Paolo Aliverti

Reparar (casi) cualquier cosa


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ocasión, quité el asiento y busqué un sistema para fijar el chasis roto. Conseguí una barra de hierro lisa que entrara fácilmente dentro de los tubos y, una vez colocada, procedí a la soldadura de las partes metálicas. El chasis que sostenía el motor V35 ya era de hierro. Una operación «de carnicero», si queréis, pero hecha con total autonomía y gran satisfacción.

      En el garaje de mi casa de Ceriano Laghetto pasaba mucho tiempo reparando la Guzzi, pero también bicicletas y todo cuanto se me rompía. En mi familia siempre ha existido la «cultura del reparar», una actividad antes normal y cotidiana. Mis abuelos, que vivieron durante la guerra, estaban acostumbrados a cambiar y reparar las herramientas agrícolas para su trabajo. De pequeño, yo les seguía y les observaba con interés mientras llevaban a cabo sus tareas y, a menudo, reparaban cosas. Antes, las reparaciones de las herramientas era más fácil porque las cosas se fabricaban de una forma más simple y sin tanta malicia. A veces, algunas herramientas se vendían a piezas: en el consorcio agrario comprabas un mango de madera (o te hacías con una rama grande y robusta), la lama de una pala, unos clavos para fijarla y procedías al montaje. Una vez construida la herramienta, en caso de rotura, ya sabías cómo repararla. Por ejemplo, de vez en cuando era necesario añadir algún clavo para que la pala quedara bien fijada. Estas intervenciones no siempre daban como resultado objetos «bonitos», pero sin duda sí funcionales. Había personas con una atención y una capacidad especiales para crear herramientas y modificarlas.

      Todo cuanto fue diseñado y fabricado antes de los años 80 es bastante «accesible», en el sentido de que dispone de tornillos «visibles» que permiten una apertura fácil del objeto. La introducción del plástico limitó mucho las posibilidades de intervención y de reparación de los objetos. Aunque sea un material que puede asumir cualquier forma y sea omnipresente, no es resistente como una pieza de metal o de aluminio. Por otro lado, la fabricación en masa no puede permitirse utilizar materiales tan preciados como el metal. El plástico es muy cómodo, rápido y económico. Los plásticos más utilizados son los termoplásticos: polímeros que pueden ser «deformados» con el calor. El proceso de deformación es reversible, pero sin los instrumentos y los trucos adecuados es difícil intervenir sobre estos objetos para repararlos. No sé cuántas veces he intentado pegar objetos de plástico con supercolas esperando resolver un problema. Mi fe en este tipo de pegado desapareció hace tiempo. Los primeros objetos creados con plástico tenían tornillos. Los tornillos valen dinero y, por tanto, para ahorrar y hacer los objetos aún más bonitos y perfectos, se eliminan a favor de encajes pensados para que no se abran nunca, sobre todo porque no habría ninguna razón para hacerlo. ¿Para qué querríamos desmontar un objeto que no funciona?

      Los objetos modernos no contemplan la posibilidad de ser abiertos, inspeccionados y, aún menos, reparados. Observad vuestro nuevo smartphone: una pastilla de jabón negra y brillante con ranuras muy pequeñas, casi invisibles. El cristal de la pantalla forma un todo con el resto del objeto. La batería es interna y no se puede extraer. ¿Para qué querrías abrirlo? Pues porque, por ejemplo, durante su fabricación el cable del altavoz ha quedado «pillado» y, tras unos meses de funcionamiento, el teléfono se ha quedado inexplicablemente mudo. Esto me ha pasado de verdad y confieso que perdí una semana entera pensando que la causa podían ser el software o los posibles efectos de alguna actualización del sistema. Solo cuando el teléfono se declaró inservible tuve el valor de abrirlo. Una operación que debe llevarse a cabo con extremo cuidado, vista la delicadeza y complejidad del dispositivo. Levantando un poco el circuito impreso se notaba que uno de los cables del altavoz se movía libremente... Y ahí estaba el problema. La imposibilidad de sustituir las baterías también es desconcertante. Hasta hace pocos años, los ordenadores y los teléfonos contaban con una batería extraíble. Las baterías no duran mucho y, después de unos cientos de ciclos de recarga, se acaban gastando. Mientras que antes el dueño del objeto podía cambiar la batería por una nueva de una manera muy sencilla, hoy en día esta operación está altamente desaconsejada a favor de la sustitución del dispositivo por uno nuevo o de una intervención por parte de la asistencia técnica que nos hará pagar generosamente por llevar a cabo una operación que, hasta hace poco, todos éramos capaces de realizar.

      He llegado a entender en parte la necesidad de crear objetos perfectos e inaccesibles leyendo la biografía de Steve Jobs, que no quería que los clientes abrieran sus productos o traficaran con ellos. Su primer ordenador vio la luz en un periodo muy concreto en el cual la electrónica era muy popular, la gente quedaba para hablar de sus proyectos y para explicarlos y compartirlos con otras personas, un poco como sucede actualmente con la impresión 3D. El Apple II vio la luz en este entorno y estaba rodeado de gente que sentía curiosidad por sus circuitos y deseaba manipularlos para conectarles periféricos hechos en casa. Para Steve esto era inacceptable y consiguió que el primer «Apple» comercial fuera inaccesible, se utilizaron para ello pocos tornillos con cabezas especiales y muy escondidos. Era normal que los ordenadores de aquella época tuvieran un puerto de expansión al cual conectar periféricos de distintos tipos, incluso fabricados por uno mismo, cosa que faltaba en el ordenador de Jobs, y él era plenamente consciente de ello. Jobs sabía que podía hacer un producto de óptima calidad y no quería que nadie lo manipulara. Esta posición tiene su lógica, porque así todo está bajo control. Un sistema cerrado tiene un hardware bien definido y estable, igual que el software que en él se ejecuta. Un sistema de este tipo es más controlable y, por tanto, debería funcionar mejor. De hecho, los ordenadores que fabrica Apple son ordenadores de óptima calidad. El enfoque adoptado por Microsoft e IBM se encuentra completamente en las antípodas del de Apple; ambas empresas se aliaron para crear un hardware modular y de bajo coste sobre el cual pudiera ejecutarse el sistema operativo Windows, adaptable a las distintas situaciones. Esto permitió una rápida y masiva difusión de los ordenadores de escritorio y que naciera el amor/odio por Windows, sistema operativo omnipresente que debe rendir cuentas ante miles de situaciones distintas.

      Los productos de Apple fueron muy innovadores y de referencia en todo el mercado. Por esta razón, algunas decisiones tecnológicas y de diseño presentadas por Apple han sido inmediatamente adoptadas por muchos otros fabricantes. Otro ejemplo de innovación que ha marcado este paso ha sido el uso de fuentes de alimentación conmutadas, que ya existían hacía tiempo, pero introducidas por primera vez de forma masiva en un ordenador personal, a voluntad de Steve Jobs, porque el ordenador no podía distraer al usuario con el ruido del ventilador y lo único que podía funcionar sin un sistema de refrigeración era una fuente de alimentación conmutada.

      Para empeorar la reparabilidad de las cosas, han surgido otras prácticas poco correctas, como insertar chips dentro de los recambios, una cosa bastante extendida en el ámbito automovilístico y en algunas maquinarias industriales, entre las cuales, las impresoras 3D. Los consumibles tienen pequeños circuitos integrados que llevan la cuenta de las horas de uso y, una vez alcanzado el límite, o bien terminado el cartucho, requieren su sustitución, que debe realizarse con cartuchos y recambios compatibles y oficiales. No es posible recargar o regenerar estas piezas. La presencia del chip está justificada porque así se tiene un mayor control de lo que ocurre. El estado de desgaste de las piezas lo lee un controlador central y, así, no hay peligro de quedarse «averiado». Incluso el Parlamento Europeo ha percibido estas prácticas al límite de la legalidad y hace unos años aprobó una ley, en el ámbito automovilístico, para limitar el uso de recambios «exclusivos» y garantizar la reparabilidad de los vehículos de motor en cualquier taller mecánico, y no solo en aquellos pertenecientes al fabricante.

      En junio de 2017 ayudé a organizar en Padua un minicurso de reparación inspirado en el Repair Café, es decir, un encuentro en el cual los participantes reparan electrodomésticos, objetos comunes, bicicletas y piezas de vestir. Se organizan de forma periódica en locales ya preparados, como pequeños talleres, con herramientas, soldadores e impresoras 3D. Un grupo de voluntarios ayuda a los participantes a llevar a cabo las reparaciones. La idea de los Repair Café fue de Martine Postma, quien, en 2009, organizó el primer evento en Amsterdam. El objetivo de estos encuentros es reducir los residuos tecnológicos, no derrochar y difundir la cultura del reparar y del reutilizar, creando puntos de agregación social. De hecho, los Repair Café tienen carácter «local» y de barrio. A partir