Leonardo Ordóñez Díaz

Ríos que cantan, árboles que lloran


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de los imaginarios tradicionales, la denuncia de los impactos socioambientales de la colonización— y especifico el abanico de problemas del cual se ocupa mi investigación. En los capítulos dos y tres examino la génesis de las representaciones coloniales del mundo selvático en la época de la conquista. Analizo allí varias novelas históricas ambientadas en la Amazonía, entre las cuales destacan El camino de El Dorado de Arturo Uslar Pietri y El país de la canela de William Ospina. A través de una recreación de las primeras expediciones de los españoles a la zona, esas y otras narrativas efectúan un fino escrutinio de las circunstancias conducentes a la formación de imaginarios decisivos para el destino posterior de la selva: El Dorado, las guerreras amazonas, el laberinto verde, la floresta fecunda. En estos capítulos repaso el zócalo histórico sobre el cual se inscriben las visiones tradicionales de la selva, hondamente marcadas por la herencia colonial.

      El capítulo cuatro marca un hito crucial en el desarrollo del argumento, pues en él expongo en detalle el surgimiento de la imagen de la selva frágil en las narrativas de los tiempos de las caucherías. Haciendo énfasis en una relectura ecocrítica de La vorágine de José Eustasio Rivera, a lo largo de este capítulo pongo en evidencia la necesidad de revisar la noción según la cual las obras de Rivera, Gallegos y otros autores corresponden a un regionalismo telúrico centrado en la descripción del combate desigual de los humanos contra una naturaleza gigantesca e invencible. Como veremos luego, en esas narrativas se encuentran, de hecho, las primeras descripciones de las heridas provocadas en el entorno selvático por la acción humana y por la violencia desatada en el marco de la explotación del caucho. Dichos textos inauguran así el desenmascaramiento de los discursos que legitiman la explotación neocolonial de las selvas tropicales.

      En el capítulo cinco examino los procedimientos crítico-paródicos mediante los cuales diversos narradores reciclan el imaginario colonial y ponen al desnudo los engranajes retóricos del discurso que lo sustenta, su arraigo en procesos históricos sedimentados desde el arribo de los europeos a América y sus efectos desfiguradores o encubridores del mundo selvático. A partir de ese esfuerzo deconstructivo, muestro también cómo algunos de los textos escogidos para el análisis desembocan en una crítica frontal de las prácticas neocoloniales en boga en América Latina durante la primera mitad del siglo xx. La sección inicial de ese capítulo se enfoca en una selección de cuentos selváticos de Horacio Quiroga y Augusto Monterroso. En la parte central hago un análisis minucioso de las fortalezas y debilidades de la obra maestra de Alejo Carpentier, Los pasos perdidos, cuando se la lee en vena ecocrítica; en ese texto, en efecto, la imagen de la selva frágil desaparece del horizonte, dándole paso al resurgimiento de la visión del mundo selvático como un ámbito cerrado sobre sí mismo, abrigado por su propia y compleja inmensidad —un repliegue compensado en parte por los contenidos ambientalistas implícitos en las nociones carpenterianas de lo real maravilloso y el barroco americano—. En la parte final discuto brevemente algunos de los senderos explorados por la narrativa de la selva luego de la toma de conciencia de diversos autores posteriores con respecto a las potenciales derivas exotistas implícitas en las propuestas estéticas de lo real maravilloso y el realismo mágico.

      El capítulo sexto está dedicado al estudio de las novelas selváticas de Mario Vargas Llosa. Mi interés principal consiste en explorar la coexistencia, en las obras de este autor, de una evidente voluntad crítica con respecto a las arbitrariedades e injusticias cometidas por los colonos blancos contra las comunidades indígenas de la selva, y la reaparición del discurso civilizador según el cual la selva y sus pobladores, para salir de la barbarie en la que se hallan inmersos, necesitan modernizarse, sometiéndose a las condiciones derivadas de un doloroso pero inevitable proceso de inserción de la región en el escenario global. Siguiendo el hilo de una larga trayectoria jalonada por cuatro novelas claves —La casa verde, Pantaleón y las visitadoras, El hablador, El sueño del celta—, en este capítulo analizo la forma en que esos textos presentan la forma de vida de los pobladores nativos de la selva y sus relaciones con los colonos blancos y mestizos. Tal recorrido permite constatar, en la escritura de Vargas Llosa, la persistencia del imaginario tradicional sobre la selva, así como el paso de la temática ecológica a un segundo o tercer plano dentro del horizonte de preocupaciones. En los pasajes relevantes, complemento el análisis de los textos con una indagación de las causas de ese hecho tan notable.

      Los capítulos siete, ocho y nueve exploran, por contraste, la forma en que otras narrativas de la selva —incluyendo las más recientes— replantean con vigor la preocupación por los daños ecológicos del bosque tropical y por la desaparición paulatina de las culturas autóctonas. El capítulo siete examina el protagonismo de los animales y las plantas en diversas obras. En primera instancia, el foco de atención se centra en varios cuentos sobre animales, algunos de Horacio Quiroga, muy conocidos, y otros de Ciro Alegría y Arturo Hernández, casi totalmente desdeñalados por la crítica especializada. Luego el foco se desplaza hacia dos novelas en las que la relación de los humanos con los animales y el bosque ocupa una posición medular, a saber: Llanura, soledad y viento de Manuel González Martínez y El príncipe de los caimanes de Santiago Roncagliolo. El capítulo muestra de qué modo en estos cuentos y novelas resurge la imagen de la selva como ámbito frágil y delicado, y analiza los recursos narrativos mediante los cuales los textos confrontan al lector con la perspectiva de los habitantes vegetales y animales del bosque, abocados a sufrir en carne propia los rigores de la colonización.

      El capítulo octavo se interesa por el papel que desempeñan los saberes locales en diversas narrativas de la selva, especialmente dos novelas: Las tres mitades de Ino Moxo de César Calvo y Un viejo que leía novelas de amor de Luis Sepúlveda. En esta parte me importa ante todo contrastar la óptica de la mirada imperial, típica de la visión de los colonizadores occidentales, con la percepción a ras de tierra propia de los lugareños. Se trata de explorar en qué medida este último modo de habitar el bosque pone en cuestión la hegemonía de los discursos del desarrollo y de la civilización —basados en una apreciación panorámica más o menos distante de la realidad de la zona— y pone los cimientos para una rehabilitación de las concepciones locales —basadas en una relación mucho más estrecha de los humanos con la selva—. El capítulo noveno, a su turno, fija su atención en el rol de las mujeres en los textos y revisa críticamente la tendencia de muchas narrativas de la selva a concebir o presentar la realidad selvática como una entidad femenina. Me apoyo para esta labor en un análisis de dos novelas de la selva protagonizadas por personajes femeninos: La loca de Gandoca de Anacristina Rossi y Waslala de Gioconda Belli. La idea es descubrir de qué forma estas obras, a la vez que critican los presupuestos patriarcales de muchas novelas de la selva anteriores, denuncian los trastornos ambientales asociados con la expansión capitalista de corte neocolonial, sea a través del ecoturismo, la explotación inmoderada de ciertos recursos o el uso de vastas áreas de los países pobres como depósitos donde acopiar los desechos producidos por el tren de vida de los países industrializados.

      Se trata, en suma, de precisar al máximo las contribuciones de la narrativa de la selva para el entendimiento de la dimensión ecológica de la existencia humana. A lo largo del trabajo confío en mostrar cómo, desde la atalaya del presente, dicha dimensión torna a ser un elemento fundamental de los textos literarios, lo que tiene corolarios retrospectivos de amplio alcance al enfocar a una nueva luz la tradición literaria. Si bien el interés por los entornos naturales ha estado siempre presente en la literatura desde los orígenes de la civilización occidental, el papel silencioso pero decisivo de las fuerzas ambientales en el quehacer humano tiende a pasar desapercibido, cual si se tratara de un elemento accesorio. Las narrativas de la selva, desgarradas entre la presencia imperiosa del bosque tropical y la presión domesticadora que interpreta esa presencia como fuerza hostil o la recrea como paisaje, son por ello una piedra de toque a la hora de repensar el sentido de las relaciones entre naturaleza y cultura —y quizá, también, una fuente de inspiración para los cambios que requiere el estilo de vida moderno—.

      1La lista de los textos incluidos en el corpus se puede consultar al final, en el anexo 1. El lector notará que si bien las narrativas latinoamericanas de la selva escritas en portugués, francés e inglés son numerosas y muy importantes, la lista solo incluye textos en español. La omisión es deliberada y no tiene otro fin que delimitar mi campo