Herman Pontzer

Quema


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nuestras tiendas y haciendo ciencia en medio de la sabana, pero nuestro trabajo con los hadza nos daría la mayor sorpresa de todas y cambiaría cómo concebimos las relaciones entre gasto energético y estilo de vida.

      En los capítulos que siguen analizaré el gasto energético, el ejercicio y la dieta desde un punto de vista evolutivo para arrojar sobre, nuestras preocupaciones relativas a la salud y la enfermedad metabólica, una luz distinta a la que suele encontrarse en las portadas de las revistas de belleza o los libros de autoayuda. Nuestras maquinarias metabólicas no se perfeccionaron a lo largo de millones de años de evolución para garantizarnos un cuerpo de bikini, para mantenernos con buena condición o incluso para conservarnos sanos. Por el contrario, nuestro metabolismo responde a la directiva darwiniana de sobrevivir y reproducirnos. Más que a mantenernos delgados, nuestro veloz metabolismo nos lleva a almacenar más grasa que cualquier otro simio. Pero ésta no es la única herencia evolutiva contraintuitiva y contraproducente que opera en lo profundo de nuestros cuerpos. Como discutiremos más adelante, nuestro metabolismo también responde a los cambios en ejercicio y dieta de maneras que frustran nuestros esfuerzos por perder peso. Y nuestro impulso por comer es feroz, como pudimos ver con los hadza. Si el apetito con el que nos dotó la evolución puede llevarnos a robarle el desayuno a una manada de leones hambrientos, ¿cómo mantenernos lejos del refrigerador?

      Si queremos evitar la epidemia de obesidad y enfermedades metabólicas es absolutamente imprescindible que tengamos una perspectiva evolutiva. Los que vivimos en los países desarrollados hemos construido fastuosas utopías alimentarias, Jardines del Edén donde los alimentos irresistibles son hiperabundantes y no necesitamos mover un dedo para obtenerlos. Los cuerpos que evolucionaron para moverse todo el día se la pasan sentados e inmóviles en cómodas sillas y sillones, absorbiendo el mundo a través de una pantalla brillante como papas fritas bajo una lámpara de calor. Y mientras tanto los daños se acumulan: obesidad, diabetes, enfermedades cardiacas, cáncer, deterioro cognitivo, todas estas enfermedades van al alza, y están íntimamente vinculadas con las formas en las que consumimos y quemamos energía. Para hacer un cambio de ruta y salvarnos de estas enfermedades tenemos que conocer mejor cómo funciona nuestro cuerpo y cómo están vinculados el gasto energético, el ejercicio y la dieta. Cuanto más pronto nos alejemos de las ideas simplistas sobre el metabolismo y más pronto adoptemos una perspectiva darwinista, mejores serán nuestras probabilidades.

      Así pues, sumerjámonos en los engranajes de nuestras maquinarias metabólicas para entender cómo se relacionan. Si queremos administrar en forma efectiva el metabolismo que nos dio la evolución tenemos que entender cómo funciona.

      Capítulo 2

      Bueno, pero ¿qué es el metabolismo?

      —¿Cómo se mete la música al radio?

      No me esperaba para nada esa pregunta. Brian Wood y su esposa Carla, nuestro asistente de campo Herieth y yo acabábamos de instalar nuestras tiendas bajo unos árboles de acacia cerca del campamento hadza en la laberíntica y árida meseta que separa el lago Eyasi de las rocosas montañas Tli’ika. Brian y yo descansábamos en el terreno polvoso, sentados en sillas de acampar y conversando sobre asuntos de trabajo a la luz grisácea de la tarde. Dos hombres hadza, Bagayo y Giga, estaban sentados en el suelo cerca de nosotros, manteniendo una acalorada discusión en hadza. Tenían un pequeño radio de pilas, una posesión muy preciada en Hadzaland, donde las opciones de entretenimiento son limitadas. En algún punto decidieron incluirnos en la conversación, pasando al suajili para formular su pregunta. Pero Brian y yo debimos poner cara de desconcierto, porque Bagayo volvió a preguntar.

      —¿Cómo se mete la música al radio?

      Mierda, ésa tendríamos que saberla…

      Una de las mejores cosas de viajar es exponerse a nuevas ideas y conocimientos, y con los hadza siempre es un viaje de dos sentidos. Es alucinante lo mucho que ellos saben sobre el mundo natural. Cualquier niño hadza puede enumerar las características físicas y tendencias conductuales de decenas de especies animales y explicarte los usos —como alimento, fuego, refugio o herramienta— de cada arbusto, hierba y árbol en el paisaje. Observar cómo un hombre hadza rastrea un impala herido durante kilómetros, sin ninguna huella evidente; o cómo una mujer hadza determina el tamaño y el grado de madurez de un tubérculo silvestre, a un metro bajo la superficie golpeando el suelo con una roca, parece magia pura.

      Nosotros también comunicamos lo que sabemos sobre el mundo exterior. Compartimos nuestros libros y artefactos; y, de vez en cuando, hacemos noches de cine en las que proyectamos en la computadora portátil documentales sobre la naturaleza o películas de acción (la serie de Jurassic Park es una de las favoritas). La curiosidad natural con la que todos nacemos, la esencia de cualquier científico, parece estar muy cultivada en la cultura hadza. Quieren saber.

      Las conversaciones suelen empezar de forma inocente, pero pronto se transforman en trascendentales discusiones sobre geografía, cosmología o biología. “¿Cuánto tiempo te llevaría caminar hasta tu casa?”, es una pregunta bastante sencilla, pero una respuesta precisa requiere explicar que la Tierra es redonda e inimaginablemente grande, con enormes continentes separados por gigantescos océanos (ellos estaban familiarizados con esos conceptos, pero parecían serles indiferentes). “¿De verdad existen las morsas [y si es así, ¿qué demonios son?]?” Es otra buena pregunta, sobre todo si acabas de ver un documental sobre la vida salvaje del Ártico y no conoces el hielo, los océanos o los mamíferos marinos. Traté de explicar que las morsas son criaturas reales (aunque ciertamente absurdas), como hipopótamos con los colmillos de un elefante y patas de pez. No sé si alguien me creyó.

      Hay una frase genial, de origen incierto pero atribuida a Einstein, que dice: “Si no puedes explicar algo en forma sencilla es que en realidad no lo entiendes”. Las discusiones con los hadza materializaban esa sentencia. Entre los límites de mi suajili y su falta de escolaridad formal, explicar cómo funcionan nuestros equipos de investigación, cómo los dinosaurios de Jurassic Park fueron creados por computadora o qué significaba un monitor de presión sanguínea siempre representaba un divertido desafío. Esto con frecuencia exponía lagunas en mi propio conocimiento de las que no era consciente y que estaban ocultas en mi mente con una ridiculez que sonaba muy inteligente, pero en realidad no tenían ningún sentido.

      Ahora que lo pienso, ¿cómo se mete la música en la radio?

      Hice un primer tímido intento. En Arusha, la ciudad grande más próxima (de la que todos los hadza habían oído hablar, aunque pocos se habían aventurado hasta allá), había un edificio. Adentro, una persona reproducía la música de una cinta en una grabadora (hasta allí íbamos bien; ya habían visto grabadoras). Entonces, el edificio tenía una máquina que escuchaba la música y la enviaba por el aire mediante una antena, un gran poste metálico. La radio, con su propia antena, capturaba la música del aire y la reproducía a través de la bocina.

      —Pero ¿qué mandan por el aire desde el edificio en Arusha hasta aquí?

      —Ondas de radio —respondí, y supe de inmediato que estaba en problemas.

      —¿Qué son las ondas de radio?

      Buena pregunta.

      —Bueno, son invisibles y viajan por el aire, y no puedes escucharlas pero transportan la música… —me quedé mudo. No tenía idea de cómo describir las ondas de radio, porque yo mismo no las entendía. En mi mente no eran mucho más que los arcos que emanaban de una antena en las caricaturas. Sabía que eran algún tipo de “energía electromagnética”, pero sólo era más discurso. Eran como la luz, ¿no? Pero ¿cómo iba a explicarles que era una luz invisible que emanaba de un poste de metal y llevaba música con ella? ¿Al menos era una forma precisa de describirlas?

      —¡Ah! —exclamó Bagayo, alzando su arco de caza—. Es como esto —y pulsó la cuerda de su arco. El sonido viaja en forma invisible por el aire, desde la cuerda del arco hasta nuestros oídos. ¡Gran analogía! ¡Sí, hablamos de algo exactamente como eso! Sabía que las ondas de sonido y las ondas de radio eran cosas diferentes, pero no podría explicarlo mejor que Bagayo.

      Giga y Bagayo se quedaron satisfechos. Brian y yo la habíamos librado por el momento.