—Sí, ciertamente soy de este dictamen, y me considero con fuerzas para defenderlo.
SÓCRATES. —Muy bien. Pero veamos, ¿me concedes lo que antes dije: que todos los artífices trabajan en alguna cosa?
CRITIAS. —Sin dudar.
SÓCRATES. —¿Y te parece que trabajan únicamente en las cosas que les son propias o bien en las que conciernen a otros?
CRITIAS. —También en las que conciernen a otros.
SÓCRATES. —Son sabios, aun cuando no trabajen únicamente en lo que les es propio.
CRITIAS. —¿Y qué significa eso?
SÓCRATES. —Para mí nada. Pero mira si esto no significa nada para el que, después de haber sentado que la sabiduría consiste en hacer lo que nos es propio, reconoce en seguida y tiene por sabios igualmente los que hacen lo que concierne a otros.
CRITIAS. —¿Pero qué, he reconocido por sabios a los que hacen lo que concierne a los demás, o los que trabajan en este sentido?
SÓCRATES. —Veamos; ¿es que hay diferencia a tus ojos entre hacer una cosa y trabajar en ella?
CRITIAS. —Sí, verdaderamente la hay, y no hay que confundir los términos trabajar y ocuparse. He aprendido de Hesíodo esto: ninguna ocupación es deshonrosa.[7] Si por ocuparse y hacer hubiera entendido las cosas de que tú hablabas antes, crees que hubiera querido decir, ¿no es vergonzoso para nadie coser sus zapatos, vender escabeche o estar despachando en una tienda? No, Sócrates, no; sino que él sin duda ha creído, que una cosa es hacer y ocuparse y otra es trabajar; y que puede haber algo de vergonzoso en un trabajo sin relación con lo bello, lo que nunca sucede con la ocupación. Trabajar en vista de lo bello y de lo útil, he aquí lo que llama ocuparse; y los trabajos de este género son para él ocupaciones y actos. Éstos son los únicos que considera como propios; todo lo que nos es dañoso nos es extraño. En este sentido, no lo dudes, es como Hesíodo, y con él todo hombre de buen juicio, llama sabio al que hace lo qué es propio.
SÓCRATES. —¡Oh Critias!, desde tus primeras palabras sospeché que, por lo que nos es propio, lo que nos concierne, querías decir el bien, y por acción el trabajo de los hombres de bien; porque he oído a Pródico hacer mil y una distinciones entre las palabras.[8] Sea así; da a las palabras el sentido que te agrade; me basta que las definas al tiempo de emplearlas. Volvamos ahora a nuestra indagación y respóndeme claramente: ¿hacer el bien o trabajar en él, o como quieras llamarlo, es lo que tú llamas sabiduría?
CRITIAS. —Sin duda.
SÓCRATES. —¿Sabio es el que hace el bien, no el que hace el mal?
CRITIAS. —Tú mismo, querido mío, ¿no eres de mi dictamen?
SÓCRATES. —No importa; lo que tenemos que examinar, no es lo que yo pienso, sino lo que tú dices.
CRITIAS. —Pues bien; el que no hace el bien sino que hace el mal, declaro que no es sabio; al que no hace el mal sino el bien, lo declaro sabio. La práctica del bien; he aquí precisamente cómo defino la sabiduría.
SÓCRATES. —Podrá suceder que tengas razón; sin embargo, una cosa me llama la atención, y es que admites que un hombre pueda ser sabio y no saber que lo es.
CRITIAS. —No hay tal; de ninguna manera admito eso.
SÓCRATES. —¿No has dicho antes, que los artífices pueden muy bien trabajar en las cosas que conciernen a otros y ser sabios?
CRITIAS. —Ya lo he dicho; ¿pero qué significa esto?
SÓCRATES. —Nada, pero respóndeme; ¿el médico que cura a un enfermo te parece que obra con utilidad para sí mismo y para el enfermo?
CRITIAS. —Sí, ciertamente.
SÓCRATES. —Conduciéndose de esta manera, ¿se conduce convenientemente?
CRITIAS. —Sí.
SÓCRATES. —Y el que se conduce convenientemente ¿no es sabio?
CRITIAS. —Lo es.
SÓCRATES. —Pero es necesario que el médico sepa si sus remedios tienen o no tienen un efecto útil; ¿y el obrero debe saber si sacará o no sacará provecho de su trabajo?
CRITIAS. —Quizá no.
SÓCRATES. —Sucede algunas veces que un médico hace unas cosas útiles y otras dañosas sin saber lo que hace. Sin embargo, según tú, cuando obra útilmente obra sabiamente; ¿No es esto lo que decías?
CRITIAS. —Sí.
SÓCRATES. —Luego, al parecer, puesto que obra algunas veces útilmente, obra sabiamente, es sabio; y sin embargo, él no se conoce, no sabe que es sabio.
CRITIAS. —Pero no, Sócrates, eso no es posible. Si crees que mis palabras conducen necesariamente a esta consecuencia, prefiero retirarlas, quiero más confesar sin rubor que me he expresado inexactamente, que conceder que se pueda ser sabio sin conocerse a sí mismo. No estoy distante de definir la sabiduría como el conocimiento de sí mismo, y de hecho soy de la misma opinión del que colocó en el templo de Delfos una inscripción de este género: «Conócete a ti mismo». Esta inscripción es, a mi parecer, el saludo que el dios dirige a los que entran, en lugar de la fórmula ordinaria: «Sé dichoso»; creyendo al parecer que este saludo no es conveniente, y que a los hombres debe desearse, no la felicidad, sino la sabiduría. He aquí en qué términos tan diferentes de los nuestros habla el dios a los que entran en su templo, y yo comprendo bien el pensamiento del autor de la inscripción. «Sé sabio», dice a todo el que llega; lenguaje un poco enigmático, como el de un adivino. Conócete a ti mismo y sé sabio es la misma cosa, por lo menos así lo pensamos la inscripción y yo. Pero puede verse en esto una diferencia, y es el caso de los que han grabado inscripciones más recientes: nada en demasía; date en caución y no estás lejos de tu ruina. Han tomado la sentencia: conócete a ti mismo, por un consejo, y no por el saludo del dios a los que entran. Y queriendo hacer ver, que también ellos eran capaces de dar útiles consejos, han grabado estas máximas sobre los muros del edificio. He aquí, Sócrates, adonde tiende este discurso. Todo lo que precede te lo abandono. Quizá la razón está de tu parte; quizá de la mía. En todo caso, nada de sólido hemos dicho. Pero ahora estoy resuelto a sostenerme con razones, sino me concedes que la sabiduría consiste en conocerse a sí mismo.
SÓCRATES. —Pero, mi querido Critias, obras conmigo como si tuviese la pretensión de saber las cosas sobre que interrogo, y como si yo no tuviese más que quererlo, para ser de tu dictamen. Dios me libre de que así suceda. Yo busco de buena fe la verdad contigo; hasta ahora la ignoro. Cuando haya examinado la proposición nueva que presentas, te diré claramente si soy o no de tu dictamen, pero dame tiempo para hacer este examen.
CRITIAS. —Hazlo.
SÓCRATES. —Comienzo. Si la sabiduría consiste en conocer alguna cosa, evidentemente es una ciencia y la ciencia de alguna cosa. ¿No es así?
CRITIAS. —Es una ciencia, la de sí mismo.
SÓCRATES. —Y la medicina, ¿es la ciencia de lo que es sano?
CRITIAS. —Sin duda.
SÓCRATES. —Y si me preguntases: la medicina, esta ciencia de lo que es sano, en qué nos es útil y qué bien nos procura; yo te respondería: un bien que no es poco precioso; nos da la salud, lo que es un magnífico resultado. Creo que me concedes esto.
CRITIAS. —Lo concedo.
SÓCRATES. —Y si me preguntases: la arquitectura, que es la ciencia de construir, qué bien nos procura; yo te respondería, las casas. Lo mismo respecto de las demás artes. Tú, que dices que la sabiduría es la ciencia de sí mismo, estás en el caso de responder al que te pregunte: Critias, la sabiduría, que es la ciencia de sí mismo, ¿qué bien nos procura que sea excelente y digno de su nombre? Vamos, habla.
CRITIAS. —Pero, Sócrates, tú no razonas con exactitud. La sabiduría