John D. Sanderson

Sed de más


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mes siguiente de aquella euforia epistolar romana, el actor escribía desde Buenos Aires a su mujer diciéndole: «Buñuel empezará en enero la película que me dijo en su carta y que van a hacer por llevarme. ¡Ojalá! Le voy a escribir».18 Curiosamente, se repetía la situación del año anterior: tenía un rodaje pendiente en Argentina con Torre Nilsson, en este caso de Setenta veces siete, coincidiendo con el inminente inicio de filmación por parte de Buñuel. Pero en esta ocasión Rabal recibió poco después un telegrama del cineasta aragonés en el que le informaba de que, por «criterio económico» del productor, todo el reparto de El ángel exterminador (1962) sería mexicano, como así fue.

      Sin embargo, su siguiente film, Diario de una camarera (Le journal d’une femme de chambre, 1964), fue rodado en Europa, donde Buñuel regresaría, principalmente a Francia, pero también a España, para dirigir un total de siete películas. De todas ellas, Rabal solo aparecería en Bella de día (Belle de jour, 1966) con un pequeño papel que requirió tres días de rodaje, escaso bagaje tras una colaboración mutua que había dado tantos frutos. Por su parte, Fernando Rey, gran amigo de Rabal y coprotagonista masculino en Viridiana, sí estuvo al frente del reparto de otras tres películas del director aragonés [Tristana (1970), El discreto encanto de la burguesía (1972) y Ese oscuro objeto del deseo (1977), todas coproducciones españolas], con Damián Rabal como representante, por lo que el agravio comparativo resultaba inevitable. Al margen de aquellos inconvenientes solapamientos de rodajes reflejados con anterioridad, García de Dueñas tiene una explicación al respecto:

      Ahí queda la hipótesis. Torre Nilsson sí quería a Rabal como protagonista de su siguiente película, entusiasmado como estaba por su trabajo en La mano en la trampa. Beatriz Guido le había escrito una carta nada más partir Rabal hacia España, tras aquella primera experiencia juntos, que hacía presagiar el reencuentro:

      Querido Paco:

      No te imaginás cuánto, cuánto te hemos extrañado. Sos una persona que –según dice Leopoldo– se te quiere tanto en recuerdo como en presencia.

      Néstor Gaffet, cofundador de Ángel, desesperó tanto que dimitió, y la productora se desmanteló, todo porque Torre Nilsson pospuso el proyecto de Martín Fierro, que finalmente no dirigiría hasta 1968, en favor de Setenta veces siete simplemente para volver a trabajar con Rabal.

      El nuevo proyecto era un encargo a mayor gloria de la actriz argentina Isabel Sarli, quien, tras media docena de tórridas películas dirigidas por su mentor, apoderado y posterior marido, Armando Bo, pretendía dar el salto a un cine «serio» de la mano del cineasta argentino del momento. El proyecto se basaba en «Sur viejo» y «El prostíbulo», dos cuentos de Dalmiro Sáenz incluidos en un volumen con el mismo título que la película, así que esta vez Guido se limitó a colaborar en el guión junto a otros cuatro firmantes, incluido el propio director. Planteada la trama argumental, la disputa entre dos hombres por una mujer, Rabal tenía libertad absoluta por parte de Torre Nilsson para elegir entre los dos personajes. El actor español llegó a Buenos Aires con su hermano, sin ninguna mediación de Muñoz Suay, y tomó la decisión sin titubear:

      Aunque el productor era el argentino Antonio Motti, que le había hecho la «propuesta Sarli» a Torre Nilsson, es fácil deducir que Rabal se refería a Armando Bo, que no dejaría a su representada y futura esposa un minuto sola ni en Buenos Aires ni en la remota localización de Bariloche, donde se rodaron las numerosas inhóspitas tomas de exteriores.

      La trama oscila entre los espacios reflejados en los dos cuentos de Sáenz, un presente en el burdel donde Laura (Isabel Sarli) ejerce la prostitución, con escenas de estudio rodadas en Buenos Aires, y un argumentalmente predominante flashback filmado en Bariloche, tierra de nadie que transmite una efectiva sensación de aislamiento salvaje, en la que se da rienda suelta a pasiones desenfrenadas. La película comienza con un hombre que llega a caballo al burdel y elige a la protagonista para que le acompañe. En un lúgubre cuarto yace y habla con Laura mientras ella juguetea ausente con los bordes de la colcha, y la situación se repite con sucesivos clientes dentro de una misma escena continuada en la que solo cambian las caras de los varones, transmitiéndose hábilmente la rutina de su profesión. En un momento determinado mira a la cámara, en un plano picado hacia la cama, al advertir un agujero negro en el techo, su contraplano. Se asusta y le pide al cliente que se quede, pero él ya ha concluido y se marcha, así que sale precipitadamente a arrebatarle uno a otra compañera. Ahora ella sí busca conversación, sin éxito, con lo que entramos en un primer flashback.

      Pedro (Jardel Filho) entra en una cantina en medio del desierto y pide provisiones para pasar un largo invierno. El matrimonio al frente del establecimiento le recibe con cautela al creer que es un ladrón de caballos, pero su hija Laura se siente atraída por el forastero que la podría sacar de su monótona existencia. Él duerme en el establo y marcha al día siguiente sin dirigirle la palabra. Tras una elipsis temporal facilitada por un breve inciso en el presente del burdel, él regresa a la cantina un año después. La expectante Laura roba provisiones para él y es descubierta, así que acabará llevándola consigo a otro lugar tan aislado, polvoriento y rutinario como el que deja atrás, donde Pedro pretende criar ganado pese a la ausencia de agua. Empezará a cavar un pozo en las cercanías de la escuálida casa con la esperanza de encontrarla.

      La rutina se rompe un día en el que aparece un grupo de jinetes persiguiendo a un ladrón al que hacen caer de su caballo cerca de la casa. En un cambio de plano le vemos tumbado en el suelo y descubrimos que es Rabal, cuyo personaje, Pascual, sigue huyendo a pie hasta que recibe un disparo y cae al agujero del pozo. Así describía el rodaje a su esposa:

      Mientras Pedro comenta con los perseguidores los motivos de la cacería del ladrón, Laura salta dentro del pozo, le echa polvo y tierra a Pascual por encima y sale para anunciar que ha muerto. La pareja se compromete a enterrarle para que los jinetes puedan marcharse, pero Pedro también tiene que partir inmediatamente. Laura regresará al agujero, donde el confuso Pascual no entiende por qué le ha salvado la vida; ella deja entrever que necesita que la saquen del hastío. Se establece una ajustada química entre ambos actores, con un intercambio de miradas y posturas que anticipa la pasión posterior, bajo una acertada dirección de Torre Nilsson. Pedro regresa y tiene una escena íntima con Laura,