Autores Varios

La Real Academia de Bellas Artes de San Carlos en la Valencia ilustrada


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que ingresa por su calidad de protomédico. Había colaborado en Valencia en algunos proyectos mayansianos en este sentido, pero ahora se integra en una academia ya consolidada. Se había creado ésta tras la sevillana, siendo las dos elogiadas por Feijoo como lugar en que entraba una nueva ciencia, apoyada en la observación y la experiencia, así como en el diálogo. La andaluza procede del reinado de Carlos II, y será confirmada por Felipe V. Reunían estas instituciones las profesiones sanitarias, preocupándose por el saber moderno, científico y médico. La forma de trabajo era la elaboración y presentación de estudios, que eran cuestionados por el censor, luego discutidos y publicados, algunos en forma de revista médica. Los protomédicos son aceptados en la madrileña, ocupando puestos directivos, y en las revisiones de estatutos aumenta el poder de estos médicos reales.

      Las academias proceden de tertulias, también las médicas. En ellas se discutía, se hablaba de forma directa entre personajes que eran considerados iguales. El aprendizaje y el ocio eran ocupaciones adecuadas, así como también se disfrutaba de un cierto nivel social. Al llegar la dinastía Borbón, se copian las que Colbert creara en París para el Rey Sol. Pero no aparece ninguna de ciencias, a pesar del interés de Jorge Juan, tampoco ninguna médica de parecido ámbito. Pero sí se van aceptando las de Sevilla, Madrid o Barcelona. Luego, en el siglo XIX, las habrá médicas en las provincias, hasta que queda la de Madrid como nacional. De todas formas, reciben el título de reales, lo que les da importancia, apoyo y mayor influencia. A través de los médicos reales, la madrileña va aumentando sus ámbitos de influencia.

      Un papel muy importante fue el de censura de publicaciones, tanto propias como ajenas. Desde luego, en estas academias aparece la figura del censor, que debía velar por la calidad y pureza de las publicaciones. Las memorias de los académicos eran controladas en su valor científico, redacción y lenguaje moderado y, desde luego, en su respeto al altar y al trono. Además, la academia tuvo papel importante en la censura de obras médicas, aspecto en el que Piquer colaboró de forma activa. Era algo usual para los médicos reales, como también sucedía en Francia (Birn, 2007).

      Por otra parte, las academias cumplían una importante misión en el terreno de la sanidad, bien en forma de boticas, alimentación, enfermedades crónicas o epidemias. Ya Piquer había colaborado con el Ayuntamiento valenciano en el estudio del problema de los arroces que se relacionaban con las fiebres tercianas, es decir, el paludismo. Los estudios médicos llevaban a la limitación de los campos de arroz en las cercanías de Valencia (Peset y Peset, 1972). También se había preocupado de las medidas que se debían tomar, como la destrucción por el fuego de los enseres de los enfermos considerados contagiosos, según las leyes prescribían. Eran muchos los informes que se hacían sobre aspectos médicos por estas academias. También en relación con el ejercicio, si bien estaban surgiendo los colegios profesionales, que sustituirán a los gremios y a los protomédicos.

      AMÉRICA Y LOS MARES

      Otro personaje de primera importancia en la Ilustración valenciana es Jorge Juan, el marino que introdujo la física moderna en España. Representa, por tanto, esa segunda forma de ser científico a la que me refería, mediante el ejército. Desde finales del siglo anterior, la escuela de ingenieros militares de Bruselas, que luego se continúa en Barcelona, impartía una notable formación técnica del ejército. Pronto las distintas ramas de éste instaurarán escuelas en la Península para la formación profesional de sus miembros, así la artillería, los ingenieros, los cirujanos o la marina. La forma de entrar en la ciencia moderna de este cuerpo del ejército es de enorme interés para comprender el futuro de nuestra Ilustración. Me refiero a la participación de dos jóvenes guardiamarinas –Jorge Juan y Antonio de Ulloa– en la expedición enviada a Perú por la Academia de Ciencias de París, comandada por La Condamine. En realidad, se trataba de una doble expedición, una enviada a la América española y otra comandada por Maupertuis y dirigida a Laponia. La misión era medir un grado de meridiano para averiguar la forma del planeta Tierra (Lafuente y Mazuecos, 1987).

      Una importante discusión en geodesia planteaba la forma de este planeta: si era achatada por los polos o por el ecuador. Se discurría sobre dos tradiciones científicas, la inglesa, en la senda de Newton –que llevaba la razón–, y la francesa, que seguían los cartesianos. La Academia francesa decide que la mejor manera de dilucidar este problema es enviar esas dos expediciones. Para el Perú era necesario el permiso de la Corona española, siempre recelosa de la entrada de rivales en su imperio. Pero el dominio de la dinastía Borbón en España hacía posible conseguirlo. Se logra, pero la condición es que dos marinos de acá acompañen a los franceses. Van otros sabios, como Jussieu, pues también interesaba la historia natural. Esta imposición muestra muy bien los recelos de la Corona hispana ante imperios que rivalizan en el dominio trasatlántico. Pero las consecuencias fueron muy importantes, tanto para Francia como para España. París se convenció de que la Tierra era un planeta achatado por los polos y los expedicionarios realizaron importantes trabajos en astronomía, historia natural, antigüedades, medicina, economía, etcétera.

      Los avispados españoles, un valenciano y un andaluz, fueron capaces no sólo de aprender y colaborar, sino también de aportar mucho saber a la expedición. Se convirtieron en sabios y científicos, pues los marinos se comportaban como una academia: se aprendía e investigaba. Todo ello no se consiguió sin problemas, tanto científicos, por las prioridades y calidades de las observaciones, como políticos, por ejemplo las discusiones sobre unas pirámides que se erigieron en el ecuador. Los españoles aprendieron muy bien astronomía, aparte de redactar unas apasionantes noticias secretas que mostraban bien que las expediciones tenían desde el principio un doble papel científico y político, encaminado a estudiar el mejor control administrativo y económico del Imperio. Se quería mejorar tanto la administración y la defensa como la vida y la sociedad. Algunas de las discusiones versan sobre el trato dado a los nativos o acerca de los metales preciosos y los útiles.

      Los trabajos de los españoles fueron excelentes, lo que dio como resultado la publicación de las Observaciones astronómicas y de la Relación histórica del viage a la América meridional. Son dos libros que se consiguen con la protección de Ensenada, siendo combatidos por Torres Villarroel y apoyados por Burriel y por Sarmiento. Se convierte el estudio en materia de Estado y sus protagonistas en «asesores» de la Corona, en una «academia» que aconsejó al rey en asuntos de toda índole, desde los más elevados puestos de mando, en la marina, la política y la administración. Los guardiamarinas siguieron una carrera militar, participando en acciones bélicas y nuevas travesías, pero también fueron capaces de aconsejar sobre el gobierno del Imperio e incluso, en el caso de Ulloa, de tener posibilidad de ejercerlo. Viajaron por Francia e Inglaterra, buscando tanto la mejora social como la económica, las novedades militares como las científicas. Mantuvieron excelentes relaciones con sabios extranjeros, así como con las academias de ciencias, en las que Juan ingresó, siendo traducido a las principales lenguas, como había ocurrido con los tratados de náutica renacentistas. Introdujeron entre sus compatriotas nuevos saberes y compraron buenos instrumentos para instituciones de enseñanza. Jorge Juan fue un personaje esencial para la mejora de las escuelas de guardiamarinas, por ejemplo en Cádiz, donde apoyó la introducción de la ciencia moderna, los nuevos libros y los instrumentos necesarios. La presencia de un observatorio astronómico fue siempre básica en la formación de los marinos. También la exigencia en el estudio de la ciencia, como se da en la formulación del «curso mayor» de estudios (Lafuente y Sellés, 1988; Sellés, 2000).

      Se introducía una forma nueva de aprender, incluso de carrera profesional. El ejército medieval y moderno estaba mandado por la nobleza, pertenecer a sus linajes aseguraba un puesto a la cabeza de las tropas. Pero en el siglo XVIII se quieren otros caminos de acceso y promoción en el ejército, desde luego los méritos de guerra, pero también los profesionales y científicos. Esta formación sabia de los militares tenía este objeto y así se explica la insistencia de los marinos en formar buenos técnicos. Jorge Juan, en sus estancias en Cádiz –por desgracia, muchas veces interrumpidas por otras misiones–, colaboró en estos cambios. Fueron importantes las tertulias gaditanas, en las que artes, letras y ciencias se discutían. También la flamante Academia de Guardiamarinas, o el Colegio de Cirugía de Cádiz. Quizá entre sus propósitos estaba la fundación de una academia de ciencias semejante a la francesa. Podemos también relacionar este interés con