Marshall B. Rosenberg

Comunicación no violenta: un lenguaje de vida


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“¡Muy fácil! Cuando me vaya de aquí esta noche, tengo que ir a casa y cocinar. ¡Detesto cocinar! Lo odio con todas mis fuerzas, pero lo he hecho cada día durante veinte años, incluso cuando he estado muy enferma, porque es una de esas cosas que, sencillamente, hay que hacer”. Yo le dije que me entristecía oír que había dedicado tanto tiempo de su vida a hacer algo que odiaba, porque se sentía obligada a hacerlo, y que tenía la esperanza de que pudiera encontrar mayores posibilidades de felicidad aprendiendo el lenguaje de la CNV.

      Somos peligrosos cuando no somos conscientes de nuestra responsabilidad por cómo nos comportamos, pensamos y sentimos

      Me complace decir que aprendió rápido. De hecho, al acabar el taller se fue a casa y anunció a su familia que ya no quería volver a cocinar nunca más. La oportunidad de saber cómo lo había tomado su familia se me presentó tres semanas más tarde, cuando sus dos hijos llegaron al taller. Sentía gran curiosidad por saber cómo habían reaccionado al anuncio de su madre. El hijo mayor suspiró diciendo: “Marshall, yo dije para mis adentros: ‘¡gracias a Dios!’”. Al ver mi expresión de desconcierto, explicó: “Bueno, pensé que así tal vez dejaría de quejarse a cada comida”.

      Otra vez, cuando estaba atendiendo una consulta para una escuela del distrito, una profesora señaló: “Odio poner notas. No creo que ayuden y generan un montón de ansiedad en los estudiantes. Pero tengo que ponerlas: es la política del distrito”. Acabábamos de estar practicando cómo introducir en la clase un lenguaje que aumentara la conciencia de la responsabilidad por las propias acciones. Le pedí a la profesora que tradujera su afirmación “Tengo que poner notas porque es la política del distrito” por “Elijo poner notas porque quiero...”. Entonces respondió sin vacilar: “Elijo poner notas porque quiero conservar mi puesto de trabajo”, y se apresuró a añadir: “Pero no me gusta decirlo de esa manera. Me hace sentir tan responsable por lo que estoy haciendo...”. “Por eso quiero que lo digas de esa manera”, respondí yo.

      Comparto los sentimientos del novelista y periodista francés George Bernanos cuando dice:

      Hace mucho que pienso que si algún día la especie humana desaparece de la faz de la Tierra debido a la creciente eficiencia de las técnicas de destrucción, no será la crueldad la responsable de nuestra extinción y, por supuesto, menos aún la indignación que despierta la crueldad, y las represalias y la venganza que trae consigo... Será la docilidad, la falta de responsabilidad del hombre moderno, su aceptación servil de los códigos vigentes. Los horrores de que hemos sido testigos y los aún mayores horrores que presenciaremos no son señales de que los rebeldes, los insubordinados, los indomables estén aumentando en el mundo, sino más bien de que hay un incremento constante del número de hombres obedientes y dóciles.

      GEORGE BERNANOS

      Comunicar nuestros deseos como exigencias es otra forma de expresarse que bloquea la compasión. Una exigencia explícita o implícita amenaza a quien la escucha con la culpa y el castigo si no la acata. Es una forma de comunicación muy habitual en nuestra cultura, especialmente por parte de aquellos que ostentan puestos de autoridad.

      No tenemos el poder de hacer que los demás hagan una determinada cosa

      Mis hijos me han dado lecciones de incalculable valor acerca de las exigencias. De alguna manera, se me había metido en la cabeza que, como padre, mi trabajo era exigirles. Aprendí, no obstante, que yo podía hacer todas las exigencias del mundo sin por ello conseguir que mis hijos hicieran nada. Se trata de una lección de humildad sobre el poder para aquellos que creemos que, porque somos padres, profesores, o gerentes, nuestro trabajo es cambiar a las demás personas y hacer que se comporten bien. Ahí estaban mis niños haciéndome saber que yo nunca podría lograr que ellos hicieran nada. Lo máximo que podía conseguir, mediante el castigo, era que desearan haberlo hecho. Al final me enseñaron que siempre que yo era tan tonto como para hacer que desearan haberme obedecido castigándoles, ¡ellos tenían su propio modo de hacerme desear a mí no haberles castigado!

      Las ideas basadas en el concepto de “merecer” bloquean la comunicación compasiva

      Examinaremos este tema de nuevo cuando aprendamos a diferenciar las peticiones de las exigencias, una parte importante de la CNV.

      La comunicación que aliena de la vida tiene profundas raíces filosóficas y políticas

      La idea de que ciertas acciones merecen recompensa mientras que otras merecen castigo está también asociada con la comunicación que aliena de la vida. Esta forma de pensar está expresada por la palabra merecer, como en el caso de “Él merece que le castiguen por lo que hizo”. Esta manera de pensar presupone maldad en las personas que se comportan de ciertas maneras, y requiere el castigo para lograr que se arrepientan y cambien su comportamiento. Yo creo que a todos nos interesa que las personas cambien porque ven que el cambio les beneficia, no con el fin de evitar el castigo.

      La mayoría de nosotros nos hemos criado hablando un lenguaje que fomenta las etiquetas, las comparaciones, las exigencias y los juicios, en lugar de la conciencia de lo que sentimos y necesitamos. Creo que la comunicación que aliena de la vida está enraizada en una visión de la naturaleza humana que ha ejercido su influencia durante varios siglos. Esa visión hace hincapié en la maldad y deficiencias innatas del ser humano, y en la necesidad de la educación para controlar nuestra indeseable naturaleza inherente. Dicha educación con frecuencia nos lleva a preguntarnos si habrá algo malo en cualquier sentimiento o necesidad que podamos estar experimentando. Aprendemos muy pronto a desconectarnos de lo que pasa en nuestro interior.

      La comunicación que aliena de la vida surge de las sociedades jerárquicas o dominadoras y las sustenta. En dichas sociedades, la mayor parte de la población es controlada por un pequeño número de individuos que actúan en su propio beneficio. A los reyes, zares, nobles, etc. les interesaba que las masas fueran educadas de forma que adquirieran mentalidad de esclavos. El lenguaje de la equivocación y el error, los debería, los tengo que, se adecua perfectamente a ese propósito: en la medida en que las personas son educadas para pensar en términos de juicios moralistas que implican equivocación o maldad, están siendo educadas para buscar fuera de sí mismas —en las autoridades externas— la definición de lo que constituye lo correcto, lo incorrecto, lo bueno y lo malo. Cuando estamos en contacto con nuestros sentimientos y necesidades, los seres humanos ya no somos buenos esclavos ni subordinados.

       RESUMEN

      El dar y recibir compasivamente está en nuestra naturaleza. Sin embargo, hemos aprendido muchas formas de comunicación que alienan de la vida y nos conducen a hablar y comportarnos de maneras que dañan a los demás o a nosotros mismos. Una forma de comunicación que aliena de la vida es el uso de los juicios moralistas que presuponen error o maldad por parte de aquellos que no actúan en consonancia con nuestros valores. Otra es el uso de comparaciones, que pueden bloquear la compasión tanto hacia los demás como hacia nosotros mismos. La comunicación que aliena de la vida también empaña la conciencia de que cada uno de nosotros es responsable de sus propios pensamientos, sentimientos y acciones. Comunicar nuestros deseos en forma de exigencias es otra característica del lenguaje que bloquea la compasión.

      3

      Observar sin evaluar

       ¡OBSERVAD! Hay pocas cosas tan

      importantes, tan religiosas, como esa.

      FREDERICK BUECHNER, CLÉRIGO

       Puedo aceptar que me digas

      lo que hice o lo que no.

      Y acepto que lo interpretes,

      pero, por favor, no mezcles las dos.

      Si quieres confundir cualquier cuestión,

       yo te digo cómo hacerlo:

       mezcla lo que yo hago

      con tu