Leonardo Ordóñez Díaz

Ríos que cantan, árboles que lloran


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vista apenas como hábitat exuberante o como trampa mortal. Pero, así como la realidad selvática es compleja y versátil, las narrativas de la selva son mucho más que meros documentos de color local y estampa regional. En ellas se encuentra, de hecho, una reflexión acerca de los vínculos entre los humanos y la naturaleza que, por su continuidad y rigor, no tiene parangón en otras formas de producción simbólica en América Latina. Uno de los propósitos centrales de mi trabajo es mostrar cómo, leídas desde una perspectiva interdisciplinaria y con una actitud más sensible a sus facetas políticas y ecológicas, las narrativas de la selva ganan de pronto una actualidad asombrosa: la selva deja de ser pura naturaleza situada al margen de la civilización y torna a ser escenario de procesos sociohistóricos de largo alcance, los crímenes de la época de las caucherías dejan de ser un capítulo a medias olvidado de la historia de nuestros países y se transforman en una imagen poderosa de los daños ambientales y humanos ocasionados por el colonialismo, la omnipresencia de la vegetación y la fauna selváticas en los relatos deja de ser un mero decorado y pasa a ofrecer un jugoso material para pensar en la problemática de la biodiversidad y en otras cuestiones ambientales, las luchas de los personajes con las potencias de la naturaleza dejan de ser solo un factor determinante de la vida tropical o de la identidad latinoamericana y pasan a ser una meditación cuidadosa en torno a lo que podemos denominar la «dimensión ecológica» de la existencia humana.

      El interés por las cuestiones ecológicas dentro del ámbito de los estudios literarios surge en un momento histórico en el que los humanos ya no podemos seguir dando por sentado que el mundo natural en el cual se apoyan nuestras realizaciones socioculturales y tecnocientíficas garantiza las condiciones de subsistencia y el suministro de los recursos que ellas requieren bajo las actuales formas de producción. Autores contemporáneos de diversas áreas lo han advertido: la relación entre las sociedades humanas y los entornos ambientales es la cuestión más imperiosa de nuestro tiempo. A medida que la crisis ecológica se extiende, la pregunta por el futuro de la civilización industrial se vuelve urgente y los llamados a una revisión radical del estilo de vida vigente se hacen oír con más fuerza. El problema resulta especialmente apremiante en América Latina, donde las riquezas naturales coexisten con una urbanización, una modernización y una desigualdad crecientes, lo que dificulta aún más los esfuerzos por preservar el equilibrio de los ecosistemas de la región y su formidable pero frágil biodiversidad. Sin duda una situación tan compleja solo podrá afrontarse mediante la participación de disciplinas y enfoques diversos.

      En este escenario, una cuestión que surge es la relativa a la índole de la contribución que los estudios literarios harían con respecto a los problemas ambientales. ¿De qué modo el examen de las narrativas de la selva puede ayudar a enfrentar la crisis que atraviesan las selvas tropicales? ¿En qué forma este tipo de indagación podría tener algún impacto en una encrucijada civilizatoria cuyos desafíos perentorios parecen exigir respuestas mucho más directas y pragmáticas?

      Para evitar equívocos, conviene subrayar de entrada que, a la altura de los tiempos que vivimos, fenómenos como el cambio climático o la colonización de la selva son inevitables, y que ninguna investigación, sea de corte humanista o científico, puede pretender detenerlos para acceder de pronto a un nuevo tipo de sociedad o para retornar a algún tiempo pasado más o menos idílico. De lo que se trata es de suscitar un cambio cultural que, de forma paulatina, genere formas de interacción respetuosas con el entorno ambiental, que no sigan sacrificando los ecosistemas en aras del desarrollo, sino que actúen en simbiosis con ellos y reduzcan las huellas de la actividad humana al mínimo posible. Los esfuerzos por proteger la riqueza que aún subsiste, abonando las posibilidades de bienestar para las comunidades futuras, están en marcha hace tiempo en muchos lugares del mundo y prometen intensificarse en las próximas décadas, puesto que el logro de sus metas implica una revisión profunda de las formas de producción, distribución y consumo del capitalismo industrial, así como cambios en las instituciones económicas, políticas y sociales. Mi trabajo, por ende, no surge del vacío, sino que se inscribe en la línea de un activismo ambiental para el cual las cuestiones de «visión, valor, cultura e imaginación» son tan relevantes para enfrentar la crisis ambiental como la investigación científica, el desarrollo tecnológico y la regulación gubernamental (Buell 2005: 5). A tono con ello, me interesa estudiar las narrativas de la selva, no solo como obras literarias con ambiciones estéticas, sino también como textos que exploran problemas claves de nuestro horizonte actual de preocupaciones.

      Mi tema de investigación se sitúa así en el cruce de caminos de la problemática ambiental, la reflexión ético-política y la crítica literaria. La riqueza de ideas, imágenes, personajes y perspectivas que coexisten en la narrativa hispanoamericana de la selva indica por sí misma la necesidad de dejar atrás la tendencia a leer estas obras en el microcontexto de la historia de la literatura latinoamericana, de situarlas en un marco interdisciplinario renovado y de interpretarlas a la luz de la situación mundial contemporánea. La vitalidad de la narrativa hispanoamericana de la selva está atestiguada por un siglo de producción literaria continua y nutrida desde inicios del siglo xx hasta hoy, en un corpus que incluye varias obras canónicas y otras candidatas a serlo. Su vigencia actual está avalada por novelas de escritores conocidos —Luis Sepúlveda, Mario Vargas Llosa, Anacristina Rossi, William Ospina, Gioconda Belli, Santiago Roncagliolo— y por los textos críticos que estudian el origen, la evolución y el alcance histórico de la narrativa de la selva, sea que se trate de artículos o libros centrados en esa tarea (DeVries 2010, Wylie 2009, Rueda 2003, Renaud 2002, González Echevarría 2002, Marcone 2000) o de libros que le dedican al tema uno o varios capítulos (Rogers 2019 y 2012, Barbas-Rhoden 2011, Pizarro 2011, French 2005, Sá 2004, Rodríguez 2004).

      Este renovado interés se explica no solo por los méritos literarios de la narrativa de la selva, sino también por el valor estratégico de la Amazonía y de otras zonas selváticas del continente en el contexto de la actual problemática ambiental. No en vano la Amazonía sigue siendo una especie de frontera o de límite con respecto al avance de la modernidad occidental. Aunque las incursiones iniciales de los europeos en la cuenca fueron realizadas por expedicionarios españoles y portugueses hace casi cinco siglos, seguidas por los viajes de exploración científica de naturalistas como La Condamine, Humboldt, Spruce y Wallace en los siglos xviii-xix, el territorio amazónico conservó su condición de región aparte, inasimilada y distante, sobre la cual colonos y viajeros proyectaban sus anhelos de riqueza y sus sueños escapistas, pero también sus temores frente a las fuerzas supuestamente irracionales de una naturaleza todavía no domesticada. Si bien eventos como el desangre demográfico que las enfermedades traídas por los europeos desataron entre las poblaciones indígenas amazónicas, así como el nefasto boom cauchero de 1890-1912, atestiguan el carácter traumático de las empresas de incorporación de estos territorios a los circuitos de la economía capitalista, la Amazonía y sus pobladores permanecen hasta bien entrado el siglo xx como una especie de núcleo ubicado al margen de la historia mundial. Incluso en el terreno de la antropología, la etnografía amazónica se desarrolla tardíamente, cuando ya los grandes debates teóricos fundadores de la disciplina han quedado atrás ­(Taylor 1994). Solo a partir de los años setenta, empujada por los buldóceres y alimentada por las queimadas estacionales, la colonización de la selva adquiere las enormes proporciones que la han convertido en foco de atención de la opinión pública alrededor del mundo y en preocupación importante dentro de la agenda política de muchos países.

      Sin embargo, ya desde inicios del siglo xx la narrativa de la selva venía proyectándose como una fuente importante de conciencia cultural en América Latina acerca de la existencia de la selva y sus pobladores nativos. A través de su prosa, los narradores dieron testimonio del choque de los colonos europeos y mestizos con los indígenas y detallaron las primeras formas de explotación mediante las cuales los primeros aprovecharon (pero también devastaron) los recursos selváticos. Las obras de esta época incluyen la selva tropical como parte del panorama geográfico de conformación de los países de la región, y al mismo tiempo denuncian los excesos e injusticias que prosperan en el ambiente de impunidad y aislamiento favorecido por la selva, un entorno al que tradicionalmente los gobiernos centrales le habían dado la espalda. De este modo, en las primeras décadas del siglo pasado, varios cuentos de Horacio Quiroga y dos novelas justamente célebres —La vorágine de José Eustasio Rivera y Canaima de Rómulo Gallegos—