Jorge Bucay

La vida no admite representantes


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      3. Todos los que están en proceso de duelo o de grandes cambios suelen tener ventanas como ésta. Corresponde a personas que no quieren exponerse ni tienen demasiado interés en los demás. Es la ventana de los que sienten miedo, están deprimidos o atraviesan un momento difícil.

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      4. Y por último la mejor ventana que se podría tener. Es la más luminosa y corresponde a la de los seres libres, auténticos y abiertos. En ella se puede encontrar un gran yo libre, un poco de yo negado y algo de privacidad para el yo secreto. También existe un minúsculo yo oculto listo para ser descubierto.

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      Freepik

      Yo creo firmemente que la luz entra a nuestras vidas por el cuadrante libre. Y cuanto más grande sea esa parte, mejor y más auténtica podrá ser nuestra existencia.

      Si esto es verdad, la pregunta sería: ¿cómo se construye una ventana así? ¿Qué podría hacer alguien que hoy se encuentra con sinceridad con una ventana muy oscura, con un yo oculto demasiado grande? El ejercicio señala el camino. Debería desplazarse la línea vertical hacia la derecha y la horizontal hacia abajo... Fácil de decir.

      Pero, en la práctica, ¿cómo se hace? Pues escuchando más y animándonos a mostrarnos más tal y como somos.

       Aprender

      Es un tanto difícil mantener los oídos “conectados” todo el tiempo. Vivimos rodeados de expertos en casi todo, de vecinos protagonistas de hazañas sólo sabidas por ellos mismos y de demasiados enamorados de su propio discurso. Sin embargo, es indudable que uno de los pasos en nuestro camino hacia la superación personal es escuchar. No hablo de hacer una pausa en lo que digo y permitir que, mientras tomo aire, el otro se dé el lujo de decir algunas palabras. No me refiero a buscar en las palabras del otro la forma de enlazar “con arte” mi propio argumento. Hablo de escuchar activa y comprometidamente y comprender lo que hay de acuerdo y de desacuerdo en lo que me dice otro.

      Por otro lado, ¿por qué nos cuesta tanto abrirnos a la comunicación sincera y abierta? La respuesta es clara: tememos aceptar nuestros errores, nuestras limitaciones, nuestras carencias. Estamos demasiado encerrados en nuestras creencias y les damos la convicción de certeza absoluta, o simplemente no queremos enterarnos de algunas otras verdades. Tendemos a escuchar sólo lo que queremos oír y esconder lo que no nos conviene exponer.

      Por último y por si acaso alguien no quisiera enterarse de la dimensión verdadera de este desafío del que hablamos: hablo de escuchar, no de obedecer. De escuchar, no de someterse. De escuchar, no de estar de acuerdo. De escuchar, no de anular las propias ideas. Escuchar, especialmente para aprender la parte del todo que todavía ignoramos. Esto conlleva, claro, una importante cuota de humildad, porque aprender siempre es un acto humilde. Abrir los oídos debería servir para darnos cuenta de que no tenemos —nadie lo tiene— el monopolio de la verdad y centrarnos en la necesidad de completarnos con la verdad de los otros. El que no se anima a bajar del pedestal nada puede aprender de los demás a los que, sin escuchar, desprecia porque supone o, peor aún, decide que nada pueden enseñarle. Hay que encontrar el lugar de la humildad del que sabe lo que no sabe y está decidido a aprender.

      Autenticidad

      La autenticidad podría ser reconocida como uno de los pilares a tener en cuenta en el desafío de crecer y desarrollarse como personas, y también podría ser el foco de aquellos que se burlan de las preguntas de Perogrullo: ¿por qué tanta lata con esto de ser uno mismo? ¿Es que acaso se puede dejar de serlo? Después de todo, sea como fuere, siempre soy yo el que hace, el que dice y el que piensa... ¿O no?

      En la misma línea podríamos plantear todos los discursos y los textos psi, la validez y pertinencia de conceptos como “Vive hoy” o “Vive aquí y ahora” (¿qué otra posibilidad cabría, si hablamos en sentido estricto?)

      En lo personal creo que ambos cuestionamientos tan racionales no están exentos de cierta intencionalidad descalificadora y banal valiéndose para ese objetivo de una literalidad absurda y nada inocente.

      Lo que sucede es que el elogio de la autenticidad no trata de convencerte de que tú eres tú y de que tu existencia está sucediendo en este lugar y en este momento, eso es obvio; se trata de traer tu conciencia plena a ese hecho, para así empujar en ti una actitud que no esté centrada en tu imaginario, en tu penar por lo pasado ni en tus expectativas para el futuro.

      El “consejo” es, pues, no te distraigas, deja de usar tu tiempo en lo que sucedió y que no puedes cambiar o en lo que todavía no sucede. Ocúpate más de centrarte en el presente y disfrútalo o padécelo, con todo tu corazón y con toda intensidad.

      Tampoco se trata de creer que tú puedes dejar de ser tú, por la vía de tomar algunas decisiones acertadas, ya que por ese camino sólo terminarías, como máximo, siendo tú actuando como si no fueras tú. Al contrario, esta arenga se trata de la saludable decisión de aceptar que eres quien eres y que está bien que así sea; se trata de cancelar el esfuerzo de pretender dejar de ser como eres, de exigirte cambiar o de querer parecerte a no se sabe quién.

      Sé auténtico significa “sé tu mismo”, es decir, no quieras ser más que quien eres (ni menos), no te enojes con tus errores y defectos, no reniegues de tus carencias, no mutiles esos aspectos de ti que a algunos otros no les parecen atractivos. “Ser uno mismo” implica defender frente a todo y a todos la lealtad para con la propia manera de ser y de pensar, y es la mayor expresión del autorrespeto, ser fiel a los propios principios, ideas y sentimientos.

      Hago una pausa para reírnos juntos de lo opuesto de esa lealtad, recordando al más grande humorista de la historia: Groucho Marx.

      En una escena de una película, él discute acaloradamente con alguien a quien le pide un trabajo, que él y sus hermanos necesitan con urgencia. De pronto, frente a una propuesta del empresario, Groucho parece plantarse y con firmeza dice: “Mire, señor, ¡éstos son mis principios! Y si no le gustan... tengo otros...”.

      Auténticas son aquellas personas cuya conducta y palabras son congruentes con su pensar y sentir, que son capaces de sostener un perfil personal a lo largo del tiempo, que no viven disculpándose o disimulando sus opiniones, fluyen simplemente interactuando con otros y con el mundo, como dijimos, fieles a sí mismas.

      Esta fidelidad es muchas cosas: valor, derecho y obligación, además de una poderosa herramienta para una vida más saludable.

      Acompáñame en este clásico ejemplo que propone la psicología freudiana:

       Imagina que te avergüenza mostrar algunos aspectos de ti.

       Imagina que los escondes en un barril para que nadie los vea.

       Imagina ahora que sumerges ese barril bajo el agua para ocultarlo.

      Adivinas lo que sigue, ¿verdad?

      Estarás condenado para siempre a hacer presión en el barril para mantenerlo oculto, ya que en cuanto aflojes la tensión, en cuanto te descuides, en cuanto quieras dejar esa tarea, el barril emergerá mostrando lo que trataste de esconder.

      No es metafórico decir que el gasto de energía que se consume en esta tarea se “roba” de la que precisamos para vivir nuestra mejor vida.

      La autenticidad requiere, desde el principio, la decisión y la valentía de pararse en los propios pies y defender lo que uno es, aunque no sea más que para comenzar un proceso de cambio (no puedo cambiar lo que soy