posmodernidad, a su vez, las sustituye por las reglas del mercado globalizado, la opinión pública, la elección individual, la sensación y la intuición. Esta creciente sustitución de la tradición genera “cuestiones de autoridad e identidad” (Lyon, 1998, p. 37).
La consecuencia de la ruptura con el pasado es una sociedad que camina sin referencias, divorciada de cualquier tradición. Como un conjunto de valores absolutos, la tradición se ha convertido en un adversario. Alexis de Tocqueville dice que, desde la Revolución Francesa, “los intelectuales han roto con la tradición, la religión y, finalmente, con la esencia de la sociedad y la historia” (1979, p. 21). “Los escritores han despreciado todas las instituciones fundadas en el respeto al pasado” (ibíd., p. 142). Para él, una vez que las leyes religiosas fueron “abolidas”, y el pasado ya no ilumina el futuro, el espíritu humano vaga en la oscuridad. Para la pensadora judía Hannah Arendt, “la ruptura de nuestra tradición es un hecho acabado. No es el resultado de una elección deliberada de nadie, ni está sujeto a una decisión ulterior” (1992, p. 54).
En el debate sobre la ruptura con el pasado, es necesario saber, sin embargo, con qué tradición específica el posmodernismo causa la ruptura.
Dos vertientes principales formaron el pensamiento y la moralidad occidentales: las tradiciones hebreas y griegas. Bornheim afirma que “de la tradición hebrea vinieron la religión y la moral”. De Grecia, “heredamos la diversidad de las artes y las letras, [...] recibimos la filosofía y la ciencia, es decir, de un modo racional” (1996, p. 55).
Hay una paradoja en la forma en que se articulan las dos fuentes del pensamiento occidental, y una clara diferencia entre el producto de cada una. “El judío parte de un Dios que es garantía de orden, de armonía, de sentido, y solo después viene la separación dolorosa, con la Caída. El griego, en cambio, comienza a partir del caos y el orden se convierte en objeto de una dolorosa conquista” (ibíd., p. 57). Excepto por la perspectiva mesiánica, el pensamiento hebreo, por lo tanto, es negativista; comienza con el orden de la Creación y termina con el caos resultante de la Caída. El griego, por otro lado, es positivo: eleva al hombre a la categoría de constructor de la historia.
La modernidad y la posmodernidad, al descartar la tradición moral y el conocimiento teológico sostenidos por la Iglesia, rompen, por lo tanto, con la tradición revelada de origen hebreo y bíblico, pero no rechazan necesariamente la herencia griega. La ruptura, entonces, con la tradición por parte del mundo posmoderno es en relación con los valores morales y éticos de origen religioso, aunque la religión se cultive en la posmodernidad.
Para Lefort, la crisis de la razón, vivida en la posmodernidad, merece ser examinada detenidamente, ya que se dirige hacia “una pérdida definitiva de los criterios del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto; abre un abismo”, y “esta crisis no significa el fin de la tradición, sino el fin de cualquier tradición” (1996, p. 28).
La pérdida de la noción del bien y del mal, de lo correcto y lo incorrecto, ya identificada con el nihilismo de Nietzsche, afecta a uno de los conceptos más sensibles de la moral occidental: la expectativa de un Juicio Final, una creencia hebrea y bíblica. Lefort observa que el rechazo de la tradición, tan evidente en el siglo XX, afecta, si no elimina, “la fe en una verdad por encima de los hombres, la fe en una ley trascendente, que se definiría como un derecho natural o que emana de los mandamientos de Dios” (1996, p. 29). Hannah Arendt dice:
Tal vez nada mejor que la pérdida de la fe en un juicio final distingue a las masas modernas tan radicalmente de las de siglos pasados: los peores elementos han perdido el miedo, los mejores han perdido la esperanza. Incapaces de vivir sin miedo y sin esperanza, las masas se sienten atraídas por cualquier esfuerzo que parezca prometer una imitación humana del Paraíso que deseaban y del infierno que temían (1998, p. 497).
La libertad que se busca en la ruptura con la tradición y el pasado en la posmodernidad termina en una ruptura con los valores morales y religiosos que siempre han representado un fundamento de la cultura y la moralidad occidentales. Sin embargo, más que la herencia griega, la herencia hebrea y bíblica contribuyó en gran medida al desarrollo de la noción occidental de los derechos humanos, la justicia social y la libertad.
Posrazón
La posmodernidad se caracteriza por una ruptura brusca con la tradición moral y religiosa hebrea y bíblica. Sin embargo, el espíritu posmoderno también busca desprenderse de los criterios de verdad en el campo de la ciencia misma, rompiendo con la tradición racionalista de la Ilustración, que caracteriza a la posmodernidad como una cultura posracional. La filosofía posmoderna niega a la razón su pretendido liderazgo en el campo del conocimiento, admitiendo también la experiencia y la intuición.
La crisis de la razón y el colapso del modelo de civilización marcado por la racionalidad significan que el pensamiento lógico occidental ha entrado en declive. Para los posmodernos, sin embargo, tal fenómeno no es exactamente el fin del mundo, sino la posibilidad de un nuevo comienzo. Gianni Vattimo rechaza las predicciones apocalípticas enfatizadas por aquellos que ven el fin de la modernidad como un signo de decadencia cultural, y afirma que la reanudación de la historia confirma el sentido de determinación del papel del ser humano en la historia (1996, p. ix).
En esta nueva era, parece ser una meta superar la dictadura de la razón. Después de conocerla y experimentar su naturaleza represiva de la emoción y la intuición, la humanidad parece estar avanzando hacia la “posrazón”. Este movimiento no se produce sin traumas. El mundo occidental está experimentando un drama: “Es nuestro dilema con la razón. Antes la necesitábamos y hoy sentimos que nos corroe, que destruye todo lo que tenemos de puro, sublime, íntimo” (Marcondes Filho, 1993, p. 25). Se busca, por lo tanto, recuperar los componentes de la naturaleza humana que la razón ha atrofiado: lo sensible, lo imaginativo y la fe, un modelo místico que no ofrece más que un simulacro de Dios.
La crisis de la cultura y de los valores tradicionales occidentales se debe al hecho de que el Dios bíblico y su Palabra han sido excluidos de la escena del pensamiento moderno. Vattimo dice que si “en el mundo contemporáneo, Dios murió”, “el hombre no está muy bien” (1996, p. 17). La salida de la crisis cultural, en este caso, sería traer a Dios de vuelta al centro de la realidad. Heidegger dice que esto puede ocurrir a través de un retorno al pensamiento creativo, capaz de sintonizar la “verdad del ser” (1967, p. 98). El posmoderno extraña a Dios, pero no al Dios tradicional. Así, el “Dios” posmoderno no es la otredad suprema o el Dios cristiano, sino la intimidad del ser. Cuando los posmodernos hablan de Dios, hablan de una sustancia de sí mismos, elevada a un estatus divino.
Posdualismo
Una quinta característica del espíritu posmoderno es la superación o negación de las concepciones dualistas de la realidad del universo, que eran tan evidentes en la cultura occidental. Esta negación del dualismo se produce con el fin de fortalecer la visión inmanentista de lo sobrenatural y abre el camino a las experiencias místicas.
En el mundo posrazón, la religiosidad ocupa un lugar de interés como manifestación cultural. Sin embargo, los posmodernos no discuten la existencia de Dios, sino su utilidad. Según el antropólogo Aldo Natale Terrin, en la posmodernidad, “Dios no se conoce, no se comprende, sino que se utiliza”. Argumenta que, en la conciencia religiosa, las preguntas sobre la existencia de Dios, cómo es y quién es, son todas irrelevantes. “No Dios, sino la vida, un poco más de vida, una vida más amplia, más rica, más satisfactoria, que es, en última instancia, el propósito de la religión posmoderna. El amor a la vida en todos y cada uno de los niveles de desarrollo es el verdadero impulso religioso” (1996, p. 220).
Los posmodernos también desprecian cualquier cosmovisión construida sobre bases maniqueas o dualistas. La ruptura con la tradición moral o teológica revelada, en este caso la hebrea y la bíblica, favorece el surgimiento de una visión holística del universo y del ser humano. Según esta nueva visión, el ser humano busca su encuentro y unidad con lo sobrenatural sin mediación. En esta concepción posdualista, los mediadores ya no son necesarios porque “Dios” sería parte del hombre.
Terrin establece un movimiento cíclico en la mentalidad