Manuel José Fernández Márquez

El silencio es la música del alma


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del cielo,

      envuelto en tu abrazo amoroso

      me dejo todo yo en tu alma.

      11. Leyendo a los místicos 2

      Es preciso recuperar el silencio

      «Lo hemos expulsado de las ciudades.

      En el campo, en el monte, en la orilla del mar

      es acosado por aparatos de estridente potencia.

      Todo y todos se esfuerzan por ahogar su silencio.

      Por eso es preciso crear islas de silencio

      en torno a nosotros y en nuestras ocupaciones.

      Islas para defendernos; islas para recuperarnos.

      El silencio no nos engaña con propuestas fantásticas,

      no nos distrae con milagros imposibles,

      no nos cansa con estrépito fastidioso.

      Es preciso repatriar el silencio que hemos desterrado.

      Ese silencio que aporta calma, da paz y hace crecer

      la sabiduría.

      Los momentos más grandes de la vida humana

      son siempre momentos de profundo silencio.

      Los momentos más grandes del arte, de la ciencia,

      de la creatividad, son momentos de absoluto silencio.

      De cuando en cuando tenemos que retirarnos al interior

      de nosotros mismos, y en el silencio, descubrir la verdad

      y dirigir con seguridad el timón de nuestra vida.

      Hay que crear islas de silencio en medio de las ocupaciones

      más absorbentes para no ser arrastrados,

      para ser dueños de las cosas y no dejarnos triturar por ellas.

      Dios quiere que seamos dueños de las cosas

      y no pajas que arrastra la corriente.»

      F. Mieza

      12. Sed de silencio

      Siempre nos ha llamado la atención el silencio, cuando se hace presente, en una situación concreta.

      Siempre nos ha llamado la atención el silencio, cuando se hace presente, en una situación concreta.

      Siempre nos ha llamado la atención el silencio de una calle solitaria, el silencio de un camino hacia la montaña, entre los troncos de unos pinos centenarios.

      Siempre nos ha llamado la atención el silencio de una gruta o de un sótano, o del espacio recogido y oscuro de una capilla o catedral románica.

      El silencio nos llama la atención, no pasa inadvertido. No sabemos de dónde viene ni adonde va, pero nos llama la atención, nos despierta y nos abre por dentro a algo desconocido, a algo que se nos escapa y no sabemos qué hacer con él.

      El silencio, cuando se hace presente, está ahí, sin más, sin decir nada diciéndolo todo, porque el silencio habla con sola su presencia callada y desnuda.

      El silencio cuando se hace presente, no pasa inadvertido, te llama la atención sin pretenderlo, nos habla sin decir nada, nos interroga sin hacer preguntas, nos sitúa y nos descubre el lugar donde nos encontramos, sin análisis ni cálculos mentales.

      El silencio es un misterio, un misterio desconocido en nuestros caminos rutinarios, en nuestros trabajos estresados y estresantes, en nuestras tareas y conversaciones superficiales, en nuestras idas y venidas inconscientes y agobiadas.

      El silencio es un misterio que, cuando se hace presente en nuestra vida rutinaria, dividida y ausente, nos llama la atención y despierta de pronto, en nosotros, sin pretenderlo, asombro, temor, sosiego, descanso, nerviosismo, calma serena, inquietud angustiosa, o qué sé yo de cosas positivas o negativas.

      Sin saber cómo explicarlo, el silencio siempre nos desencadena un cúmulo de pensamientos y reacciones emocionales, que nos llevan a valorar, despreciar o temer el silencio, sin acabar de saber qué es realmente y qué podemos hacer con él.

      El silencio, sin saber cómo ni por qué, es amado o temido, valorado o despreciado, buscado ardientemente o evitado a toda costa, porque con él y en su presencia, podemos sentirnos vivir o morir. «Hay silencio que matan», decimos, pero también sabemos que hay silencios que nos abren a un mundo nuevo, a un paraíso, un silencio que nos llena de vida infinita, amorosa y divina.

      Ante la presencia del silencio no permanecemos indiferentes, siempre nos despierta por dentro y por fuera, unos pensamientos, reflexiones y reacciones emociones, positivas y gozosas para unos, pero también negativas y angustiosas para otros.

      1. ¿Qué es el silencio?

      2. ¿Qué es realmente el silencio?

      3. ¿En qué consiste el silencio?

      4. ¿Dónde está el silencio?

      5. ¿Está dentro de nosotros?

      6. ¿Está fuera de nosotros?

      7. ¿Cómo notamos su presencia?

      8. ¿De qué depende su presencia?

      9. ¿Por qué a veces viene y a veces se va y desaparece?

      10. ¿Sabes qué es el silencio?

      11. ¿Te relacionas con el silencio?

      12. ¿Qué relación tienes con el silencio?

      13. ¿Te interesa el silencio? ¿Por qué?

      14. ¿Ignoras el silencio? ¿Por qué?

      15. ¿Desprecias el silencio? ¿Por qué?

      16. ¿Valoras el silencio? ¿Por qué?

      17 ¿Temes el silencio? ¿Por qué?

      18. ¿Qué idea tienes tú del silencio? Descríbela.

      19. ¿Has tenido alguna experiencia del silencio? ¿Cuál?

      20. ¿Piensas que hay diversas clases de silencio?

      Describe alguna de ellas.

      Tendríamos que empezar diciendo que «hay silencio y silencios», como diría Santa Teresa. Hay silencios auténticos y silencios falsos, como hay monedas valiosas y auténticas y monedas falsas.

      «Hay silencio que matan» y matan porque no son silencios auténticos, son mutismo, control programado de ruidos, tensión y rigidez mental, mordaza en mis labios para no hablar, control emocional angustioso, silencios que distancian la comunicación y violentan la convivencia.

      Estos «silencios que matan» son silencios falsos, porque matan, crean tensión, agobian, endurecen, aplastan, distancian de los demás, bloquean la comunicación, encierran en la cárcel mental lo más creativo, humano y divino de la persona.

      El silencio, el verdadero silencio, es un tesoro, es una riqueza infinita. Es un tesoro…, escondido, claro, como todo tesoro. Y como todo tesoro escondido, hay que buscarlo, sí, buscarlo seducido desde dentro del alma, como algo que te va a devolver la vida, como busca el sediento un vaso de agua cristalina y pura.

      El verdadero silencio es un tesoro infinito, es un misterio que se esconde en la otra orilla de la experiencia humana, donde percibimos la caricia divina del paraíso perdido.

      Sí, el silencio verdadero y auténtico existe. Existe aquí y ahora, más allá de los límites de nuestras idas y venidas.

      El silencio existe más allá de nuestros parloteos mentales, de nuestros altibajos emocionales, más allá de nuestras situaciones de la vida diaria.

      El silencio es un tesoro escondido en mitad de ese campo donde desarrollamos nuestras tareas y trabajos, en mitad de las calles y plazas de nuestra ciudad y en mitad de las habitaciones de nuestra casa.

      El silencio es un tesoro infinito