Bill Hull

Jesucristo, el Hacedor de Discípulos


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estrategia directa ordenada por nuestro Comandante en Jefe espiritual. La iglesia en general ha ignorado su orden de marchar. No es que los cristianos estén deliberadamente evadiendo el plan de Dios para la iglesia; más bien, nos hemos enfocado en el lugar incorrecto.

      Ya que el discipulado ciertamente es el principal enfoque de la comisión que se nos ha dado, debemos dejar de tratar de aliviar nuestra culpa añadiéndolo a nuestra actual estructura como un programa subordinado. El discipulado debe funcionar como el corazón del ministerio de la iglesia. De hecho, muchos programas deberían ser evaluados a la luz de si están o no contribuyendo a la formación de discípulos.

      La palabra griega para discípulo (mathētēs), significa aprendiz, pupilo, alguien que aprende por seguimiento. La palabra implica un proceso intelectual que afecta directamente el estilo de vida de una persona. Es usada en el Nuevo Testamento principalmente al hablar de los Doce. Sea lo que sea, hacer discípulos fue lo que Jesús mismo hizo, y, ser discípulos, fue lo que los Doce fueron.

      Un discípulo es diferente a un anciano, aunque incluso los ancianos deberían ser discípulos. Un discípulo también es diferente a un santo, aunque cualquiera que es un verdadero discípulo es un santo. Un discípulo no es sólo un miembro de la iglesia, pero pertenecer a la iglesia es ciertamente importante para los discípulos.

      Los discípulos abarcan categorías como la edad, intereses, dones espirituales y formación teológica. El obrero de la fábrica, el profesor universitario y la ama de casa, todos son llamados a ser discípulos y a hacer discípulos; no es algo del dominio exclusivo del pastor. Cristo quiere usar a la totalidad de su cuerpo en el proceso del discipulado. Pero, por qué? Qué hay acerca de los discípulos que es tan crucial para la vida y la obra de la iglesia?

      La respuesta se encuentra en una conocida ilustración dada por Jesús en la víspera de su crucifixión. “Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá. Mi Padre es glorificado cuando ustedes dan mucho fruto y muestran así que son mis discípulos” (Juan 15:7-8). En este pasaje vemos cuatro características que definen a un discípulo. Primera, él o ella permanece. Alguien es un discípulo sólo si permanece en Cristo, caminando consistentemente con Él. Ninguna parte del Nuevo Testamento exige perfección en esta vida. Sin embargo, exige progreso en la vida cristiana. Crecemos mientras nos sumergimos en el mensaje de Dios para nosotros, pues la Escritura es el latido mismo de Dios. Por lo tanto, mientras elevamos nuestro mensaje a Él en oración, el proceso de diálogo espiritual se vuelve más completo.

      La segunda característica principal de un discípulo es la obediencia. En varias ocasiones que he leído silenciosamente el pasaje de la Gran Comisión (Mateo 28:18-20), intencionalmente omito una palabra clave. Generalmente la omisión pasa desapercibida, por lo que la palabra obedecer ha sido conocida como la gran omisión en la Gran Comisión. La gran omisión es que realmente no hemos hecho discípulos si no les hemos enseñado a obedecer. No hay discipulado sin entrenamiento y no hay entrenamiento sin seguimiento. Ciertamente Dios quiere nuestro amor, pero el amor es primero un verbo, una acción que es demostrada a través de la obediencia (Juan 14:21).

      La tercera característica básica de un discípulo es que él o ella dan fruto espiritual. Si una persona permanece en Cristo, se afirma en la Palabra de Dios y la oración y vive de manera obediente, inevitablemente da fruto, tanto en actitud como en acciones. Para un discípulo es inconcebible no dar fruto como para un árbol saludable de manzanas no dar su cosecha natural. Un discípulo se reconoce por los resultados que produce en su propia vida y en la vida de otros.

      La cuarta insignia básica de un verdadero discípulo es que él o ella glorifican a Dios. Tal vez nuestra principal meta espiritual sea darle a Dios la gloria que Él merece. Pero nosotros honramos mejor al Señor al obedecer su principal directriz para la iglesia: hacer discípulos. No hay otra tarea o inversión de nuestra energía tan crucial como esta.

      Pero, cuál es la mejor manera de hacer discípulos? Ajá! Ese es el asunto! Vamos a lanzarnos juntos a responder este crucial interrogante. Y qué mejor manera de aprender lo que realmente significa ser un discípulo que ser instruidos por el mismo primer hacedor de discípulos!

      Regresaremos en el tiempo, poniéndonos las sandalias de los primeros discípulos. Nuestro Instructor no nos enseñará acerca de los programas de la iglesia, los cuales son rápidamente modificados en medio de los cambios. Ni nos distraerá con argumentos y fábulas teológicas. En lugar de eso, Jesús de Nazareth nos enseñará principios que trascienden el tiempo y la cultura, principios de discipulado que pueden funcionar en cualquier lugar y bajo cualquier condición. Sí, todos debemos ser discipulados, no por alguien que puede haber olvidado la esencia de esos principios vitales sino por el Maestro mismo.

      Introducción a la EDICIÓN HISPANA

      Ahora estamos profundamente convencidos de que el restablecimiento de lo obvio es el primer deber de los hombres inteligentes.

      George Orwell

      Yo soy el maestro de lo obvio, diría yo de nuevo 20 años más tarde. Jesús no ha cambiado su pensamiento y yo tampoco; Él nos pide que hagamos discípulos y continúa siendo nuestro mejor modelo.

      Por qué nuestro discipulado se desarrolla sólo al “interior de la casa” y no es reproductivo? Esta es la pregunta que me ha ocupado por casi 20 años, después de la publicación de Jesucristo, Hacedor de Discípulos. En 1984, cuando Orwell dijo que el Gran Hermano tomaría nuestras vidas, mi primera obra sobre la labor primordial de la iglesia fue lanzada al público lector. Desde entonces, cerca de 100.000 personas la han leído y me siento agradecido de que este libro siga cambiando vidas. Digo la “labor primordial de la iglesia,” porque yo aún no he cambiado mi creencia que hacer discípulos es de hecho la primordial y exclusiva labor de la iglesia. Que la iglesia esté hoy más débil que nunca y se esté reduciendo, es la evidencia de que nosotros aún no lo hemos entendido. Las soluciones rápidas y abreviadas ocupan toda nuestra energía y mucho de los recursos renovables de la iglesia.

      Tenemos nuestras áreas fuertes y mucho para celebrar y yo me he beneficiado de ello. Incluso, nos consumimos en ello cuando es el momento de penetrar nuestra cultura y aún nuestras mejores iglesias no están aprovechando al máximo su discipulado. George Barna escribe, “un poco más del 60% de adultos nacidos de nuevo no tienen metas para su crecimiento espiritual y han fallado en desarrollar estándares contra los cuales medir su desarrollo o en establecer procedimientos para ser considerados responsables de sí mismos.”1 Falta visión, intencionalidad, un plan y una relación de responsabilidad; estas son el verdadero centro del discipulado.

      Yo pienso que el problema radica en que hemos aceptado una cristiandad sin discipulado que conduce a un sinnúmero de cambios, actividades y conferencias, pero no a transformaciones duraderas. Por transformación quiero decir un cambio consistente a largo plazo en la semejanza de Jesús, de manera que nos posicionemos para romper los antiguos estándares y hábitos que retardan nuestro crecimiento. En los últimos 20 años he escrito otros nueve libros, he sido pastor de dos iglesias y he fundado una red internacional de entrenamiento. Yo puedo decirle con certeza que hay una búsqueda desesperada entre los líderes de la iglesia de algo más importante que lo que se está ofreciendo normalmente. Hemos encontrado que el crecimiento de la iglesia no satisface al alma; tampoco el respaldo a nuestros sermones o los proyectos terminados. Hay un movimiento en nuestra tierra guiado por el hambre de intimidad con Dios. Hay un creciente consenso de que la Gran Comisión tiene que ver tanto con profundidad como con estrategia.

      Yo me he preguntado, he orado y hablado con muchos líderes acerca de cómo mejorar la situación. Con un gran acuerdo de que algo necesita hacerse, miles de organizaciones y consultores de iglesias están comprometidos a renovar las 350.000 iglesias en América. Hay muchas opiniones. Algunos insisten en que todo está perdido sin un reavivamiento; la iglesia sólo debería orar. No pienso que la palabra “sólo” debiera estar junto a la palabra “orar.” También creo que sólo orar es tan pecado como sólo trabajar sin orar. Hay quienes “oran y esperan,” y los que “planean y hacen,” pero el balance que se necesita está en “orar, planear y luego ir y hacer” discípulos. Otros proclaman que deberíamos