reflexión sobre ese arte experimentable en todos y cada uno, en su impulso y en su medida, sería la filosofía. Pero ya no la del hombre conceptual que se distancia del vértigo metafórico del lenguaje, que se protege así del sufrimiento que afecta al intuitivo, al artista, sino una filosofía de la apariencia esquemática, apolínea, en su exposición más bella lógicamente, que sin embargo hace perceptible lo inimaginable, la locura de la verdad, la negación del individuo y su disolución en la pérdida del sentido, algo que no tiene forma pero que se acerca danzando, con sonido de flautas en la noche. De allí que la poesía y la filosofía sean dos maneras del mismo arte, dos aproximaciones a la lengua como obra de arte natural. El arrebato de la poesía solo se hace perceptible por la mediación de una forma asumida, por la mesura. No hay exceso sin una ensoñación del límite. No hay retorno al origen sin una intuición histórica, aunque sea una alucinación de las sombras del pasado.
¿No es acaso demasiada fe para el arte, demasiada creencia en la posibilidad de la poesía? Como última forma de la voluntad de creer, también el arte debe dejar de ser uno, tiene que multiplicarse. No ser entonces una sombra del dios único sino la producción de un retorno de los dioses, sueño y embriaguez desplegándose en una banda continua, la historia que vuelve a empezar. Tal pluralidad, como la inestabilidad de los modos de nombrar las sensaciones, que siempre desmienten y mueven las palabras, no niega ninguna ley, no hace más que afirmar la determinación variable de las vidas, el retorno continuo de los modos terrestres, de Dionisos y de Apolo, aunque no solo de ellos. El deseo y la fuerza de choque juegan también en la reaparición permanente de Afrodita y Artemis, de Perséfone y Atenea. En cierta etapa, Nietzsche pensará incluso que el arte, con su misterio de velar un vacío para mostrar la intensidad de sus efectos, existe para protegernos de tan aniquiladora verdad, como un consuelo supremo para la existencia mortal. Pero al final será más bien su ejercicio de salvación, la salud y la afirmación de una vida que quiere existir, que a cada palabra pronunciada, a cada sueño y a cada olvido, le dice que sí. El eterno retorno no es el de la farsa de la historia, sino la vuelta hecha de creación y destrucción de formas, la construcción de imágenes y el extravío del sentido. El siempre igual desvelamiento de su misterio infantil nunca está lejos del puro desgarro del mismo velo. La máscara del artista se descubre entonces como lo más cercano a la propia identidad, no el yo sino ese querer siempre lo que pasa, ese trance de desear que se convierte en hacer. Como última figura del heroísmo, el artista que no quiere decir nada, el personaje de una decadencia, cuyos dioses son apenas pulsiones, instintos y un conocimiento de la historia técnica, se refugiará en sus efectos, en el sentimentalismo que será su fe. Y en primer lugar el sentimentalismo que retorna para sí mismo, no en un “público”, siempre imaginario. Ahí lo dejará Nietzsche, con arrebatos de emoción crédula y caídas en la hipocresía, porque el artista luego se adueñará del filósofo danzante, convertido en Dionisos hasta el final, sin el auxilio de la máscara apolínea, sin libros por venir. Es el otoño de la filosofía pero es también la vuelta de la poesía, su otoño sentimental, lingüísticamente brillante, como el fechado por el poeta un 15 de noviembre de 1759, once años antes de nacer, que parece ser en verdad del 12 de julio de 1842, cuando en su altillo de una supuesta insania empezaba así Hölderlin o Scardanelli o Dionisos resucitado: “El brillo de la naturaleza es más alta apariencia, / donde termina el día con muchas alegrías, / es el año, que con esplendor se completa, / donde los frutos se unen a ese brillo dichoso”.4
Repito que los ensayos que siguen deben su forma, cierto inacabamiento de la exposición, al hecho de provenir de unas notas, bastante profusas, para las clases de un seminario. Aun cuando luego fueron reescritas a fin de completar algunas de sus lagunas, no abandonan su carácter de síntesis de los textos que citan, glosan y comentan. Su objetivo no era tanto interpretarlos, como puede ser el caso de esta introducción así como de su reutilización en el texto final de este volumen, sino más bien destacar sus momentos fundamentales y alentar a lecturas minuciosas de los escritos de Friedrich Schlegel al igual que de Nietzsche, poniendo de relieve su actualidad para una teoría del arte y una crítica literaria contemporáneas. Esa atención a los textos mismos se abstiene pues de proporcionar una historización detallada y una bibliografía crítica, conjeturalmente tendiente al infinito, de dichos autores.
S. M.
Córdoba, Argentina, septiembre de 2019
1. Se trató del Seminario “Enfoques filosóficos de la literatura y el arte”, realizado el 23 y 24 de agosto de 2018, y orientado principalmente a los estudiantes de la maestría en Estética.
2. Friedrich Schlegel, “Conversación sobre la poesía”, en El absoluto literario. Teoría de la literatura del romanticismo alemán, eds. Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy (Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2012).
3. Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont, Los cantos de Maldoror (Madrid: Cátedra, 2008), 113.
4. Friedrich Hölderlin, Poemas de la locura (Madrid: Hiperión, 1978), 85.
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