Fernando Cordero Morales

Orejas de colores


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y no nos quedaremos en la superficie ni en un nivel periférico de la existencia ni de los otros –y ojalá que de «todo otro»– ni del Otro. Escuchar nos hace bien a nosotros y a los demás. Una escucha atenta puede llevar a transformarnos a cada cual y al que se siente escuchado:

      «La escucha activa representa una de las caricias y estímulos positivos más importantes para la persona. El que se siente escuchado experimenta que es reconocido por el otro, considerado, respetado como distinto. Percibe que es buscado allí donde se encuentra o encontrado allí donde está, donde necesita para ser y para afrontar las dificultades o ser sostenido en el camino de convivir con los límites que no sean superables»[1].

      Diferentes circunstancias, personas, acontecimientos pueden hacer que nuestra escucha se coloree. He disfrutado de tres experiencias de color intenso que han provocado estas páginas: contemplar el interior de la Basílica de la Sagrada Familia de Barcelona, la lectura de Los sacramentos y la belleza de Dios, de Bruno Forte, y un poema de Gianni Rodari, Un señor maduro con una oreja verde, que me recitó de memoria mi amigo Fano. De todos ellos extraigo una reflexión para vivir más en consonancia con el Evangelio en nuestra cotidianidad.

      El propio Fano, en uno de sus dibujos, ha llegado a pintar a la Virgen María con una oreja verde, símbolo de la escucha que no se marchita. A raíz de su genial ocurrencia, he pensado dividir este libro en ocho capítulos, cada uno de ellos representando un color. Joana Ojeda, una artista del Colegio Padre Damián SS.CC., implicada activamente en la pastoral, me ha sugerido el significado de cada uno de los colores, que me han servido para agrupar estas reflexiones. Lo mismo pasa en la vida: los demás nos colorean. Es algo inevitable. A nosotros nos toca saber procesar el color de los mensajes que nos llegan para ser de verdad testigos de Jesús en medio de nuestra sociedad. Somos, como le gusta decir a la periodista e incansable activista en la donación de órganos, Susana Herrera Márquez, «un lienzo vacío que se transforma en lo que pintemos en él».

      A veces me preguntaba si algunas de las referencias, anécdotas e historias que incluyo resultarían demasiado personales. Podría quizá haber optado por alguna manera menos concreta de narrar y de sugerir. No me ha salido. Lo que he ido viviendo ha ido coloreando mi propia experiencia y mi manera de contar. Sería, por ejemplo, imposible que cuando penetras en la Sagrada Familia no te dejaras impregnar por los colores de un auténtico bosque interior que te embarga. El color es vida. El arquitecto de Dios, Antoni Gaudí, admiraba los colores, «por eso los quería en sus obras, porque son expresión de vida y de alegría»[2]. Quizá durante mucho tiempo hemos velado por sistematizar armónicamente la fe, esfuerzo que es, sin duda, esencial, sin el suficiente empeño en narrarla, en hacerla más carne, más propia. Valgan estas páginas como humilde aportación en ese camino de traducir los grandes conceptos y palabras a nuestras experiencias más cotidianas.

      En este proceso he recordado a un sacerdote al que tengo un gran cariño y admiración, Antonio García Rubio. Antes de mi ordenación sacerdotal cayó en mis manos uno de sus libros: Diario de un asombro[3]. Fue un auténtico acompañante en mi camino como joven sacerdote. Allí compartía con los lectores seis meses de su diario, del diario de un párroco –entonces al servicio de la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Colmenar Viejo, ahora en la Parroquia del Pilar de Madrid–. Me cautivó la manera de encontrarse con Dios en las diferentes personas y actividades de su día a día, en la liturgia, en el necesitado, en las visitas, en su madre, en su oración personal… Una delicia de lectura. Luego, gracias a otro sacerdote amigo, Gregorio Mateos, tuve la suerte de conocer a Antonio, uno de los regalos que he recibido en estos años de ministerio y que me han hecho ensanchar la fraternidad sacerdotal. Él tiene parte de responsabilidad en haber hecho más transparente las diferentes experiencias que trato de comunicar y que invito no ya a repetir sino simplemente a que escuchemos atentamente tantos susurros de Dios en nuestro entorno. Seguro que algo sucederá.

      He aquí los capítulos en torno a ocho colores en los que está dividido este volumen, acompañados por una breve explicación para situar al lector. Se puede leer desde esta indicación cromática o accediendo al capítulo que a cada cual le parezca más oportuno o que mejor coloree el momento que está viviendo:

      I. Verde

      Las orejas verdes de María: El verde de la juventud, de la escucha que permanece siempre joven, inalterada, con toda su capacidad.

      Oportunidades: El verde de la contemplación del futuro con perspectiva, dando sentido a lo que se vive con un horizonte de esperanza.

      II. Azul

      El color del Cielo, que evoca relaciones nuevas, las del Reino, como son las que gozan ya los que son nuestros modelos en el seguimiento de Jesús: los santos. Ellos nos enseñan, entre otras cosas, a perdonar, a crecer en la adversidad, a entregar la vida a fondo perdido y ponerse continuamente en el lugar del otro:

      El perdón de Bakhita.

      La fragua de la resiliencia.

      Unas monjas de cine.

      Una sombra de regalo.

      Pere Tarrés en el camino.

      III. Morado

      El color del Adviento, de la esperanza en medio de un tiempo de conversión y cambio. También el color de la Cuaresma, interpelación a ser más proféticos y más de Jesús, como monseñor Óscar Romero o tantos profetas anónimos de nuestro tiempo:

      El reloj del Adviento.

      Las ronchas de la Cuaresma.

      IV. Blanco

      Sacramentos con color: el blanco es la síntesis de todos los colores, de los que se hablan en este capítulo dedicado al sacramento del matrimonio.

      De Sánchez a Sanctus: el blanco resume la gama multicolor que se disfruta en el interior de la Basílica de la Sagrada Familia de Gaudí.

      Don Antonio: el blanco de los pastores de la Iglesia que sirven al Pueblo santo.

      Los anteojos del papa Francisco: el blanco de la Resurrección.

      V. Negro

      Viernes de Vía Crucis: Contemplamos la muerte de Cristo. El negro nos hace entrar de lleno en la realidad que más oscurece la existencia.

      Uba: En la vida de tantos inmigrantes que llegan a nuestro país en patera, este color define la dureza de la travesía y la incertidumbre de su futuro.

      VI. Amarillo

      Alas para alcanzar la Estrella: El color de las estrellas, el deseo de que nuestra vida no quede a ras de suelo sino que sepamos que tenemos una vocación más alta que no se nos puede olvidar con los vaivenes del día a día.

      El «Shambala» y las metáforas: En un día veraniego se descubren con facilidad imágenes que nos transportan cerca del sol.

      VII. Rojo

      De llegar a lo profundo de uno mismo, de la interioridad. El color del corazón, del amor y del amor más puro que es el de la Misericordia de Dios. Es también el color de la espiritualidad de los Sagrados Corazones de Jesús y de María que nos muestran el Amor entrañable de Dios.

      El laberinto.

      Jueves del ejemplo.

      Un amor interesado.

      Un músculo particular.

      Fuego, carne y bronce.

      La viga maestra de la Iglesia.

      VIII. Naranja

      El color naranja es el que dinamiza la creatividad, nos sorprende en medio de lo cotidiano, llamándonos a la acogida fraterna y a la amistad.

      De patinajes, armarios y radio.

      La ensalada y el dopaje.

      La amistad en el Prado.

      I. Verde

      Las orejas verdes de María

      «No esperes a que te toque el turno de