Mario Amorós Quiles

Compañero Presidente


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comúnmente reconocidas. Y, sin embargo, junto con el 11 de septiembre, constituyen su legado y definen los principios que orientaron su existencia.

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      Su interés por la participación en las esferas de decisión asomó ya entonces puesto que, con tan sólo 19 años, fue elegido presidente del Centro de Alumnos de la Escuela de Medicina y con 22, vicepresidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile. Si con 15 ó 16 años un zapatero anarquista de Valparaíso le proporcionó los primeros libros y conversaciones sobre los ideales libertarios, en su etapa universitaria se aproximó a las lecturas esenciales del marxismo, incluidas las obras de Trotsky, en un alejamiento temprano del estalinismo.

      Uno de los hechos capitales fue su participación en la fundación en 1933 del Partido Socialista, del que pronto se convirtió en uno de sus principales dirigentes, como secretario regional de Valparaíso en 1935, subsecretario general en 1938 y secretario general entre enero de 1943 y julio de 1944. Con sólo 29 años, fue elegido diputado y dirigió en Valparaíso la campaña de Pedro Aguirre Cerda, vencedor como candidato del Frente Popular en las elecciones presidenciales de 1938. Como diputado y como ministro de Salubridad de Aguirre Cerda, defendió varios proyectos importantes para mejorar las míseras condiciones de vida de las grandes mayorías del país.

      En los años posteriores, adoptó algunas decisiones que se demostraron decisivas tiempo después. En 1945, logró un escaño en el Senado por las provincias australes, hasta entonces un feudo conservador, y confirmó su prestigio en la política nacional. En 1948, criticó la persecución del Partido Comunista impulsada por el gobierno de González Videla y dejó claro que los principios socialistas estaban impregnados de un profundo humanismo y entrelazados, de manera inseparable, con los derechos humanos y las libertades ciudadanas. De este modo, cuando se opuso a la proscripción del Partido Comunista, afirmó:

      Los socialistas chilenos, que reconocemos ampliamente muchas de las realizaciones alcanzadas en Rusia soviética, rechazamos su tipo de organización política, que la ha llevado a la existencia de un solo partido, el Partido Comunista. No aceptamos tampoco una multitud de leyes que en ese país entraban y coartan la libertad individual y proscriben derechos que nosotros estimamos inalienables a la personalidad humana.

      En 1951, cuando la mayor parte del socialismo decidió respaldar la candidatura presidencial del ex dictador Ibáñez, con un proyecto populista que podía evocar al peronismo, optó por abandonar el Partido Socialista Popular e impulsó su candidatura para las elecciones presidenciales de 1952 con el apoyo de un sector minoritario de los socialistas y del Partido Comunista desde la clandestinidad.

      Aunque apenas obtuvo 51.975 votos, la primera de sus cuatro candidaturas presidenciales concretó una aspiración que había expresado, por ejemplo, ya en 1944 como secretario general del PSCh: «Los socialistas llamamos a la izquierda a unirse en torno a un programa; un programa que agitaremos desde la calle y desde el Parlamento; un programa de interés nacional, que reúna el máximo de voluntades en torno a él». A partir de 1951, Allende se convirtió en el principal adalid de la unidad de la izquierda, que se concretó con la creación del FRAP en 1956. En las elecciones de 1958, se quedó a 33.000 votos de La Moneda: había nacido el «allendismo», un movimiento popular que se formó en torno a sus propuestas de transformación del país y que rebasaba las fronteras de los Partidos Socialista y Comunista.

      Antes del triunfo de la Revolución Cubana, la izquierda unida chilena (un hecho excepcional en el contexto de la guerra fría) ya era una alternativa de poder y ello originó que los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca ordenaran una intervención masiva en la política local para impedir el triunfo de Allende. En 1964, con una gigantesca «campaña del terror» y el apoyo de la derecha, el democratacristiano Eduardo Frei le derrotó, pero en 1970 la Unidad Popular alcanzó la anhelada victoria y, tras un acuerdo con el Partido Demócrata Cristiano (PDC, entonces dirigido por su tendencia progresista), logró derrotar las maniobras de Washington y de la derecha para impedir la elección de Allende como Presidente por el Congreso Pleno. El movimiento popular chileno abría las puertas de la Historia: por primera vez un marxista alcanzaba el gobierno de un país en unas elecciones democráticas y lo hacía al frente de una coalición que agrupaba a «marxistas, laicos y cristianos», según la definición que solía emplear el propio Salvador Allende.

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      La segunda parte se centra en los dos primeros años de gobierno de Allende. De inmediato, aplicó el programa de la Unidad Popular y procedió a la construcción del Área Social, «embrión de la futura economía socialista», es decir, a la nacionalización de las industrias claves para el desarrollo nacional (textil, siderurgia, cemento, minería...) y de la banca. Esta determinación hirió los intereses de la burguesía y como reacción el PDC impulsó una reforma constitucional destinada a paralizar el proceso de construcción del socialismo. El conflicto en torno a la definición del Área Social atravesó aquellos mil días y se probó irresoluble por la contradicción de los intereses enfrentados y el empate en las instituciones del Estado, a pesar de los reiterados intentos, hasta el último día, de Allende por alcanzar un acuerdo con el PDC.

      Su Gobierno también erradicó el latifundio y liberó a los campesinos de una postración casi feudal para elevarles a la condición de ciudadanos. Con todo, la conquista más significativa fue la histórica nacionalización del cobre el 11 de julio de 1971 por tratarse del sector más importante de la economía nacional, «el sueldo de Chile» en palabras del Presidente de la República, por su trascendencia para el desarrollo del país. La decisión de Allende de restar a las indemnizaciones que se abonarían a las multinacionales estadounidenses unas elevadas cantidades en concepto de beneficios excesivos desencadenó el bloqueo económico de Washington, cuya inquina por la experiencia de la Unidad Popular sobrepasaba el ámbito de los intereses económicos y se justificaba fundamentalmente por razones políticas e ideológicas, de ahí las órdenes de Nixon a Kissinger ya en septiembre y noviembre de 1970.

      Después de la victoria de la izquierda en las elecciones municipales de 1971, con el 50,86 % de los votos, el 21 de mayo de aquel año, en su primer Mensaje al Congreso Pleno, Salvador Allende planteó los fundamentos de la «vía chilena al socialismo», que cautivaba la atención de millones de personas en todos los continentes: la construcción de una sociedad socialista con absoluto respeto al pluralismo político, los principios democráticos y los derechos humanos.

      Pisamos un camino nuevo; marchamos sin guía por un terreno desconocido; apenas teniendo como brújula nuestra fidelidad al humanismo de todas las épocas –particularmente al humanismo marxista– y teniendo como norte el proyecto de la sociedad que deseamos, inspirada en los anhelos más hondamente enraizados en el pueblo chileno.

      Siempre valoró la posibilidad de construir el socialismo sin recurrir a la violencia revolucionaria y así, en el acto del Primero de Mayo de 1971, ante centenares de miles de trabajadores, afirmó:

      Piensen, compañeros, que en otras partes se levantaron los pueblos para hacer su revolución y que la contrarrevolución los aplastó. Torrentes de sangre, cárceles y muerte marcan la lucha de muchos pueblos, en muchos continentes, y, aun en aquellos países donde la revolución triunfó, el costo social ha sido alto, costo social en vidas que no tienen precio, camaradas. Costo social en existencias humanas de niños, hombres y mujeres que no podemos medir por el dinero. Aun en aquellos países en donde la revolución triunfó hubo que superar el caos económico que crearon