autores afirman:
No tenemos más remedio que reconocer que nuestra ciencia, tal como existe aquí y ahora, no nos representa la verdad real; lo más que puede hacer es proporcionarnos una estimación tentativa y provisional de ella. (…) El conocimiento científico, como todas las demás creaciones humanas, tiene una duración limitada y no será perdonado por el tiempo, ya que no sólo no podemos afirmar que estemos alcanzando la verdad o que nos estemos acercando a ella, pues no sabemos en dónde se encuentra; (...) del mismo modo que nosotros creemos que nuestros predecesores de hace cien años tenían una idea fundamentalmente inadecuada del contenido del mundo, también nuestros sucesores de dentro de cien años serán de la misma opinión acerca de nuestro presunto conocimiento de las cosas.
[…] La falibilidad…. Los científicos reconocen explícitamente la propia posibilidad de equivocación. Es en esta conciencia de sus limitaciones donde reside su verdadera capacidad para autocorregirse y superarse, para desprenderse de todas las elaboraciones aceptadas cuando se comprueba su falsedad. Gracias a ello es que nuestros conocimientos se renuevan constantemente y que intentamos marchar hacia un progresivo mejoramiento de las explicaciones que damos a los hechos. Al reconocerse falible, todo científico abandona la pretensión de haber alcanzado verdades absolutas y finales y, por el contrario, sólo se plantea que sus conclusiones son válidas en un contexto histórico, social y cultural determinado. En consecuencia, toda teoría, ley o afirmación está sujeta, en todo momento, a la revisión y la discusión, lo que permite perfeccionarlas y modificarlas para hacerlas cada vez más objetivas, racionales, sistemáticas y generales.
Los autores aunque defiendan la objetividad, seguramente para huir de los abusos de la posmodernidad, se sitúan en una ciencia no de 0 ó 1, sino de graduaciones entre 0 y 1, es decir, en un lugar sutil del pensamiento borroso o vago –que no surge de la pereza– sino de la lucha por la producción a escala o de las personas idea. Pero además aúnan a su esfuerzo epistemológico una dimensión cultural y social del conocimiento, lo que permite acercar la investigación científica al campo educativo. Y acudiendo a Morin afirman: “Conocer es navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certezas”, lo que los coloca cercanos a un huevo o cisne negro. Y todavía más cercanos a lo falible de la predicción señalan:
Seiffert nos refiere como ejemplo clásico de las ciencias fácticas el siguiente: si yo observo un cisne blanco ¿puedo asegurar que todos los cisnes son blancos?; es más, si yo veo una bandada de cisnes blancos ¿puedo hacerlo?; si viajo a muchos lugares del planeta y sólo veo cisnes blancos, ¿puedo generalizar que todos son blancos? La respuesta en todos los casos, dice Seiffert, es no, ya que en el tiempo nada garantiza que no hayan existido cisnes de otros colores o que vayan a existir en un futuro, a la vez que tampoco hay garantía de que en otros lugares no visitados puedan existir cisnes de otros colores; por tanto, no se puede elevar a ley la afirmación “todos los cisnes son blancos” y es más cauto aseverar que hasta ahora, todos los cisnes observados son blancos (si así fuera). Como puede verse, la inducción tiene un carácter probabilístico.
¿Cómo pegar una concepción epsitemológica abierta, dinámica y someramente difusa de la concepción de la ciencia, en la primera parte del libro, con un esquema procedimental y operativo, en la segunda parte, que responde a la pregunta Cómo investigar en educación? Hay tres elementos que permiten que los autores no caigan tan fácilmente en una metodología del tipo fórmula: i) el énfasis en la pregunta de investigación, las hipótesis y las preguntas específicas que guían la investigación; ii) la ejemplificación continua, que pretende enseñar cómo investigar, mostrando casos de investigación, –que permite una predictibilidad retrospectiva– y no esquemas metodológicos universales; y iii) las recomendaciones de uso del ensayo científico como guía para la presentación del escrito investigativo, donde aparece un preocupación por el lector de las investigaciones.
Finalmente, los autores aunque pretendan escapar de la posmodernidad, parecería que no huyen de la “Lógica vaga” ni del amor por el conocimiento científico. Indudablemente son “personas idea” más que “personas trabajo”, por lo menos en su vida intelectual y, como todos, esperan que su libro sea más leído que Harry Potter. Soñar no cuesta nada, y se hace por “lógica vaga”, y por “escala”.
Jaime Parra
Ph.D. en Educación
Primera parte:
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