en lo que respecta a las patologías autistas:
- Su perspectiva metodológica ya no es categórica, sino principalmente dimensional.
- Los distintos TGD del DSM-4 pasan a llamarse “Trastornos del Espectro Autista” (TEA).
- En la actualidad, dos tipos de disfunciones son suficientes para hacer un diagnóstico de TEA: los trastornos de la comunicación y los intereses restringidos.
- El síndrome de Asperger deja de ser un TEA y representa un trastorno de la comunicación singular e individualizado.
Como resultado de esta extrema confusión nosológica, la frecuencia del autismo, que solía ser de un caso por cada 5.000 o 10.000 nacimientos, se diluye ahora en la de los TEA tal como se definen en el DSM-5***3 y se estima en 1 caso por cada 100, ¡o incluso más, en la población general!
Por supuesto, no ha habido ninguna epidemia autista, sino sólo un cabildeo (lobbying) frenético para hacer prevalecer el vago concepto de TEA, trastornos a los que el método ABA (no más validado que cualquier otro) sería susceptible de aplicarse sin distinción alguna...
Podemos ver el jugoso mercado que se avecina aquí...
Sin embargo, nuestros dirigentes tendrían que ocuparse de garantizar y sostener la calidad de nuestros continentes de acción (equipamiento suficiente en las distintas áreas de tratamiento) sin pretender dictar el contenido de las acciones, cuya evaluación cualitativa no es en absoluto su responsabilidad.
Me parece que lo que está en juego es el respeto a los niños y a la libertad de las familias.
Los tratamientos multidimensionales: sobre lo que no podemos ceder
¡El todo-psicoanalítico ha fracasado, pero el pedagógico, el todo-educativo o el todo-reeducativo también fracasarán, y cualquier técnica que pretenda tener razones para reclamar o imponer el monopolio del tratamiento sería de hecho muy sospechosa!
La lógica de la hipótesis etiológica polifactorial nos obliga a ofrecer un tratamiento multidimensional lo mas precoz posible, para no privarnos de ninguna vía de acceso potencialmente eficaz.
Por supuesto, es importante respetar al máximo las trayectorias de las familias y, al mismo tiempo, defender firmemente que, en el marco de una integración escolar digna de ese nombre, se pueda llevar a cabo conjuntamente una acción en los tres niveles: el pedagógico (siempre), el reeducativo (lo antes posible) y el psicoterapéutico (siempre que sea necesario, es decir, muy a menudo).
Cualquiera sea el método utilizado, toda psicoterapia de un niño autista tiene como objetivo hacerle sentir, como decía F. Tustin, que el otro existe y que no es amenazante, lo que en el fondo remite, a través de los afectos y las emociones, a la cuestión del acceso a la intersubjetividad, cuyo fracaso constituye el núcleo de la patología autista.
Ser autista da lugar, en ciertos momentos, a un sufrimiento psíquico extremo, y salir del autismo tampoco es fácil, porque el niño autista descubrirá entonces el mundo y los objetos que lo componen (objetos animados e inanimados), que pueden ser vivenciados por él como objetos terroríficos.
Teniendo en cuenta el polémico contexto actual, el objetivo de este libro es poner en evidencia el innegable interés de las psicoterapias psicoanalíticas de niños autistas, tan denostadas en la actualidad y a las que, sin embargo, no podemos ni debemos renunciar.
El lector verá así la utilidad de la verbalización de los afectos, de la interpretación de las angustias más arcaicas, del dar sentido a ciertos comportamientos atípicos en el marco de las sesiones, y de la ayuda en la edificación del Yo corporal del niño.
Es importante ayudar al niño a experimentar su piel como un envoltorio corporal (E. Bick) suficientemente contenedor y limitante (lo que evoca G. Haag cuando dice que se trata de ayudar al niño a obtener una “sensación de entorno” distinta de la que le ofrece el caparazón autista), una envoltura cutánea que remite al concepto de “Yo-piel” de D. Anzieu.
Pero también es importante ayudar al niño a diferenciarse intracorporalmente, a vivir su cuerpo como suficientemente hermético (esfinterización de la imagen corporal), y finalmente a aceptar sustituir sus flujos sensoriales aprisionantes por flujos relacionales (D. Houzel).
Con un niño autista, no se trata de encontrar y señalar al culpable de sus dificultades (que, por otra parte, no existe), sino ayudarlo a estar en contacto con su propio mundo interno, a darle forma y sentido, y a superar los obstáculos emocionales que le son propios para favorecer el despliegue de su desarrollo cognitivo.
Todo esto solo es posible gracias a la formación del psicoanalista que, por su empatía, su experiencia de la transferencia y la contratransferencia, está particularmente capacitado para descifrar los mensajes que el niño le envía sin saberlo. Su formación le permite identificarse profundamente con las experiencias físicas y emocionales del niño autista para ayudarlo a construirse e individualizarse progresivamente, y todo ello demuestra la importancia de estos enfoques psicoterapéuticos para los niños autistas que, sin ninguna perspectiva causal, complementan eficazmente la gama de otras medidas de atención incluidas en un proyecto multidimensional obviamente indispensable.
La potencialidad autista del viviente psíquico
Si bien el DSM-5 da lugar a una regresión y a una confusión epistemológica muy perjudicial, su objetivo dimensional plantea, sin embargo, la cuestión muy interesante de una potencialidad autista que sería propia del viviente psíquico.
En efecto, sabemos hoy que el acceso a la intersubjetividad −y a la subjetivación que resulta de ella− es fruto de la sincronización de los diferentes flujos sensoriales procedentes del objeto, una articulación sensorial que permite experimentar al objeto en exterioridad en relación con uno mismo.
Por ello, suelo insistir en tres axiomas que me parecen esenciales:
- No hay acceso posible a la comunicación (general o lingüística) sin un acceso previo a la intersubjetividad.
- No hay acceso posible a la intersubjetividad sin una articulación de los diferentes flujos sensoriales procedentes del objeto (que puede concebirse tanto en términos de mantelamiento meltzeriano como en términos de co-modelización cognitiva).
- Por último, no es posible articular estos diferentes flujos sensoriales sin el establecimiento de ritmos suficientemente compatibles entre los mismos, ya sea que esta sincronización polisensorial se efectúe a nivel central (sustancia reticulada del tronco cerebral), a nivel periférico (esfínteres sensoriales) o a nivel interactivo.
Esto permite comprender que la construcción del objeto no es una conquista estable y definitiva del desarrollo, sino que, por el contrario, hay, a lo largo de la vida, un proceso permanente de construcción y deconstrucción del objeto.
Este proceso es tan rápido y fluido en el individuo “sano” que no obstaculiza su funcionamiento ni su desarrollo psíquico, mientras que en los niños autistas o en riesgo de serlo, la no sincronización o desincronización polisensorial puede obstaculizar más o menos gravemente el funcionamiento de los distintos sectores del crecimiento y la maduración psíquica (cognición, comunicación, psicomotricidad y socialización).
Pero, ¿dónde debemos situar el cursor entre lo normal y lo patológico?
Aquí es donde la estructura dimensional del DSM-5 resulta delicada pero potencialmente interesante.
Por mi parte, es en todo caso la ocasión de afirmar enérgicamente que la proclamación de una frecuencia del 1% o más de niños autistas es del orden de una broma siniestra, pero que la idea de que existe una potencialidad 100% autista en cualquier organismo psíquico vivo me parece por el contrario bastante plausible.
Estos son los comentarios introductorios