Autores Varios

La Real Academia de Bellas Artes de San Carlos en la Valencia ilustrada


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en el sentimiento de lo que resulta adecuado. Conozco sin embargo a otros que no irían muy lejos en cuestiones de razonamientos y que, a pesar de ello, son capaces de penetrar sutilmente en cuanto corresponde al dominio del gusto» Méré.

      José Luis Peset

      Instituto de Historia-CSIC

      El inicio del mandato de la nueva Corona de los Borbón supuso un cambio importante en la relación del poder con el saber. La herencia de la casa de Austria era rica pero ya se encontraba agostada. De forma tradicional el rey solucionaba sus necesidades de ciencia y técnica a través de tres instituciones, aparentemente muy alejadas. La Universidad era la forma más habitual de conseguir ayudas, sobre todo en el terreno de algunas ciencias como las matemáticas o la física, también, y de forma especial, la medicina. Era una institución creada en la Edad Media por la Corona y el Papado para conseguir, sobre todo, juristas, médicos y teólogos. Otra institución notable era la Iglesia, que disponía de bibliotecas, aulas, tiempo y dinero para dedicarse al saber. Desde luego, eran la teología y el saber canónico los estudios más valorados por ella, pero como mostró López Piñero para el Siglo de Oro, eran muchos los clérigos cultivadores de la ciencia (López Piñero, 1979). Hubo matemáticos, arquitectos, físicos, naturalistas..., incluso, aunque la Iglesia veía con malos ojos el ejercicio médico para sus miembros, aparecen en la Ilustración muy notables personajes interesados en este saber. En fin, el Ejército era notable tesoro de sabios y, sobre todo, de técnicos. Matemáticas, física, astronomía, química, arquitectura, ingeniería, cirugía..., eran actividades de primera importancia. Será junto a la Universidad la institución que más progrese en esta colaboración con la ciencia, pues los ejércitos y la marina necesitaban cada vez más del saber. Sin embargo, las durísimas batallas contra Nelson y Napoleón ponen un triste final a todo este esfuerzo.

      Este sencillo esquema me permitirá en esta exposición ir reencontrando a una serie de personajes que han sido mis compañeros. Han sido valencianos –alguno de adopción– que he encontrado a lo largo de mis lecturas, que me han acompañado y enseñado el camino del alejamiento, que es el de la vida. Serán –y no es casualidad– un universitario, un militar y un clérigo, o si se quiere un médico, un físico y un naturalista. Son representantes de esas tres instituciones a las que me he referido, pero también de las principales disciplinas científicas que se cultivaron a lo largo del Setecientos. También lo son de la muy brillante Ilustración valenciana (López Piñero y Navarro, 1995; Navarro, 1985).

      LAS AULAS MÉDICAS

      Hijo de Aragón, la ilustre personalidad de Andrés Piquer se formó en su tierra, en Valencia y en Madrid, pero quizá es aquí, entre nosotros, donde es recordado con más devoción. Su efigie se ve en los edificios universitarios y sus libros han sido motivo de estudio desde su tiempo hasta hoy. Se ha convertido, de alguna manera, en el patrón de los médicos valencianos, junto a Arnau de Vilanova y Lluís Alcanyís. Estudió Medicina en la Universitat de València y fue profesor de anatomía en sus aulas. Al mediar el siglo es llamado junto a Gaspar Casal como médico de cámara del rey, es decir, como protomédico. Empieza entonces una carrera de honores, en especial a través del Protomedicato y de la Academia Médica Matritense.

      En este médico encontramos, como es muy propio del siglo XVIII, tanto al clasicista como al novator. Un buen ejemplo es su libro Medicina vetus et nova, en donde aúna la tradición antigua con la modernidad, y muestra al estudiante que tan necesario es aprender en los viejos folios como en los modernos manuales. Amigo y buen discípulo de Gregorio Mayans, supo conocer con él las maravillas del clasicismo, interesándose en el estudio de los autores antiguos. Se ocupa de la edición de textos hipocráticos, intentando volver a los idiomas puros, que él conocía con dificultad, siempre incluyendo las observaciones y mejoras de los modernos. Pero también propicia en otros libros la lengua castellana como vehículo de la ciencia. El citado está redactado en latín, mientras que la Física o la Lógica lo están en castellano, así como el Tratado de calenturas.

      La reflexión hipocrática fue muy importante para Piquer, pero también para la medicina ilustrada y posterior. ¿Por qué? ¿Por qué se resucita un autor de siglos atrás en el momento en que la revolución científica se está introduciendo en nuestras fronteras? El corpus hipocrático muestra una serena actitud ante el enfermar: el valor del justo medio así lo recomienda. También la hace obligatoria el que se trate de un conjunto escrito por diversos autores en un largo plazo. Por esto se puede emplear en cualquier momento de crisis médica, así en contra de Galeno en el mundo moderno. Se reacciona contra los excesos de teoría libresca –que la Universidad propiciaba– y también contra la agresividad de la medicina heredada. Permitía, por tanto, el mirar y observar. Así, al enfermo o al medio, a su salud y a su enfermedad. Se prescribe la observación y la clínica, se tiene en cuenta el medio ambiente, y, en resumen, se respeta éste y al paciente.

      Pero también en los escritos hipocráticos hay una apertura a la ciencia, entonces a la ciencia que nace en el mundo griego y que culmina en Aristóteles. Hay un interés por comprender lo que es el cuerpo humano, su salud y su enfermedad. Se adoptan los elementos de Empédocles –dotados de cualidades–, que se combinan para formar humores y partes. Por tanto, no es extraño encontrar a un Piquer interesado en la ciencia moderna, en lo que coincidía con el erudito de Oliva. Se le puede considerar como un novator que se apasiona por el saber nuevo a través de la anatomía y de la física mecanicista, como muestra en los primeros años de su Tratado de calenturas, aunando observación y mecanismo. También de la lógica moderna, aunque con el tiempo seguirá los consejos de Mayans de respetar al maestro Aristóteles. Será un cartesiano, sin llegar a entrar en la difícil física newtoniana, como evidencia Jorge Juan. En fin, a través de la idea de organización, llegará a plantear un modelo moderno del movimiento del cuerpo, tal vez incluso del alma, lo que preocuparía una vez más a don Gregorio. Su llegada a Madrid lo mueve a entrar en un sano eclecticismo, que venía ya impuesto por sus dudas entre antiguos y modernos, entre clásicos y novatores, entre las principales escuelas médicas. Era también una posición adecuada para el ilustre médico de la Corona, que podía así aunar sistemas y realidades. Y para el prestigioso médico, que apoyaba en la observación y el razonamiento su práctica diaria, abrumando con complejas citas «viejas y nuevas» a enfermos y colegas.

      También tenemos a Piquer participando en varias instituciones, en primer lugar en la Universidad; en la de Valencia enseñó por unos años. Mejoró la enseñanza y se preocupó, sobre todo, por la redacción de libros de texto. Ésta era notable novedad, pues hasta el siglo XVIII en las aulas se enseñaba por los antiguos tratados de los clásicos, en especial Hipócrates y Galeno, excepto Avicena, que pronto fue desbancado, y se completaban con modernos, que en buena medida eran sus comentadores. Glosar el clásico, reafirmar su autoridad, corrigiendo algunos yerros, introduciendo algunas novedades, era el papel del profesor universitario, del sabio clínico. Con el tiempo, se fueron introduciendo textos más modernos; así, Vicente Peset señaló cómo las Constituciones de la Universidad valenciana en 1733 se interesaban por autores más nuevos, si bien sospecho que se trataba de los libros de Segarra. Piquer, al ingresar en la Universidad y en el círculo mayansiano, se dio cuenta de la necesidad de redactar libros de texto, tal como Seguer había hecho para medicina y Mayans para lengua. Sus Institutiones medicae y su Praxis medica para los alumnos de Valencia fueron libros muy conocidos y usados con diversa fortuna en varias universidades (Peset, 1975; Mestre, 1999). Al final de su vida, al llegar los planes de reforma de las universidades, preparará un notable informe desde su privilegiada posición de poder. Su labor en las aulas valencianas será continuada por Félix Miquel en la Cátedra de Clínica Médica.

      También tuvo una notable actividad en Madrid, al entrar a formar parte del Protomedicato, pues esta institución era muy poderosa en el terreno médico. Lo era de forma tradicional, pues los médicos del monarca –como en otras cortes europeas– tenían un poder innegable sobre la formación, profesión y ejercicio de los médicos y cirujanos. El Protomedicato examinaba desde la Edad Media a quienes querían ejercer la medicina. Tras los cuatro años de medicina y el grado de bachiller, con dos años de práctica con médico o institución adecuados, eran examinados para poder ejercer en Castilla. Luego se fue