el estado actual, estos interrogantes permanecen sin respuesta; pero el punto fundamental es aclarar su importancia y urgencia, ya que antes de respuestas justas existen siempre justas preguntas.
1. Cf. V. Codeluppi, Il Biocapitalismo. Verso lo sfruttamento integrale di corpi, cervelli ed emozioni. Bollati Boringhieri, Torino, 2008.
2. Benedikter - J. Giordano - K. Fitzgerald, The future of self-umage of the human being in the age of transhumanism, neurotechnology and global transition, «Futures: The Journal for Policy, Planning and Futures Studies» 42 (10/2010), p. 1105. «[…] raise questions about the validity of human/non human differences as distinctions of natural kinds, and generate profound ontological, practical and moral re-assessment of the notion of selves and others. Biotech¬nologically blended boundaries between the human and non-human (animal and machine) beings prompt ethical concerns about the types and scope of our actions toward, and interactions with nature and non-human others».
PRÓLOGO A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL
La Universidad Católica de Salta presenta al mundo de lengua española este importante escrito de Michele Farisco titulado Filosofía de las neurociencias. Consideramos que es importante, frente a la difusión e impacto de las neurociencias, cultivar y difundir los resultados de estudios serios, los cuales se encuentran apartados tanto de la postura biologicista, que hace uso de las neurociencias para extender sus conclusiones de modo totalmente arbitrario y falso, como de aquellas posiciones que mantienen una actitud de condena frente a ellas.
Michele Farisco presenta los desafíos que las denominadas neurociencias plantean al saber filosófico, sobre todo en el dominio ético-antropológico. El neurocientífico, nos señala nuestro autor, no permanece circunscripto a un ámbito disciplinar sino que intenta acercarse e indagar, con métodos y finalidades relativamente diversas, el sistema nervioso del hombre. En este sentido, algunos que las cultivan llegan a elaborar una visión absolutamente biologicista de la naturaleza humana. Esta visión se ha visto potenciada por la posibilidad de visualizar el funcionamiento del cerebro gracias a las técnicas del neuroimaging. Farisco, luego de señalar las limitaciones instrumentales y conceptuales de las técnicas del neuroimaging, advierte al lector acerca de dos posibles errores: la denominada “falacia mereológica”, que consiste en atribuir al cerebro todas las actividades mentales, considerando la parte como un todo, y el error de confundir antecedentes y consecuentes. El hombre no es un sí neuroquímico (brainhood) cuyo ser se identifica con el cerebro. Farisco, con total justeza, señala que en esta posición antropológica reductiva, la ideología prevalece sobre la ciencia por cuanto formula afirmaciones que escapan totalmente al dominio de las neurociencias, en particular, y de la ciencia, en general. Esto no equivale a negar el valor de las neurociencias. Estas últimas, para nuestro autor, pueden ofrecer fecundas contribuciones al saber humano si son contextualizadas dentro de un horizonte más amplio que considere, por un lado, la naturaleza compleja de la experiencia humana y, por el otro, los condicionamientos del saber científico en general y del neurocientífico en particular.
Las denominadas neuroculturas (neuroeducación, neuroeconomía, neuroética, etc.) vehiculizan, la mayor parte de las veces, la antropología reduccionista a la que nos hemos referido. De este modo se cae en lo que Farisco tipifica como “esquizofrenia cultural”: eliminar cualquier referencia a otra dimensión de la materialidad y, simultáneamente, declarar la imposibilidad de vivir sin la dimensión espiritual. La concepción biologicista del hombre llega a identificar la identidad de la persona humana con el cerebro.
Ahora bien, si mi yo es el mismísimo cerebro, y mediante las técnicas de que disponemos en la actualidad, podemos modificarlo, ¿sería lícito hacerlo? Esta y otras cuestiones éticas se plantean a partir de los cuestionamientos que se formulan, tanto a nivel teórico como a nivel técnico, dentro del mundo de las neurociencias.
El objetivo que persigue Farisco no es el de negar la importancia de las indagaciones neurocientíficas sobre la conciencia, las cuales nos han ofrecido avances significativos en los últimos años, sino subrayar los límites epistemológicos intrínsecos y la necesidad de insertarlos en una perspectiva más amplia que no reduzca la complejidad del objeto estudiado a una sola de sus dimensiones. La exigencia de la complejidad del objeto estudiado, nos advierte nuestro autor, vale no solo para la tendencia materialista (que reduce la conciencia a las interacciones neuronales) sino también para la dualista (que concibe a la conciencia como una realidad completamente desvinculada del cerebro).
Farisco pone de relieve que las indagaciones neurocientíficas sobre la conciencia dan como resultado una concepción de hombre como sujeto complejo, cuya identidad no es reducible a la vida mental consciente. Sin embargo, estas conclusiones no tienen un carácter definitivo debido a los límites propios de las neurociencias, los cuales Farisco establece con claridad meridiana a lo largo de su escrito.
Ahora bien, estas conclusiones pueden ser interpretadas en un sentido reduccionista o bien, como lo va a hacer el propio Farisco, desde una óptica antropológica más compleja que reconoce el carácter holístico y dinámico del sujeto en el cual se integran naturaleza y cultura según una lógica relacional en la cual la identidad mental y cerebral es concebida no solo en base a la constitución genética sino también a los intercambios con el ambiente.
Farisco emprende un camino que consiste en situarse dentro de la semántica de la persona con el fin de determinar una dirección crítica que se encuentre en condiciones de interactuar de modo constructivo con los planteos de las neurociencias contemporáneas. Evitando cuidadosamente la sustancialización de la persona, nuestro autor, siguiendo las huellas del filósofo Paul Ricoeur, concibe a la persona en su esencial dinamicidad, como apertura hacia lo otro. El sí de la persona deviene procesualidad y relación, esto es,