la respuesta emocional. La emoción del miedo, manifestada en la respuesta de supervivencia de lucha o huida, se convierte en una respuesta de aceptación, distensión y tranquilidad: la respuesta de relajación. Estos cambios se manifiestan en el incremento de ondas alfa y theta.
Por tanto, prestar atención a nuestro mantra lleva al cerebro a pasar de unas células cerebrales a otras, lo que da como resultado un sentimiento general de laxitud y una reducción de pensamientos. Pero esto es tan solo el principio. A medida que la meditación se hace más profunda, también se profundiza la respuesta de relajación 4.
A su vez, esta profundización provoca una reacción en cadena que finaliza en una disminución de la actividad en la corteza parietal, un área del cerebro asociada con la orientación en el tiempo y el espacio y con la creación de barreras; yo / no yo, y el mundo de los opuestos: en gran medida, las aptitudes del ego. Este descenso de la actividad se refleja, a su vez, en una disminución de dichas habilidades, lo que explica por qué existe una sensación de que nuestra identidad separada –y el tiempo y el espacio– se disipa y todos los opuestos se unifican. Esto conduce a un sentimiento de conectividad con lo que nos rodea: en realidad, una señal de que sale a la luz el yo más profundo.
La importancia de esta secuencia es que la iniciativa para estos cambios deriva de la consciencia y de la voluntad: impulsamos deliberadamente el cerebro en un modo diferente de percepción por medio de la concentración en un solo punto de atención. Es interesante ver cómo la consciencia de nuestro ego, con sus necesidades de supervivencia en este plano material, está codificada en el circuito de nuestro cerebro, pero puede sortearse. Al hacerlo, «despejamos las puertas de la percepción y vemos la realidad tal como es, ¡infinita!» (William Blake). Volvemos a nuestra naturaleza original, que está entretejida con el resto de la creación y todo el cosmos.
Es perfectamente posible utilizar la meditación meramente por sus beneficios para la salud como una técnica de relajación de cuerpo y mente y no ir más allá. Es maravilloso detener el interminable parloteo de la mente y liberar el estrés y la tensión. Será estupendo tomarnos un tiempo libres de las preocupaciones, problemas, esperanzas y miedos que suelen acosarnos, detener la pérdida de energía de una mente que gira en círculos una y otra vez. Pero con ello perderíamos una gran oportunidad: la meditación es mucho más que solo el impacto psicológico que tiene en el cuerpo. Sin embargo, este impacto en el cuerpo y en la mente es un importante primer paso en el camino hacia la transformación, la claridad de visión y la consciencia total.
LA MENTE
Un practicante serio considera que distender el cuerpo es una preparación esencial que conduce al verdadero propósito de la meditación, la transformación completa de la mente. Para hacerlo, la meditación ha de ser una disciplina espiritual que implique soledad y silencio, en la que abandonamos todas las experiencias sensoriales, las imágenes, las emociones y los pensamientos.
La claridad de visión que resulta de ello nos ayudará también a ser conscientes de las emociones y deseos que tienen tendencia a abrumarnos y a influir en nuestro comportamiento. Afectará al ego en todos sus aspectos y derivará en su transformación y transparencia, lo que nos permite acceder a nuestra esencia, a nuestro yo. Atraviesa los velos que ocultan el conocimiento de nuestro verdadero yo, entre la realidad en la que vivimos y la Realidad última, garantizándonos una experiencia directa e inmediata de lo divino.
Una vez que hemos penetrado, una vez que hemos entrado en la infinita Realidad, no hacemos de ella nuestro mundo. Esto sería tan desequilibrado como aceptar solo el mundo material. La realidad material es energéticamente más densa que la realidad más elevada. Hemos de permitir que la luz, desde esta realidad más elevada, ilumine nuestra realidad ordinaria, para que nuestra visión se ilumine, se clarifique y se equilibre.
Esto, inevitablemente, resultará en una transformación de la consciencia y, por tanto, en una transformación de toda la persona. Nos transformará radicalmente haciéndonos pasar de ser personas que viven en la superficie a ser seres humanos completamente vivos. Nos permite darnos cuenta de nuestro pleno potencial, a lo que exhortan las principales religiones y tradiciones de sabiduría: «Yo he venido para que tengan vida, y vida en abundancia» (evangelio de Juan).
La cantidad de conocimiento de otro nivel que cambia la percepción de la realidad en la que vivimos depende de cada persona y de su destino. Para algunos de nosotros, que vivimos en la superficie, hacer lo que consideramos que es correcto es lo bastante gratificante. Solo la aceptación de la existencia de diferentes niveles es ya suficientemente valiosa como para enriquecer y orientar nuestra vida. Hay otros que consideran que la vida en la superficie es absurda. La falta de un auténtico significado lleva a un sentido del absurdo, tal como ilustra Joseph Heller en Trampa 22. Los pilotos de su historia de la Segunda Guerra Mundial, que participaban en más misiones de las aconsejables, estaban desequilibrados, y esto quería decir que deberían permanecer en tierra. Pero solo podían quedarse en tierra si lo solicitaban. Pero, si lo solicitaban, es porque estaban cuerdos, ¡y entonces no podían quedarse en tierra!
Cuando interpretamos la vida solo a nivel superficial, con su extraña lógica, puede empezar a parecernos irreal, sin sentido e incluso absurda. Sentimos que somos como un mero «actor que se arrebata y se contonea una hora sobre la escena» (W. Shakespeare, Macbeth).
PENSAMIENTOS
Para poder alterar nuestra mente debemos antes ser conscientes de su naturaleza habitual; solo el conocimiento y la consciencia conducen al cambio. Sin ellos, seguiremos obrando únicamente desde el aspecto egoico de nuestra consciencia y tan solo conseguiremos atisbar destellos de nuestro yo más profundo. Al aprender a observar la mente colaboramos en el proceso de integración de estos dos elementos.
Sin embargo, solo después de relajar nuestro cuerpo es cuando nos hacemos plenamente conscientes de los zumbidos de los pensamientos en nuestra mente. Ramakrishna comparaba la mente con un árbol lleno de monos parloteando y saltando de rama en rama. Este es un rasgo común de nuestra mente, y se sucede constantemente, aun cuando no seamos conscientes de ello. Cuanto más se reducen las distracciones de nuestro cuerpo, más aumenta nuestra consciencia de nuestros pensamientos. Y nos damos cuenta de lo farragosa que es nuestra mente. Enseguida valoramos que esos pensamientos forman una poderosa barrera en nuestro sendero de meditación. Cuando los contemplamos, observamos que algunos de ellos son triviales, cosas irrelevantes que hemos escuchado o visto en los medios de comunicación y en programas de entretenimiento y que nos impiden alcanzar la quietud y la armonía.
Pero hay también pensamientos más profundos que suelen girar en torno a asuntos más importantes que consideramos esenciales para sobrevivir en el mundo en el que vivimos, como nuestra imagen personal, nuestro trabajo y nuestras relaciones.
Pronto nos hacemos conscientes de cuánto influyen nuestros pensamientos en nuestra forma de ver la realidad, en nuestra forma de percibirnos a nosotros mismos, a los demás y el mundo en que vivimos. Todo ello depende del contexto condicionado de nuestros pensamientos, que, de hecho, define nuestro punto de vista: «Los límites de mi lenguaje (es decir, pensamientos) significan los límites de mi mundo» (L. Wittgenstein).
Mi mundo es completamente diferente al tuyo, aunque puede que vivamos en circunstancias similares en el mismo país. No vemos a las personas y las situaciones como son realmente, sino coloreadas por nuestros pensamientos, opiniones, prejuicios, experiencia y emociones.
Además, la mayor parte de nuestros pensamientos giran en torno a nuestras propias preocupaciones de un modo u otro, en forma de recuerdos, tanto buenos como malos, miedos, esperanzas, deseos y planes. De hecho, podríamos fácilmente decir que caminamos en un paisaje de nuestra propia mente, un mundo de ilusión fabricado por nosotros mismos. ¿Qué es ficticio y qué es real?
«Estamos hechos de la misma materia de la que están hechos los sueños; y nuestra corta vida termina en un sueño» (W. Shakespeare, La tempestad).
Esta creación de nuestra mente llega a ser tan poderosa que puede parecer que es la única realidad que existe. Puede ocultar la existencia de una Realidad superior.
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