SEGUNDO. — ¡Lugar para Antonio, para el muy noble Antonio!
ANTONIO. — ¡No, no os agolpéis encima de mí! ¡Quedaos a distancia!
VARIOS CIUDADANOS. — ¡Atrás! ¡Sitio! ¡Echaos atrás!
ANTONIO. — ¡Si tenéis lágrimas, disponeos ahora a verterlas! ¡Todos conocéis este manto! Recuerdo cuando César lo estrenó. Era una tarde de estío, en su tienda, el día que venció a los de Nervi. ¡Mirad: por aquí penetró el puñal de Casio! ¡Ved qué brecha abrió el implacable Casca! ¡Por esta otra le hirió su muy amado Bruto! ¡Y al retirar su maldecido acero, observad cómo la sangre de César parece haberse lanzado en pos de él, como para asegurarse de si era o no Bruto el que tan inhumanamente abría la puerta! ¡Porque Bruto, como sabéis, era el ángel de César! ¡Juzgad, oh dioses, con qué ternura le amaba César! ¡Ése fue el golpe más cruel de todos, pues cuando el noble César vio que él también le hería, la ingratitud, más potente que los brazos de los traidores, le anonadó completamente! ¡Entonces estalló su poderoso corazón, y, cubriéndose el rostro con el manto, el gran César cayó a los pies de la estatua de Pompeyo, que se inundó de sangre! ¡Oh, qué caída, compatriotas! ¡En aquel momento, yo, y vosotros y todos ; caímos, y la traición sangrienta triunfó sobre nosotros! ¡Oh, ahora lloráis y percibo sentir en vosotros la impresión de la piedad! ¡Esas lágrimas son generosas! ¡Almas compasivas! ¿Por qué lloráis, cuando aún no habéis visto más que la desgarrada vestidura de César? ¡Mirad aquí! ¡Aquí está él mismo, acribillado, como veis, por los traidores!
CIUDADANO PRIMERO. — ¡Oh lamentable espectáculo!
CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Oh noble César!
CIUDADANO TERCERO. — ¡Oh desgraciado día!
CIUDADANO CUARTO. — ¡Oh traidores, villanos!
CIUDADANO PRIMERO. — ¡Oh cuadro sangriento!
CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Seremos vengados!
TODOS. — ¡Venganza!... ¡Pronto!... ¡Buscad!... ¡Quemad!... ¡Incendiad!... ¡Matad!... ¡Degollad!... ¡Que no quede vivo un traidor!...
ANTONIO. — ¡Deteneos, compatriotas!...
CIUDADANO PRIMERO. — ¡Silencio! ¡Oíd al noble Antonio!
CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Le escucharemos! ¡Le seguiremos! ¡Moriremos con él!
ANTONIO. — ¡Buenos amigos, apreciables amigos, no os excite yo con esa repentina explosión de tumulto! Los que han consumado esta acción son hombres dignos. ¿Qué secretos agravios tenían para hacerlo? ¡Ay! Lo ignoro. Ellos son sensatos y honorables, y no dudo que os darán razones. ¡Yo no vengo, amigos, a concitar vuestras pasiones! Yo no soy orador como Bruto, sino, como todos sabéis, un hombre franco y sencillo, que amaba a su amigo, y esto lo saben bien los que públicamente me dieron licencia para hablar de él. ¡Porque no tengo ni talento, ni elocuencia, ni mérito, ni estilo, ni ademanes, ni el poder de la oratoria, que enardece la sangre de los hombres! Hablo llanamente y no os digo sino lo que todos conocéis. ¡Os muestro las heridas del bondadoso César, pobres, pobres bocas mudas, y les pido que ellas hablen de mí! ¡Pues si yo fuera Bruto y Bruto fuera Antonio, ese Antonio exasperaría vuestras almas y pondría una lengua en cada herida de César, capaz de conmover y levantar en motín las piedras de Roma!
TODOS. — ¡Nos amotinaremos!
CIUDADANO PRIMERO. — ¡Prendamos fuego a la casa de Bruto!
CIUDADANO TERCERO. — ¡En marcha, pues! ¡Venid! ¡Busquemos a los conspiradores!
ANTONIO. — ¡Oídme todavía, compatriotas! ¡Oídme todavía!
TODOS. — ¡Silencio, eh!... ¡Escuchad a Antonio!... ¡Muy noble Antonio!
ANTONIO. — ¡Amigos, no sabéis lo que vais a hacer! ¿Qué ha hecho César para así merecer vuestros afectos? ¡Ay! ¡Aún lo ignoráis! ¡Debo, pues, decíroslo! ¡Habéis olvidado el testamento de que os hablé!
TODOS. — ¡Es verdad! ¡El testamento! ¡Quedémonos y oigamos el testamento!
ANTONIO. — Aquí está, y con el sello de César. A cada ciudadano de Roma, a cada hombre, individualmente, lega setenta y cinco dracmas.
CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Qué noble César! ¡Vengaremos su muerte!
CIUDADANO TERCERO. — ¡Oh regio César!
ANTONIO. — ¡Oídme con paciencia!
TODOS. — ¡Silencio, eh!
ANTONIO. — Os lega además todos sus paseos, sus quintas particulares y sus jardines recién plantados a este lado del Tíber. Los deja a perpetuidad a vosotros y a vuestros herederos como parques públicos para que os paseéis y recreéis. ¡Éste era un César! ¿Cuándo tendréis otro semejante?
CIUDADANO PRIMERO. — ¡Nunca, nunca! ¡Venid! ¡Salgamos! ¡Salgamos! ¡Queremos su cuerpo en el sitio sagrado e incendiaremos con teas las casas de los traidores! ¡Recoged el cadáver!
CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Id en busca de fuego!
CIUDADANO TERCERO. — ¡Destrozad los bancos!
CIUDADANO CUARTO. — ¡Haced pedazos los asientos, las ventanas, todo!
(Salen los CIUDADANOS con el Cuerpo.)
ANTONIO. — ¡Ahora, prosiga la obra! ¡Maldad, ya estás en pie! ¡Toma el curso que quieras!
(Entra un CRIADO.)
¿Qué ocurre, mozo?
CRIADO. — Octavio ha llegado a Roma.
ANTONIO. — ¿Dónde está?
CRIADO. — Él y Lépido se hallan en casa de César.
ANTONIO. — Voy inmediatamente a verle. Viene a medida del deseo. La fortuna está de buen humor y, en su capricho, nos lo concederá todo.
CRIADO. — Le he oído decir que Bruto y Casio han escapado como locos por las puertas de Roma.
ANTONIO'. — Es posible que tuvieran alguna información sobre los sentimientos del pueblo y la manera como lo he sublevado. Llévame ante Octavio.
(Salen.)
SCENA TERTIA
Una calle
Entra CINA el poeta
CINA. — Esta noche he soñado que estaba en un festín con César, y siniestros presagios atormentan mi imaginación. No tengo deseo de salir de casa, y, sin embargo, un algo desconocido me impulsa.
(Entran CIUDADANOS.)
CIUDADANO PRIMERO. — ¿Cuál es vuestro nombre?
CIUDADANO SEGUNDO. — ¿Adonde vais?
CIUDADANO TERCERO. — ¿Dónde vivís?
CIUDADANO CUARTO. — ¿Sois casado, o soltero?
CIUDADANO SEGUNDO. — Responded a cada uno inmediatamente.
CIUDADANO PRIMERO. — Y brevemente.
CIUDADANO CUARTO. — Y sensatamente.
CIUDADANO TERCERO. — Y francamente, os trae cuenta.
CINA. — ¿Cuál es mi nombre? ¿Adonde voy? ¿Dónde vivo? ¿Si soy casado o soltero? ¿Y luego responder a cada uno inmediatamente y brevemente, sensatamente y francamente? Pues, sensatamente, digo que soy soltero.
CIUDADANO SEGUNDO. - ¡Eso es tanto como decir que los que se casan son imbéciles Temo que eso os va a costar un golpe. Prosigue, inmediatamente.
CINA. — Inmediatamente, voy a los funerales de César.
CIUDADANO PRIMERO. —