el actor y cantante estadounidense Sammy Davis Jr. y poner un súbito fin a su carrera profesional.
Rabal comprobaría a su regreso a España que a él no le esperaba ningún cambio profesional. Revelación abundaba en las mismas lacras que las celebradas películas nacionales de la época, pero no sería ni mucho menos alabada por la prensa oficialista en su tardío estreno:
Revelación quiere ser cine católico, pero para ello le sobra el lastre folletinesco de su trama y la falta de persuasión de los argumentos que se esgrimen en la lucha entre los creyentes y la muchacha atea. Creemos sinceramente que, en especial en este género cinematográfico, no hay buen o mal cine católico. Lo es, íntegra o totalmente, o no lo es. Y por lo mismo nos cuesta considerar dentro del mismo a esta cinta, que cuenta con algunos aciertos y en conjunto retrata con fidelidad la mano creadora de un realizador que nunca alcanzó los linderos de la genialidad pero que ha sabido mantener un nivel medio aceptable en su veterana actuación porque Revelación, desde el punto de vista doctrinal, posee demasiados defectos.2
Pese al fiasco de esta primera incursión internacional, Rabal regresaría tercamente a Italia al año siguiente para protagonizar otra coproducción de temática religiosa, Serán hombres (Saranno uomini, Silvio Siano, 1957), con la perspectiva a más largo plazo de crear una cabeza de puente nacional en un país donde ya se habían asentado otros actores españoles. Ahora sopesaba más factores en su elección de la película, como refleja en una carta enviada a su esposa: «Creo que Mássimo Girotti hará el papel del cura. Salgo ganando porque éste en España, y en el mundo, es más conocido y además es mejor actor».3 Estaba bien informado, ya que Girotti tenía una distinguida trayectoria tras haber trabajado en los años cuarenta a las órdenes de Luchino Visconti, Roberto Rossellini o Vittorio de Sica, directores idolatrados por el actor español. Además, la protagonista femenina, Silvana Pampanini, estaba en la cúspide de su carrera y serviría de reclamo publicitario tras protagonizar el regreso a la dirección del mítico Abel Gance, La tour de Nesle (1955), y el film de Luigi Comencini La bella di Roma (1955). Rabal se mostraba agradecido por la camaradería de sus compañeros de reparto, tan necesitada en aquellos primeros pasos suyos en la cinematografía italiana:
Ayer fueron las pruebas en el Estudio De Paolis (creo que se pone así) que es donde por fin se rodará la película y que está más cerca que Cinecitta. Todo muy bien. La Pampanini me pareció muy normal y simpática. Lo mismo puedo decir de Girotti, muy simpático y educado, y allí me encontré con nuestro amigo Tamberlani,4 que hará mi padre y que se alegró mucho y yo de que así sea. Me dio muchos recuerdos para ti, Asunción, y quedé con él en ir a comer a su casa. Nos hicieron fotos juntos a los tres protagonistas que ya os enviaré cuando me las den.5
El inicio de este extracto revela la temprana ingenuidad del actor español. El cambio de estudios se debía en realidad a la pesadilla administrativa que se estaba viviendo en aquellos momentos por incumplimientos en los pagos de la productora italiana ACES Films; la española Yago Films, que había cumplido con su parte, no tenía más remedio que esperar. Como contó décadas después un mucho más experimentado Rabal (Hidalgo, 1985: 52): «Los productores españoles se confiaron porque en la productora italiana había un cura, y resulta que estos italianos eran unos chorizos y no pagaban». Él ya estaba acostumbrado a vivir situaciones de impago en su país, pero en Italia la resolución era más drástica: no se iniciaba el rodaje hasta que se hubieran satisfecho las cantidades demandadas. Rabal llevaba en Roma desde el 14 de julio, y dos semanas después empezaba a mostrar su impaciencia ante la paralización del proyecto sin saber muy bien qué hacer salvo curtirse en estos menesteres:
Esta mañana no he salido del hotel. He comido aquí y escrito a Damián detallándole todas las cosas que voy viendo por aquí. Por ejemplo, que conviene aclarar para ir contando desde qué día empiezo a estar bajo las órdenes de Yago, o sea que como en este caso se ha retrasado la película, pudiera retrasarse más y yo pierdo lamentablemente aquí el tiempo, por bien que me paguen las dietas. También advirtiéndole que se debe firmar la cláusula de que si una película que ellos me mandan, como por ejemplo esta de ahora, se suspendiese aunque fuese culpa de la casa extranjera, y no de Yago, éste debe de pagármela lo mismo que si se hubiese realizado y se contaría ya como película hecha, ya que no soy yo el que me contrató sino ellos. En fin, todas estas cosas que para otra vez habremos de firmar condiciones adicionales en caso de que me envíen al extranjero. Ya no creo que pase nada, pero ha habido la lejana posibilidad de haberse suspendido esta coproducción por una nueva ley que aquí ha salido de que hay que depositar en un banco el dinero íntegro que se ha declarado del coste de la película. Ellos habían declarado más de lo que la realidad les costaba y ahora no tenían para depositarlo.6
No se había entregado el dinero ni el guión traducido necesario para establecer unos fundamentos sobre el proceso creativo de su personaje, el delincuente Giacomo (Guillermo en la versión española), por muy predecible y arquetípico que fuera. Rabal se limitó a aprenderse el texto de memoria del original italiano y hacer una transcripción fonética de este con la ayuda de sus atentos compañeros. De hecho, la ansiada traducción no le llegaría hasta el 3 de agosto, confeccionada por el guionista Antonio Navarro Linares, quien también firmó sospechosamente como director adjunto por requisitos formales de la coproducción; sería su única película como director. Pérez Perucha (1990: 8) ironiza sobre este «caótico periodo coproductor en que era moneda corriente que a numerosos realizadores extranjeros se les adhiriera, a guisa de artificial hermano siamés, un vigilante realizador casero».
En todo caso, Rabal tendría tiempo suficiente para cotejarla con el guión original, ya que el rodaje no comenzó hasta el día 20, más de un mes después de su llegada a Roma. Al día siguiente escribía a casa: «si bien debiera ser todo contento y alegría por haber empezado el trabajo, no lo es del todo, porque aún siguen las cosas sin esclarecerse».7 Lo no esclarecido era que llevaban dos semanas sin pagarle ni siquiera las dietas. Quizá como compensación, su nombre apareció en solitario al inicio de los títulos de crédito pese a que Girotti ocupaba muchos más minutos de metraje.
Al principio de la película vemos a Don Antonio (Massimo Girotti) llevarse a un niño del tribunal tutelar de menores a su parroquia en un furgón, con la feroz oposición de su madre, Sara (Silvana Pampanini), cuya indumentaria nos permite deducir que es una mujer de dudosa reputación. La confirmación nos llega con la primera aparición de Rabal como Giacomo jugando al futbolín en un tugurio mientras planea una operación de contrabando. Giacomo dispone a sus anchas de la casa de Sara, donde se tumba en la cama mientras ella sale a trabajar de noche. Don Antonio, por su parte, ha convertido su parroquia en un hospicio para niños pese a la reticencia de su superior, Don Martín (Aldo Silvani), y sigue manteniendo el contacto con los beneficiados por su labor redentora, como el joven mecánico al que le lleva su furgón para que lo repare. Cuando Giacomo obliga al mecánico a conducirlo para recoger el contrabando y un policía muere en el tiroteo consiguiente, se desatará el conflicto.
Francisco Rabal en Serán hombres. Foto: Vaselli.
Rabal compone a un maleante sin escrúpulos con eficacia, conjugando sorna y violencia con bastante gracia, hasta que la inevitable redención le haga caer en la misma sobreactuación final de la película anterior. Por su parte, la factura visual de Serán hombres no presenta ningún aspecto destacable; un color difuminado envuelve idénticamente los mundos encontrados de la parroquia y la sala recreativa sin aprovechar el contraste moral. Hay una curiosa escena en la que Don Antonio visita dicha sala en busca del mecánico secuestrado, pudiéndose apreciar al fondo cómo unas bailarinas practican un número en