la medida que se implican ellos mismos en la reflexión. Y así ocurre que el trabajo diario resulta ser una continua provocación a entrar en el debate cultural de nuestro tiempo e intentar una toma de posición a partir de la fe.
Dentro de este marco incluyo las numerosas invitaciones para conferencias y charlas que me llegan casi diariamente y que naturalmente pueden ser acogidas solo en mínima parte. Quien como hombre de Iglesia, y por tanto a partir de la fe y de la razón implicada en ella, quiere participar en la reflexión y la acción que se refieren a las grandes tareas de la Iglesia y del mundo debe también arriesgar en el debate público e intentar estar presente en él como uno que da, pero también como uno que recibe.
De este modo se ha formado este libro, casi como los otros de los últimos años: recoge textos que han nacido de la participación pública en la reflexión y en el diálogo sobre los problemas del presente. No elegí yo los temas; me han sido propuestos. Son, por tanto, diferentes; como diferentes han sido las ocasiones en las que nacieron. Pero, de todos modos, tienen una ligazón interior y pueden disponerse según un orden no meramente formal.
Se hallan al comienzo las cuestiones de principio de los fundamentos morales y religiosos de nuestro quehacer político. Después de la caída del muro, que había dividido Europa en un sector atlántico y otro soviético, surge de forma nueva el problema de esta parte de nuestra tierra: lo que estaba separado quiere ser de nuevo un todo unido, y, por tanto, después del fracaso de las teorías utópicas, de forma renovada se está a la búsqueda del vínculo con la propia historia.
A este respecto, es evidente que «Europa» no es un concepto geográfico, sino una grandeza histórica y moral. En las revoluciones de los últimos años se ha desvelado con extrema claridad que el actuar político, social y económico no se lleva a cabo solo mediante la tecnocracia, sino que en el fondo implica un problema moral y religioso.
Ciertamente, en el mundo complicado de hoy son necesarios una cantidad tremenda de conocimientos técnicos especializados que no pueden ser sustituidos por moralismos. Desde este punto de vista, la competencia del teólogo en los problemas políticos es limitada. Las instrucciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la teología de la liberación querían recordar este límite frente a las falsas mezclas de fe y política. Pero tampoco existe una política neutra. La revuelta estudiantil del 68 tenía razón al intentar poner de manifiesto la imposibilidad de una ciencia neutra; lo mismo vale para la política.
En los temas que se me han propuesto, recogidos en este libro, he intentado tener en cuenta los dos aspectos del problema: por una parte, no sustraerme a las cuestiones que se definen de buena gana como problemas «mundanos», y, por otra, no dar motivo para pensar que la teología tenga una respuesta para cada cosa.
OBJECIONES CONTRA EL TEMA DE EUROPA
Permitidme entrar un poco más concretamente en el tema de Europa. Que el Este y el Oeste deban encontrar una nueva unidad y que este problema se ponga de modo decisivo en el continente de Europa, antes dividido, es algo aceptado por todos. En este sentido, difícilmente se negará que esta conformación peculiar, que llamamos Europa, se ha convertido hoy de nuevo en un problema y una tarea. Pero, cuando se plantean los problemas concretos, este acuerdo desaparece.
Veo tres temores contrapuestos, que surgen respecto al ideal de Europa y que por tanto hacen problemática la acción por una renovada comunidad de Europa. En primer lugar, menciono el temor a que el programa Europa sea utilizado en la «tendencia restauradora» de la Iglesia católica. Tras el eslogan «nueva evangelización» se escondería el objetivo de hacer retroceder la Reforma y la Ilustración y, favorecidos por las ventajas del momento presente, reedificar una Europa dominada por los católicos bajo la guía del papa. Se querría, en definitiva, volver a una época anterior a la época moderna y hacer efectivo el sueño de un mundo católico. Contra esta tendencia habría que defender el progreso, la libertad de pensamiento, la laicidad y la mundanidad.
Un segundo temor, de naturaleza más bien opuesta, lo ha expresado recientemente, haciéndose eco de muchos, el filósofo húngaro Thomas Molnar, exiliado en América, donde enseña. Él tiene miedo de la Europa de la burocracia económica de Bruselas, teme la reducción de la realidad al mercado y a la mercancía. Según él, la línea fundamental de la actual política europea va hacia un sometimiento al american way of life, con que Europa dejaría de ser ella misma para convertirse en un apéndice de Norteamérica. Se perfila una homologación del estilo de vida desde el fast food hasta la lengua y la estructura de las ciudades, cuyo vacío interior da miedo. Venecia y Roma (por poner solo dos ejemplos cercanos) se manifiestan circundadas por un cinturón de ciudades satélites que conducen a la decadencia de la antigua urbe como ámbito vital.
De este modo, crece el temor de que en la unificación de Europa dominen solo los criterios de una cultura caracterizada por lo cuantitativo, en la que cuenta solo el tener más y el ser mayor, mientras que al mismo tiempo se va perdiendo todo lo auténticamente humano. Y así la tolerancia universal se convierte en intolerancia universal: solo lo que se puede incluir en el criterio cuantitativo tiene valor; si verdad y ethos salen del ámbito puramente privado y aspiran a un valor público, salen fuera del pluralismo permitido y aparecen como pretensión totalitaria que quiere someter al hombre a un yugo; no pueden, por tanto, pretender la tolerancia.
Ante tales fenómenos, el discurso sobre un nuevo orden mundial puede tener en sí algo poco confortante. No es casual que en los años pasados haya sido reeditado el libro de Benson El amo del mundo, del año 1907, que describe la visión de una civilización unificada y de su poder destructivo del espíritu. El Anticristo es representado como el constructor de la paz de este nuevo orden mundial. En Alemania el libro ha aparecido en 1990 en una nueva edición, evidentemente a causa de la convicción de que tal homologación de la humanidad debe ser considerada hoy como un peligro real, que debe ser rechazado.
Por último, está el temor del eurocentrismo y el recuerdo de que la historia europea no es de ningún modo la historia de un mundo íntegro, al que se podría volver de nuevo después de todos los errores de la ideología moderna. El resurgir de los nacionalismos, con toda su crueldad destructiva y su restricción mental, como hoy está sucediendo, solo puede confirmar la actualidad de tales avisos respecto a una romántica vuelta al pasado.
¿Qué decir ante tales temores que parecen excluir tanto la construcción de Europa sobre el pasado histórico como la fuga hacia una civilización ahistórica-cuantitativa? Ante todo, es claro que no tendría ningún sentido buscar la vuelta a un pasado. No existe ningún camino hacia atrás. Una idea de Europa que no consiguiera integrar la herencia de la época moderna no tendría futuro; se apoyaría en una concepción abstracta de la historia.
Pero no creo que nadie tenga en la mente una idea semejante. La nueva Evangelización no significa la reedición de lo que ha existido. Tiene su origen en el convencimiento de que el Evangelio de Jesucristo, porvenir de la eternidad, lleva en sí no solo un ayer y un hoy, sino sobre todo un mañana. Cada época lo experimentará y lo vivirá de modo nuevo. Solo en la medida en que llegue tanto a los confines de la tierra como hasta sus límites temporales e históricos podrá desarrollar y mostrar su verdadera grandeza. Nueva Evangelización significa que sean desveladas al hombre las fuentes de su identidad, y que así sea capaz de desarrollar toda la plenitud de su ser.
INDICACIONES PARA UN CAMINO
De este modo, ya hemos dado en su núcleo la respuesta a la segunda y a la tercera dificultad que antes he intentado presentar. Los conocimientos y los descubrimientos de la ciencia y la técnica moderna no tienen que ser anulados; aunque hayan surgido al respecto muchas dudas en nosotros, todo lo que es conocimiento verdadero y utilización humana de este conocimiento permanece válido y apreciable.
Hoy tenemos ideas más críticas respecto al progreso técnico porque comenzamos a ver la amenaza que supone para la tierra un progreso indiscriminado. En este sentido, se deben encontrar líneas de discernimiento y criterios que hagan más articulada la relación con nuestra ciencia y las posibilidades de hacer. El rechazo simplista no conduce a nada.
Existe una especie de resentimiento respecto al mundo moderno que puede unirse a las ideologías más diversas y llegar a ser decididamente peligroso. La idea de