José Abelardo Díaz Jaramillo

Descentrando el populismo


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Cuando eso sucede, además, la formación política se desestabiliza, como puede percibirse en la seguidilla de golpes de Estado en Argentina, el alejamiento o acercamiento al bipartidismo en Colombia, como consecuencia de un aumento en la intensidad de la polarización. Es decir, la reactivación de las demandas identificadas con ciertos contenidos populistas, en el caso del peronismo y el gaitanismo, desestabilizan los límites del demos e intensifican la polarización y el antagonismo.

      En definitiva, el interés por este libro parte de las preguntas que incita el excelente análisis de la multiplicidad de procesos que abarca la constitución de identificaciones políticas. Estos análisis nos ayudarán sin duda a complejizar teóricamente las lógicas políticas que atraviesan a toda práctica hegemónica y a todo proceso identificatorio. Un libro que despierta todos estos interrogantes no puede ser sino un libro que merece ser leído. Mi total agradecimiento a Ana Lucía Magrini por la invitación a escribir sobre él.

      En mi caso, además, este libro guarda una fuerte afinidad afectiva. Mi propia formación como investigador se ha nutrido durante muchos años de diálogos e intercambios con buena parte de quienes escriben aquí. Estos textos no hacen sino continuar esas conversaciones atravesadas por aquello con lo que nos identificamos: la práctica generosamente colectiva y colaborativa de crear conocimiento.

       Referencia

      Glynos, Jason y David Howarth. 2007. Logics of Critical Explanation in Social and Political Theory. Londres: Routledge.

      Ana Lucía Magrini

      Cristian Acosta Olaya

      La falta de un consenso conceptual frente al término “populismo” es la advertencia siempre presente al inicio de todo estudio sobre experiencias tipificadas como “populistas”. Dicha discrepancia ha llevado a creer que la palabra misma y el juicio valorativo desde la que es emitida devela per se su contenido y significado. Incluso, se ha convertido actualmente en el vocablo más conveniente para “mentar al demonio”, bautizando la ignominia acerca de un “deber ser” de la política y la democracia contemporáneas.

      Dos ejemplos ayudan aquí a ilustrar lo anterior. El primero es la viralizada frase del expresidente argentino Mauricio Macri, quien en medio de la multicrisis global de carácter inédito, signada por la actual pandemia, sostuvo que el populismo era más peligroso que el corona-virus.1 El segundo, más reservado al ámbito académico, es la constante insistencia en pensar al populismo como una amenaza a la democracia moderna. Ya sea como lo expusieron Ghita Ionescu y Ernest Gellner en la frase de apertura de su conocida compilación sobre el populismo: “Un fantasma se cierne sobre el mundo: el populismo” (Ionescu y Gellner 1970 [1969], 7),2 o bien como lo propuso Margaret Canovan, quien, retomando los postulados de Michael Oakeshott, considera al populismo como un fenómeno inherente a la democracia: esta tendría dos dimensiones o dos caras (una pragmática y otra redentora) en permanente tensión, y es en la brecha entre dichas facetas democráticas que emerge “un constante estímulo para la movilización populista” (Canovan 1999, 3).3

      Aunque producidas en contextos de discusión muy diferentes, estas definiciones sobre populismo refuerzan los sentidos convencionales del término, el cual devino en un insulto que remite a toda clase de anatemas políticos, que comienza por la idea de manipulación, cooptación, demagogia, reificación; pasa por el señalamiento de la heteronomía obrera (o ausencia de conciencia de clase de los trabajadores que sustentaron los populismos clásicos), y va hasta las perspectivas más recientes, como la de Canovan, que intentan “normalizar el concepto”, mostrando su condición de interioridad a la democracia, pero sin dejar de enfatizar que, al fin de cuentas, el populismo es su propia sombra o, lo que es lo mismo, una práctica política contraria a la democracia liberal.

      Para entender esto, antes de presentar nuestro argumento, conviene hacer un pequeño paréntesis y precisar de manera sucinta algunos momentos clave que han atravesado las diversas definiciones sobre populismo en América Latina. No sin estar conscientes de la multiplicidad de estudios sobre el tema, así como de los problemas políticos e intelectuales a los que este concepto ha estado asociado, los distintos esfuerzos por sistematizar las variantes de investigación en torno al populismo han coincidido, en cierto modo, en la existencia de tres perspectivas de pensamiento y tres momentos del debate latinoamericano, que dieron vida al populismo como un significante del cual científicos, intelectuales y académicos podían echar mano para explicar el pasado y comprender el presente en nuestras sociedades.4 Agregamos aquí un cuarto momento, que describe el estado actual de las discusiones sobre el tema, en el que, como veremos a continuación, conviven, se yuxtaponen, contaminan y mezclan una multiplicidad de teorías, métodos y enfoques muy diversos.

      Las primeras formulaciones del populismo, en clave científica, se produjeron de la mano de la renovación de la sociología a mediados de los años cincuenta. Las teorías de la modernización y la estructural-funcionalista fueron los principales enfoques que alimentaron conceptualizaciones ciertamente peyorativas sobre los procesos populistas. A grandes rasgos, desde estas teorías, el populismo era definido como un fenómeno propio de sociedades en proceso de modernización,5 de países subdesarrollados o en vías de desarrollo, producto de la rápida transición de una sociedad tradicional a una moderna, donde las masas “en disponibilidad” eran persuadidas por movimientos y líderes políticos con una fuerte ideología anti statu quo (Di Tella 1973 [1965]; Germani 1962; Stein 1980). Desde este clivaje analítico, el populismo era básicamente un proceso social anómalo y un desvío de otro (tomado como parámetro de normalidad): el modelo de integración de las masas en Europa durante el siglo xix. Para estas teorías, el problema radicaba en que la matriz modernizadora europea no habría de tomar entidad en América Latina, por lo que se supondría que sus élites, influidas por el nuevo clima histórico del siglo xx, manipularon a “las masas recién movilizadas por sus propios objetivos”; la mentalidad de dichas masas, por ende, se caracterizaría “por la coexistencia de rasgos tradicionales y modernos” (Laclau 1986 [1977], 174).

      Un segundo momento de producción de las definiciones de populismo, que también se alimentó de connotaciones peyorativas, fue el enfoque de la dependencia y sus diversos vínculos con la perspectiva marxista. Si bien la llamada “teoría de la dependencia” no es en efecto una teoría unificada y homogénea, sino una hipótesis que permeó casi todo el pensamiento social latinoamericanista durante la década de los setenta, podemos sintetizar sus principales caracterizaciones sobre el populismo, como: 1) una alianza desarrollista y, en este sentido, una respuesta limitada al problema de la dependencia en la región (Cardoso y Faletto 1971 [1969]); 2) como una etapa de la contradicción capitalista que surge con la crisis del año 1929 (Ianni 1972), y 3) un producto de la crisis de la hegemonía conservadora y el surgimiento de una alianza de diversos sectores sociales, donde la lucha de clases como tal es obliterada (Murmis y Portantiero 1971; Torre 1989; Weffort 1968).

      Lo que resaltan estas diversas posturas es el entendimiento del populismo como un fenómeno que solo puede ser analizado si se lo encuadra en una época determinada y en condiciones sociales, culturales, políticas y económicas específicas, donde hechos como la crisis oligárquica de principios del siglo xx y las tradiciones sindicalistas, entre otros, son la condición sine qua non para el surgimiento del populismo. En el discurso dependentista, el populismo primordialmente es entendido como período específico del capitalismo periférico y condicionado especialmente por este.

      Un tercer momento de la discusión es el propiciado por el análisis político del discurso, de la ideología y por la denominada “perspectiva no esencialista del populismo”, propuesta por Ernesto Laclau. Su pensamiento tuvo, a su vez, varios giros, comenzando por su ensayo seminal sobre populismo, publicado en 1977, hasta su última obra más sistemática sobre el tema, del 2005.6

      Básicamente, para Laclau, el populismo adquiere