percibido los efectos de lo que no veían. Con mucha frecuencia se dice que una de las funciones de la pedagogía moderna es enseñar a leer, pero además sería necesario que los mismos que enseñan esa lectura sepan leer. Una de las funciones de lo que propongo es enseñar a leer entre líneas, vale decir, a leer lo que se dice por entre una censura social que se ejerce sobre los discursos mediante eufemismos, sobrentendidos, sobrentendidos entendidos que la vieja retórica había analizado. La neorretórica que hoy en día se engalana con el nombre de semiología a veces analiza esos tipos de técnicas sociales, pero de manera muy ingenua, ya que a menudo se ignoran las dimensiones propiamente sociales de esta relación de comunicación.
La pregunta hecha al panel de Lire era: “¿Cuáles son los/las tres intelectuales vivos/as, de lengua francesa (esta precisión es de extrema importancia, un golpe de fuerza extraordinario), cuyos escritos ejercen (es importante), en su integridad, mayor influencia (una palabra más que habría que analizar) sobre la evolución de las ideas, las letras, las artes, las ciencias, etc.?”. Las palabras son muy difíciles de pronunciar tan pronto uno se pone a interrogarlas. Por ejemplo, debido a que muchas personas la utilizan comúnmente, la palabra “influencia” está destinada a pasar inadvertida, cuando en realidad es en sí toda una filosofía social de la relación entre emisor y receptor, una filosofía social que se mete en la enseñanza de la literatura. También podríamos comentar el orden en la jerarquía “letras, artes, ciencias”. Podríamos decir que es un automatismo verbal: a menudo se habla de las “artes y [las] letras”, pero no es lo mismo, [aquí] hay toda una jerarquía implícita… Las ciencias no habrían sido mencionadas en los años treinta, en el apogeo de la NRF [La Nouvelle Revue Française]; es probable que no se hubiera hablado de “ciencias”. Se advierte que unos cuantos científicos aparecen en el palmarés, y tal vez porque algunos científicos aparecen en el palmarés la palabra “ciencias” aparece en la pregunta, no a la inversa. En síntesis, hay multitud de cuestiones. Evidentemente, no voy a encararlas todas.
Ahora, vuelvo atrás. Habría debido comentar la fórmula “los cuarenta y dos primeros intelectuales”: ¿por qué “cuarenta y dos”, “primeros”, “intelectuales”, etc.? Se trata de presupuestos absolutamente formidables: ¿por qué cortar en cuarenta y dos? ¿Por qué el trigésimo es normalien y el trigésimo primero no lo es?[68] Son cuestiones muy importantes desde un punto de vista sociológico: ¿quién decide la frontera? ¿Qué efecto produce esa frontera? ¿El cuadragésimo tercero ya no es intelectual, o sucede simplemente que ya no se cuenta entre los “primeros intelectuales”? Por otra parte, ¿los intelectuales aspiran a ser “primeros”? Se presupone que hay entre ellos una carrera para ser el primero. Otro presupuesto se expresa en el subítem: “¿Hay todavía maîtres à penser? (Esta expresión misma daría motivos para pensar). ¿Los Gide, los Camus, los Sartre?”. Aquí se presupone que estos tres fueron maîtres à penser. (Aprovecho que hoy no somos muchos y hago una suerte de interludio, para avanzar al ritmo con que habría que avanzar si se trabajara verdaderamente bien, es decir, de manera extrapedagógica, pero voy aún más rápido de lo que sería necesario).
“Lire interrogó a varios centenares de escritores, periodistas, profesores, estudiantes, políticos, etc.”. También aquí lo esencial se dice según el paradigma de la carta robada comentado por Lacan:[69] nos lanzan a la cara pruebas que saltan a la vista y nos dicen lo esencial. Lo esencial, aquí, se dice en una frase que pasa inadvertida porque quien la dice no la ve ni sabe lo que dice. Esto es importante: los mejores efectos simbólicos son los que los emisores producen sin saber lo que dicen, cuando en realidad dicen algo muy importante. Dicen algo que no saben y, al hablar con desconocimiento de causa, generan una relación de desconocimiento compartido que es tal vez lo que yo llamo “violencia simbólica”.
“Lire interrogó a varios centenares de escritores, periodistas, profesores”, estudiantes, políticos, etc. (Aquí hay una elipsis y más adelante se aclarará:) “La pregunta se envió a seiscientas personas. El 11 de marzo, habían respondido cuatrocientas cuarenta y ocho. Nuestro agradecimiento a ellas. A continuación, sus nombres”. “Respondieron masivamente” (sería interesante estudiar este “masivamente”). Ahora comenzamos a reaccionar; el orden es importante: “escritores”, “periodistas”, “profesores”, “estudiantes” (creo que los intercalaron), “políticos”. Habría que reflexionar sobre lo que quiere decir el lugar otorgado a esas personas. A continuación, “respondieron masivamente”. Como antes han leído “referéndum”, es evidente (“masivamente”, “referéndum”) que va a ser un plebiscito, vale decir, una consulta de masas a la cual ha respondido gran cantidad de personas. Así, nos hacen la jugada del efecto de número: el juicio que va a producirse –la palabra “producir” puede tomarse en varios sentidos– es socialmente sancionado por una colectividad que en apariencia se ha definido (los escritores, etc.) y que es numerosa. Se trata por tanto del efecto de masa, el efecto de consenso, de consensus omnium, pero jamás se dice que es omnium. Se moviliza así una definición implícita de la intervención de la población que participa. Nos dicen: “Van a leer el resultado de un referéndum en el cual el conjunto de las partes interesadas, prácticamente la totalidad de los jueces competentes para juzgar lo que debía juzgarse –salvo algunos tipos raros que consideraron demasiado complicada la pregunta o que no tenían tiempo–, ha respondido”. Y el subítem agrega: “Respondieron masivamente. Confesando su turbación. No plebiscitando a nadie. Pero reconociendo la influencia de Lévi-Strauss, Aron y Foucault”.
Falsas preguntas y verdaderas respuestas
El “no plebiscitando a nadie” es muy importante. Hay que leer entre líneas: una cuestión subyacente a este palmarés es la de saber si hay un sucesor de Sartre, cuestión típicamente periodística que es producto del interés inconsciente de los periodistas y de sus estructuras inconscientes de percepción del mundo social. Los periodistas trasladan al campo intelectual una problemática que es la del campo político y que concierne al problema de la sucesión, un problema sociológico de primera importancia. Aquellos de ustedes que conozcan a Weber saben que, con respecto a cada forma de dominación, se pregunta cuál es el modo de sucesión que la caracteriza.[70] En el modo de dominación no hay nada más característico que la forma de sucesión que le es propia, y una de las propiedades más interesantes del campo intelectual es que, precisamente, no hay sucesor. En otras palabras, se impone una falsa pregunta a la cual, como es obvio, se encuentra de inmediato una falsa respuesta o, mejor, una verdadera respuesta. Es un efecto que también los sociólogos producen constantemente: obtienen verdaderas respuestas a falsas preguntas.
Este efecto es clásico: los encuestados son personas muy valientes que, contrariamente a lo que se dice, responden siempre –hay quienes no responden, pero, si se fuerzan un poco las cosas, siempre se las hace responder–, aunque basta con olvidar que la pregunta que se les hace responder es una falsa pregunta para producir realmente una falsa respuesta, que se torna verdadera para el propio sociólogo. Al no saber, por definición, que su pregunta es falsa, el sociólogo es el peor situado para ver que ha producido una respuesta que no existía o, para mayor exactitud, una respuesta que existe para alguien que no tenía la pregunta a la cual responde.[71] El sociólogo debe considerar como factor, entonces, que la persona que ha respondido no tenía la pregunta, lo cual no quiere decir que, una vez hecha esta, la respuesta no exista; es muy complicado. Un sociólogo debe preguntarse sobre el estatus de la pregunta que plantea.
Esto, desde luego, también vale para las personas que hacen historia de la literatura, sociología de la literatura, historia de la filosofía, etc.: “¿No hago a mi autor, a mis autores, a mis textos, etc., preguntas que ellos no podían hacerse?”. Lo cual no quiere decir que no respondan a esas preguntas –siempre se puede hacer responder–, pero es importante saber que se ha hecho algo al hacer determinada pregunta.
De ese modo, el subítem está lleno de supuestos. Insisto mucho en que esos supuestos son inconscientes. Sería muy necesario interrogarse sobre la palabra “inconsciente”. Yo la utilizo de manera estrictamente negativa para decir que no se trata de una estrategia consciente: no es deliberada, no está “hecha para”, no es producto de una intención individual.