viejos; también tienen cierta tendencia a hacer de los moriscos unos extranjeros antes de tiempo, como si los condenásemos a la expulsión antes incluso de que Felipe III se hubiese pronunciado sobre la misma. Precisamente, la falta de los moriscos era tanto más grave en cuanto que a su delito de herejía habían añadido el de traición al rey. Y si subrayo este aspecto, al cual espero dedicar próximamente un artículo, no es evidentemente con la intención de poner el acento sobre alguna culpabilidad española en la expulsión de 1609. Pienso que ya es tiempo de alejarse de las cuestiones estériles del tipo si fue justa o no la medida de la expulsión. Toda la Europa cristiana aplaudió la decisión del rey Católico y Luis XIV no obró de otra forma con los protestantes de Francia en 1685. Lo que importa comprender es el porqué y cómo se llegó a tal solución.
Desde este planteamiento, se comprenderán las razones que me han llevado a elegir por título del libro El río morisco. Lejos de una historia que tiende a construir una sociedad que no ha existido más que en nuestros sueños, incluso, lejos asimismo de una historia que convierte a los moriscos en unas víctimas propiciatorias y trata de hacernos creer en la fábula de una leyenda negra cuidadosamente mantenida, defiendo una historia, quizás poco espectacular, atenta a infinidad de matices, a los conflictos y a las muestras de simpatía, a las frustraciones y a las esperanzas, a los cambios y a los rechazos, a la mayoría silenciosa y a los activistas de todas las tendencias; en una palabra, una historia equilibrada que no oculte nada e intente explicarlo todo. Pero, más allá, la metáfora del río muestra bien lo que fue la historia concreta de los moriscos. Esta historia que se desarrolla en un tiempo bastante largo, algo más de un siglo –de 1502 a 1609–, está marcada por unas fases de tensiones y de tregua hasta el momento final de la llegada al mar donde el río desaparece. Y éste está formado de corrientes diversas que a veces se reúnen y a veces se separan, dado que son atraídas por una u otra orilla, la de su tierra o la de su fe. Es toda la ambigüedad de esta disyuntiva la que hace que nuestras investigaciones resten siempre inacabadas pero al mismo tiempo sean siempre actuales. Por estas razones no he modificado nada de los textos aquí reunidos, aunque algunos sean ya relativamente antiguos y puedan ser completados a continuación con la lectura de los trabajos de otros investigadores y con el descubrimiento de nuevos documentos. Lamento también tal o cual formulación o imprecisión, pero sin renegar de nada. El lector, espero, podrá así, juzgar la evolución de una investigación, tanto de sus dudas y de sus lagunas como de sus avances.
BERNARD VICENT
Elementos de demografía morisca
El tema de la demografía morisca es inagotable. Desde los escritos polémicos y venenosos de los contemporáneos, los de Damián de Fonseca, de Marcos de Guadalajara y Javier, de Aznar Cardona, hasta los estudios más recientes, las reflexiones sobre la nupcialidad y la fecundidad de los cripto-musulmanes no han faltado.[1] Dos ejemplos entre las últimas aportaciones: en primer lugar, en su tesis sobre los moriscos de Ávila, Serafín de Tapia ha demostrado que la fecundidad de los moriscos era superior a la de los cristianos viejos. Atribuye el fenómeno a la precocidad del casamiento entre las mujeres de la comunidad minoritaria.[2] Sin embargo, observa también que la mortalidad infantil, sensiblemente más elevada entre los moriscos, tiende a reducir la diferencia inicial. Por otra parte, Eugenio Ciscar Pallarés ha estudiado la demografía de las poblaciones valencianas de Catadau y Llombai, la primera habitada exclusivamente por moriscos, la segunda, una entidad mixta. Llega a la conclusión de que los criptomusulmanes tienen una fecundidad y una densidad ligeramente más elevadas que las de los cristianos viejos.[3]
Si bien Serafín de Tapia y Eugenio Ciscar Pallarés se muestran con razón extremadamente prudentes en la utilización de sus datos, aportan confirmaciones a los resultados obtenidos por muchos investigadores de los últimos veinte años. La edad del primer casamiento de las mujeres, factor esencial de la fecundidad, es un poco más baja entre las moriscas que entre las cristianas viejas. A este respecto las opiniones de los adversarios de los cripto-musulmanes son fundadas. Por el contrario, poca atención ha merecido la segunda afirmación de los polemistas, a saber, la generalización del matrimonio. Se ha limitado a exponer la evidente banalidad de la inexistencia del celibato eclesiástico y a demostrar la débil difusión de la poligamia.
Es preciso volver a las prácticas matrimoniales. Ciertamente el estudio de la nupcialidad es difícil porque los registros parroquiales apenas nos informan sobre el tema. Pero es posible recurrir a otros documentos como las confesiones registradas por los inquisidores en período de edicto de gracia. Por la extensión de las preguntas planteadas sobre la identidad de todos los miembros de una misma familia y por el gran número de las personas interrogadas, que permite confrontar las respuestas y detectar los errores voluntarios o involuntarios, estos testimonios son preciosos. Ahora disponemos para varias localidades de la Ribera Alta valenciana, a unos cuarenta kilómetros al sur de la ciudad del Turia (Benimodo, Benimuslem, Carlet), de series que permiten a la vez un estudio cuantitativo sólido y una fina aproximación cuantitativa.[4]
Primer caso, el de Carlet, villa de 200 vecinos aproximadamente, donde la inmensa mayoría de la población es morisca. De las 317 declaraciones conservadas y encontradas, 210 fueron realizadas por mujeres de las cuales la más joven tiene 11 años,[5] 164 están casadas o lo han estado. Sobre todo, si se examina la edad de las declarantes, constatamos que únicamente cuatro de las mayores de 25 años permanecen solteras. ¡Y aún más! Sólo el caso de Axa Tarrabona, 40 años, no plantea ninguna incertidumbre. Porque, si Zoyra Mandet, 50 años, afirma que «no tiene marido ni hijos», el escribano añade al margen «viuda de Fernando Amete», anotación proveniente sin duda de verificaciones hechas por el inquisidor. ¿Se trata de una unión que la interesada ha intentado ocultar? Nexma Pozanquet, 30 años, y Nexma Caxut, 40 años, presentan su situación en términos diferentes. La primera confiesa tener tres hijos de 12, 9 y 6 años cuyo padre es un cierto Cacim Ferrer. Nexma Caxut dice con desenfado haber tenido unas traviesas con Hierónimo Alasdrach de las que tiene tres hijos de 11, 9 y 5 años. Concubinatos o casamientos a la musulmana que estas mujeres no quieren revelar y no podemos resolver. El caso es que no queda más que un único ejemplo de celibato comprobado. La más alta tasa de nupcialidad está realzada por el hecho conocido de que las moriscas se casan tempranamente. En el caso presente vemos que casi todas las mujeres de más de 20 años (24 de las 27, que tienen de 21 a 25 años) y la mitad de las que tienen entre 16 y 20 años (22 de las 43 de este tramo de edad) han contraído ya segundas nupcias. Localmente hay una generalización del matrimonio.
Una comprobación idéntica pude hacer en Benimodo y en Benimuslem. Disponemos de 80 confesiones femeninas –dentro de un conjunto de 159– para la primera de estas dos villas, cifra que debe representar seguramente más de los dos tercios de todas las que tienen la obligación de presentarse al interrogatorio. Ahora bien, 65 de estas mujeres tienen o han tenido un cónyuge. ¡De las otras 15, una sola tiene más de 21 años! Se trata de Axa Segarreta, 70 años, que según anotó el escribano «no tiene hijos porque no es casada ni lo ha sido». Sólo ella escapa a la norma. Y, sin embargo, en este caso aún tenemos una ligera duda ya que es calificada como viuda doncella. Extraña mención que quizás descubre un momento de descuido de quien hizo el registro. Parece, pues, que las solteras adultas sean probablemente tan raras entre ellas que no hemos encontrado sus declaraciones. El examen del estado civil de las madres, hermanas o hijas de las declarantes revela la existencia de otra soltera de más de veinticinco años. Nuzeya Granati es, según su hermana Fute, una doncella de 30 años, pero para Xumeica, otra hermana, es una moza por casar de 25 años. Por tanto, todas las esperanzas no se han perdido.
Idéntico escenario en Benimuslem. 21 mujeres vienen a confesarse. Una sola, 17 años, es soltera. Entre las casadas, una no tiene más que 14 años y otra, 15. Así pues, en las tres villas estudiadas, no sólo el matrimonio es precoz (en un trabajo anterior habíamos dado una edad media de 18 años y un mes para Carlet, de 16 años y 8 meses para Benimodo), sino que