Josemaria Escriva de Balaguer

Amigos de Dios (bolsillo, rústica, color)


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tan pronto a la casa del Cielo ese sacerdote santo, a quien millares de hombres y mujeres de todo el mundo —hijos de su oración, de su sacrificio y de su generoso abandono a la Voluntad de Dios— aplicamos con inmenso agradecimiento la misma conmovedora alabanza que San Agustín cantó de nuestro Padre y Señor San José: «Mejor cumplió él la paternidad del corazón que otro cualquiera la de la carne»[1]. Se fue el jueves 26 de junio de 1975, al mediodía, en esta Roma a la que amaba porque es la sede de Pedro, centro de la cristiandad, cabeza de la caridad universal de la Iglesia santa. Y mientras nosotros oíamos aún el eco de las campanas del Ángelus, el Fundador del Opus Dei escuchaba con una fuerza ya siempre viva: amice, ascende superius [2], amigo, ven a gozar del Cielo.

      Desde el mismo instante de su nacimiento a la patria del Cielo, empezaron a llegarme testimonios de un número incalculable de personas, que conocían su vida de santidad. Han sido y son palabras que pueden ya desbordarse: antes, callaban por respeto a la humildad del que se consideraba un pecador que ama con locura a Jesucristo. Tuve el consuelo de escuchar directamente de labios del Santo Padre uno de sus muchos encendidos elogios al Fundador del Opus Dei. En periódicos y revistas de todo el mundo se pueden leer innumerables artículos de reconocimiento, surgidos del pueblo cristiano y de personas que todavía no confiesan a Cristo, pero que comenzaron a descubrirle a través de la palabra y de las obras de Mons. Escrivá de Balaguer.

      En este segundo volumen de homilías recogemos algunos textos que se editaron mientras Mons. Escrivá de Balaguer se encontraba aún a nuestro lado, aquí en la tierra, y otros de los muchos que dejó para publicar más adelante, porque trabajaba sin prisa y sin pausa. No pretendió jamás ser un autor, a pesar de que figura entre los maestros de la espiritualidad cristiana. Su doctrina, amable y esforzada, es para vivirla en medio del trabajo, en el hogar, en las relaciones humanas, en todas partes. Tenía el arte, también humano, de dar liebre por gato. ¡Qué bien se le lee! Lo directo de las expresiones, la viveza de las imágenes, llegan a todos, por encima de las diferencias de mentalidad y cultura. Aprendió en la escuela del Evangelio: de ahí su claridad, ese herir en lo hondo del alma; el talante para no pasar de moda, por no estar en la moda.