estos mecanismos ponen en juego el funcionamiento de las ya famosas neuronas espejo (G. Rizzolatti, 2008). Estos diferentes lazos preverbales, funcionan como los hilos de la araña, permitiendo al niño diferenciarse sin perderse, es decir, distanciarse del otro permaneciendo en relación con él, separarse sin «desgarrarse», como dicen los adolescentes... Y es a esta condición expresa que el niño podrá avanzar hacia la palabra, reconociendo la existencia del otro y la suya como separadas, pero como no radicalmente clivadas.
El sentimiento de ser alguien
Evidentemente, lo que aquí se plantea es la cuestión del paso de lo interpersonal a lo intrapsíquico. Nos hemos acostumbrado a pensar, o a proclamar, que este pasaje sólo podría abordarse de manera asintótica y que nos quedaría para siempre en lo enigmático en cuanto a su naturaleza y sus mecanismos íntimos11.
La subjetivación aparece de hecho como el fruto de una interiorización progresiva por parte del bebé de sus propias representaciones de las interacciones (en el área del apego o del entonamiento afectivo), pero con una impregnación gradual de aquellas por la dinámica parental inconsciente, por toda la historia infantil de sus padres, por la conflictualidad de sus historias psicosexuales, por sus problemáticas inter y transgeneracionales y por todos los efectos a posteriori que inevitablemente se le atribuyen. Por otra parte, si la inter-subjetividad permite descubrir la existencia del otro como objeto (relacional), es la subjetivación la que permite percibir que el otro es también, por su parte, un sujeto que me percibe, a mí, como uno de sus objetos relacionales. Dicho de otro modo, el paso de la intersubjetividad a la intersubjetivación corresponde a un doble movimiento de interiorización de las representaciones de interacciones y de especularización. Podemos preguntarnos cómo y por qué la mayoría de los niños lo logran, pero eso es un hecho. Como ya he dicho, si la patología es fuente de espanto, lo normal tiene verdadero valor de... ¡milagro!
El autismo infantil aparece hoy, cualquiera que sea la innegable heterogeneidad de su campo, como el fracaso mayor del acceso a la intersubjetividad, como el máximo fracaso que es posible conceptualizar en este ámbito y, por lo tanto, como el obstáculo más grave que pueda existir en cuanto a la puesta en marcha de los procesos de subjetivación. Pero decir esto no basta. Este punto de vista abre, en realidad, dos pistas de reflexión: por una parte, la diferencia entre la instauración de la intersubjetividad y los mecanismos susceptibles de hacer soportable la brecha intersubjetiva que se crea y, por otra parte, la subjetivación pensada como un mosaico con fascetas múltiples.
El lugar del otro
Desde el punto de vista del acceso a la intersubjetividad, no todos los niños autistas son iguales. Algunos no tienen ninguna conciencia de la existencia del otro; como psicoanalistas, nos hacen vivir, en el plano contratransferencial, un verdadero sentimiento de evacuación y de no existencia. Estos son, probablemente, los autistas más profundos, los autistas en el sentido estructural del término, y que corresponden generalmente a la descripción princeps dada por L. Kanner (1942-1943). Sin duda estos niños no tienen ni siquiera acceso a la experiencia de la soledad porque, para sentirse solo, hay que saber o poder sentir que el otro nos falta...
Otros niños, en cambio, ya sea de entrada, ya sea cuando comienzan a salir de la situación precedente, dan a pensar que han integrado la presencia del otro como un individuo existente en tanto tal y distinto de ellos mismos, pero que no tienen todavía ningún medio para construir un puente sobre esta brecha intersubjetiva: por eso viven en una gran soledad. Estos niños no nos hacen sentir lo mismo que los otros antes mencionados, porque no (de) niegan nuestra existencia, pero sin embargo permanecen muy «lejos» de nosotros psíquicamente.
Esta distinción clínica fundamental invita a diferenciar la instauración propiamente dicha de la Intersubjetividad (creación de la brecha intersubjetiva) de los mecanismos capaces de compensar o de atenuar el dolor de esta brecha, mecanismos que se derivan como una consecuencia obligatoria. En efecto, una cosa es admitir la existencia del otro; otra es relacionarse con él. En general, durante el desarrollo temprano del niño, estos dos movimientos van de la mano y no son disociables. Es, una vez más, la psicopatología la que nos permite difractar los procesos, y afinar nuestra manera de pensar el desarrollo del niño12.
El “yo” de la gramática y el “yo” de la persona
Comencemos por recordar que la subjetivación no puede reducirse en modo alguno a la adquisición del «yo». La subjetivación gramatical, por compleja y central que sea, no resume por sí sola la cuestión de la subjetivación, que se juega también en un plano fenomenológico, antropológico y psicoanalítico. Generalmente estos diferentes niveles de la subjetivación se construyen juntos y de manera íntimamente intrincada, lo que permite, clínicamente, decir que un niño que accede al «yo» es, en general, un niño cuya subjetivación global nos da tranquilidad.
Sin embargo, lo más frecuente no es obligatorio y hoy en día cabe preguntarse si la subjetivación gramatical y la subjetivación fenomenológica, por ejemplo, no pueden, en determinadas condiciones, conocer evoluciones y destinos diferentes. Ambas parecen estar en gran dificultad en la mayoría de los niños autistas, pero en aquellos con síndrome de Asperger, parece, por el contrario, que los diferentes tipos de subjetivación evolucionan de manera disociada en la medida en que parecen poder acceder a una subjetivación gramatical, aun cuando su subjetivación fenomenológica sigue siendo, sin duda, en gran parte dificultosa. Este es todo el trabajo que Vincent ha tenido que hacer a lo largo de los años, trabajo durante el cual adquirió una profundidad y sensibilidad psíquica asombrosas.
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