colectivo también es una memoria genética que comparte la especie humana, con miedos atávicos e irreflexivos que nos atormentan más allá de nuestro raciocinio consciente, y que Lovecraft no hace más que exponer en sus textos, introduciéndonos en su universo onírico de terror casi sin proponérselo, es decir, sintiéndolo, sufriéndolo y expresándolo a través de las letras, como el poeta que comparte un sentimiento y llega hasta el alma de sus lectores, aunque estos jamás hayan sido abandonados por el amor de su vida.
Lovecraft señala a algunos dioses primigenios y les pone nombre, pero deja en el más oscuro de los túneles de la memoria genética y colectiva a los más antiguos, los más terribles y obtusos, incomprensibles para la humanidad, los que no tienen nombre.
Empatía e identificación
Para que un público amplio logre identificarse con un autor, artista o actor, este debe parecer vulnerable.
Lovecraft, sin duda alguna, logra este propósito sin necesidad de proponérselo. Su aspecto físico, su mirada, su biografía, y hasta la época que vivió, lo hacen un personaje atractivo para el público en general y para sus seguidores y fanáticos en particular. Lovecraft (amor artesanal) no es una belleza deslumbrante ni aparenta una personalidad arrolladora, sino todo lo contrario: parece un ser débil, resentido, angustiado, asustado, solitario, necesitado de comprensión, ayuda y cariño. No llega a ser el antihéroe, pero sí refleja el dolor humano y una emocionalidad frágil, como la de una amplia mayoría de la humanidad.
Sus terrores ante el vacío, que lo atrae y le hace sufrir, son los mismos que experimenta buena parte de la humanidad que busca, como él, otra mitología, otras realidades, otros senderos menos trillados y aún menos falsos que los que le ofrece la normalidad, una normalidad que soslaya la debilidad y terrible desamparo vital y existencial al que se enfrentan hombres y mujeres de este mundo, como también la padecía y aborrecía Lovecraft.
Casi todos por nuestra formación, contexto temporal y entorno, tenemos una serie de miedos, fobias y dudas, somos contradictorios y pensamos una cosa, sentimos otra y acabamos haciendo algo completamente diferente a lo que pensamos y a lo que sentimos en plena disonancia cognitiva, lo que no es de extrañar, pues nuestras leyes y nuestra moral atentan contra nuestra naturaleza, y los parámetros de conducta correcta o ejemplar son imposibles de conseguir. Inventamos el bien y el mal para portarnos bien, pero a menudo somos incapaces de distinguir entre el bien y el mal y simplemente hacemos lo que creemos, porque más que racionales somos creyentes y emocionales, y eso nos hace creer, por ejemplo, que esterilizar a un animal es lo correcto, matar al enemigo es lo idóneo y someternos a quien nos roba, ultraja o asesina es un honor.
Pero más allá de la socialización, siempre interesada y esquiva, están los miedos y las fobias del todo irracionales; algunas nacen de traumas y malas experiencias, pero otras son del todo atávicas y no se refieren a experiencia alguna, y es aquí donde el universo de Lovecraft se hace presente.
Miedos y fobias
Como veremos más adelante, Lovecraft era algo maniático y puntilloso, y según alguno de sus biógrafos padecía varios miedos y fobias, con lo que a menudo incluso salir de la cama le producía mareos.
Puede ser que exista alguien que no tenga ningún reparo, miedo o fobia debido a una experiencia traumática, pero es muy probable que todos y cada uno de nosotros tengamos un miedo o fobia atávica.
Al vacío (Aristóteles decía que la Naturaleza odiaba el vacío).
A las alturas, aunque nunca hayamos subido más allá de unas escaleras.
Al Coco, Hombre del Saco o personaje amenazante y desconocido.
A lo diferente.
A lo nuevo o demasiado novedoso.
Al cambio radical.
A la rutina constante.
A las arañas que nunca nos han hecho daño.
A las ratas que nunca hemos visto.
A los contagios que nunca hemos sufrido.
A las enfermedades que nunca hemos padecido.
Y a cientos de cosas más bien estudiadas y denominadas por los psicólogos, pero para Lovecraft hay cuatro miedos atávicos:
La soledad, a pesar de ser un solitario.
El páramo, que nunca sufrió en su vida urbanita de Massachusetts.
La podredumbre, o todo aquello que se degenera incluso más allá de la vida, de la muerte y de lo que suceda en esta realidad y en este planeta.
Y los dioses o seres de otras dimensiones, de otras esferas, que se burlaban del ser humano aterrorizándolo.
La casa del fin del mundo reúne casi todos sus temores, señalando intrínsecamente que se puede estar del todo solo y abandonado con o sin gente alrededor, con o sin monstruos que nos aniquilen.
Para Lovecraft el ser humano está siempre solo, abandonado, desprovisto de divinidad y sin amparo ante las fuerzas que lo rebasan.
Unas fuerzas que van más allá de su mente y de su alma, más allá de su imaginación, más allá de sus prejuicios, de sus capacidades y de su formación, porque son fuerzas que le superan y que han estado ahí desde antes, desde siempre, y que lo seguirán estando cuando la humanidad desaparezca del todo como especie débil, torpe y experimental que es.
El miedo puede brotar de cualquier fuente y ser del todo inexplicable, puede originarse por un simple sonido, un ruido, una oscuridad o iluminación repentinas.
Lo podemos sentir sin saber de dónde proviene, así, nada más, por las malas o por las buenas, con una sensación de frío o escalofrío, sin estímulo externo patente, como algo que se nos adhiere o nace del fondo de nuestra alma. Un ambiente, una mirada o la sensación de una mirada aunque no veamos a nadie que nos observe. Un golpe de intuición, una alarma primigenia que nos alerta sobre algo o sobre alguien, una paranoia esquizofrénica, un olor, un cambio en la ruta del aire, algo invisible y a la vez intolerable, e incluso nuestra propia pequeñez ante cualquier cosa superior a nosotros visible o invisible.
Quizá la memoria genética que compartimos explique ciertos temores hacia roedores e insectos, climas y movimientos terrestres, cercanía de depredadores o competidores, como sucede con otros animales que huyen antes de que suceda un incendio, un terremoto, una inundación o sufran un ataque, pero los miedos de Lovecraft van un poco o mucho más allá, porque son cósmicos, telúricos, inframarítimos, e incluso dimensionales o de otras realidades que nos acompañan y que somos, normalmente, incapaces de ver y de palpar aunque estén frente a nuestras narices; y que no son precisamente fantasmas sino seres perfectamente vivos y hambrientos de un vibración dimensional muy cercana, pero distinta a la nuestra, monstruos o no monstruos, dioses o no dioses.
¿Sueños o viajes astrales?
Las visiones y sueños, como en Las aventuras oníricas de Randolph Carter, dentro del Ciclo Onírico de Lovecraft, parecen algo más que simples visiones desordenadas y sueños que se escurren de la memoria nada más despertar, por lo que no sería arriesgado señalar que bien podría tratarse de viajes astrales, así Dreamland, la Tierra de los Sueños que propone Lovecraft, sería un lugar dimensional donde se puede existir y permanecer después de la muerte, y no solo un lugar imaginario de ensueño.
¿Cuántas veces, al soñar, el ser deambula por otras dimensiones astrales, por otros mundos?
Lovecraft no es el primero en probarlo, pero sí el primero en describirlo ampliamente, en ese doble memento de la vida en este mundo y de la existencia en el mundo astral de los sueños tan real y sólido, o quizá más, que el nuestro.
Bienvenidos, tanto si son fanáticos en el tema y están de acuerdo con mis apreciaciones o no, como si son nuevos seguidores y me creen o no lo que escribo, al increíble e impagable multiverso de H. P. Lovecraft.
II:
Breve biografía de H. P. Lovecraft
Si los dioses que conoces
no