el que la ha nombrado,[5] porque no soy yo el que lo he dicho, sino tú; y no tienes motivo para achacármelo.
ALCIBÍADES. —Me parece que tienes razón.
SÓCRATES. —Créeme, Alcibíades; es una empresa insensata querer ir a enseñar a los atenienses lo que tú no sabes, lo que no has querido saber.
ALCIBÍADES. —Me imagino, Sócrates, que los atenienses y todos los demás griegos raras veces examinan en sus asambleas lo que es más justo o más injusto, porque están persuadidos de que es un punto demasiado claro. Así es que, sin detenerse en esta indagación, marchan derechos a lo que es más útil; y lo útil y lo justo son muy diferentes, puesto que siempre hubo gentes que se han encontrado muy bien cometiendo grandes injusticias, y otros que por haber sido justos han librado muy mal.
SÓCRATES. —Qué, si lo útil y lo justo son muy diferentes, según dices, ¿piensas conocer lo que es útil a los hombres y por qué les es útil?
ALCIBÍADES. —¿Quién lo impide, Sócrates, a no ser que exijas de mí que diga de quién lo he aprendido, o si lo he descubierto por mí mismo?
SÓCRATES. —¿Qué es lo que haces, Alcibíades? Supuesto que hablas así, puede ser, y de hecho lo es, fácil refutarte con las mismas razones que ya he expuesto; tú quieres nuevas pruebas y nuevas demostraciones, y tratas las primeras como trajes viejos que salen a la escena y que tú no quieres vestir, porque deseas cosa nueva. Yo, sin seguirte en tus extravíos, te preguntaré, como ya lo hice, dónde has aprendido lo que es útil y quién ha sido tu maestro; en una palabra, te pregunto de una vez todo lo que te pregunté antes. Es bien seguro que me darás la misma respuesta, y que no podrás probarme, ni que has aprendido de otros lo que es útil, ni que lo has encontrado por ti mismo. Pero como eres muy delicado, y no gustas oír dos veces la misma cosa, quiero abandonar esta cuestión: si sabes o no sabes lo que es útil a los atenienses. Pero si lo justo y lo útil son una misma cosa, o si son muy diferentes, como tú dices, ¿por qué no me lo has probado? Pruébamelo, sea interrogándome, como yo te he interrogado, sea en forma de discurso, haciendo patente la cosa.
ALCIBÍADES. —Pero no sé, Sócrates, si seré capaz de hablar delante de ti.
SÓCRATES. —Mi querido Alcibíades; supón que soy yo la Asamblea, que soy yo el pueblo; cuando concurres allí, ¿no es preciso que persuadas a cada particular?
ALCIBÍADES. —Así es.
SÓCRATES. —Y cuando se sabe bien una cosa, ¿no es igual demostrarla a uno por uno, o a muchos a la vez, como un maestro de lira enseña a uno o a muchos discípulos?
ALCIBÍADES. —Eso es cierto.
SÓCRATES. —Y el mismo maestro, ¿no es capaz de enseñar la aritmética a uno o a muchos?
ALCIBÍADES. —Sí.
SÓCRATES. —Y este hombre ¿no debe saber aritmética?
ALCIBÍADES. —Ciertamente.
SÓCRATES. —Por consiguiente, lo que puedas enseñar a muchos lo puedes enseñar a uno solo.
ALCIBÍADES. —Sin duda.
SÓCRATES. —¿Pero qué es lo que puedes enseñar? ¿No es lo que sabes?
ALCIBÍADES. —Ciertamente.
SÓCRATES. —¿Qué otra diferencia hay entre un orador, que habla a todo un pueblo, y un hombre que habla con su amigo en conversación particular, sino que el primero tiene que convencer a muchos, y el segundo a uno solo?
ALCIBÍADES. —Así parece.
SÓCRATES. —Veamos. Puesto que el que es capaz de probar a muchos lo que sabe, es con más razón capaz de probarlo a uno solo, despliega para conmigo toda tu elocuencia, y trata de demostrarme, que lo que es justo no siempre es útil.
ALCIBÍADES. —Eres bien exigente, Sócrates.
SÓCRATES. —Tan exigente que voy a probarte en el acto lo contrario de lo que tú rehúsas probar.
ALCIBÍADES. —Vamos, habla.
SÓCRATES. —Sólo quiero que me respondas.
ALCIBÍADES. —¡Ah! Nada de preguntas, te lo suplico; habla tú solo.
SÓCRATES. —Qué, ¿es que no quieres que se te convenza?
ALCIBÍADES. —Yo no pido tanto.
SÓCRATES. —Cuando tú mismo me concedas que lo que yo siento es verdadero, ¿no te darás por convencido?
ALCIBÍADES. —Así me parece.
SÓCRATES. —Respóndeme, pues, y si no aprendes por ti mismo que lo justo es siempre útil, no lo creas jamás bajo la fe de ningún otro.
ALCIBÍADES. —En buena hora; estoy dispuesto a responderte, porque pienso que en ello ningún mal me resultará.
SÓCRATES. —Eres profeta, Alcibíades; pero dime, ¿crees tú que haya cosas justas que sean útiles, y otras que no lo sean?
ALCIBÍADES. —Ciertamente, lo creo.
SÓCRATES. —¿Crees igualmente, que las unas sean honestas y las otras todo lo contrario?
ALCIBÍADES. —Sea como tú dices, si gustas.
SÓCRATES. —Pregunto: ¿un hombre que hace una acción inhonesta, hace una acción justa?
ALCIBÍADES. —Estoy muy lejos de creerlo.
SÓCRATES. —¿Crees que todo lo que es justo es honesto?
ALCIBÍADES. —Estoy persuadido de ello.
SÓCRATES. —¿Pero todo lo que es honesto es bueno? ¿O crees que hay cosas honestas que son malas?
ALCIBÍADES. —Yo creo, Sócrates, que hay ciertas cosas honestas que son malas.
SÓCRATES. —¿Y, por consiguiente, que las hay inhonestas que son, buenas?
ALCIBÍADES. —Sí.
SÓCRATES. —Observa si te he entendido bien. En los combates ha sucedido muchas veces que un hombre, queriendo socorrer a su amigo o pariente, ha recibido muchas heridas o ha sido muerto, y que otro, abandonando a su pariente o amigo, ha salvado la vida. ¿No es esto lo que tú quieres decir?
ALCIBÍADES. —Eso mismo.
SÓCRATES. —El socorro que un hombre da a su amigo es una cosa honesta en cuanto se trata de salvar al que está obligado a socorrer; ¿y no es esto lo que se llama valor?
SÓCRATES. —¿Y este mismo socorro es una cosa mala, en cuanto el que lo ejecuta se expone a ser herido y a morir?
ALCIBÍADES. —Sí, sin duda.
SÓCRATES. —¿Pero el valor no es una cosa y la muerte otra?
ALCIBÍADES. —Ciertamente.
SÓCRATES. —¿Entonces este socorro que se da a su amigo no es al mismo tiempo y por el mismo concepto una cosa honesta y una cosa mala?
ALCIBÍADES. —Así me lo parece.
SÓCRATES. —Pero mira si lo que hace esta acción honesta no es igualmente lo que la hace buena; porque tú has reconocido que, con respecto al valor, esta acción es bella. Examinemos, pues, ahora si el valor es un bien o un mal, y he aquí el medio de hacer bien este examen. ¿Te deseas a ti mismo bienes o males?
ALCIBÍADES. —Bienes sin duda.
SÓCRATES. —¿Sobre todo, los mayores bienes de que no querrías verte privado?
ALCIBÍADES. —Sí, los mayores.
SÓCRATES. —¿Qué piensas tú del valor? ¿A qué precio consentirías verte privado de él?
ALCIBÍADES. —Al precio de la vida, si era cosa de vivir con nota de cobarde.
SÓCRATES. —¿La cobardía