Fernando Cordero Morales

Orejas de colores


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      En una charla-taller que impartió en nuestra iglesia de los Sagrados Corazones de Barcelona, el dibujante Patxi Velasco Fano nos mostró una imagen de la Virgen María con las orejas verdes. Me quedé un tanto sorprendido porque, al contemplar el dibujo, sabía perfectamente que ese color chillón, que rompía la armonía del resto, no estaba allí por equivocación ni por una improvisada ocurrencia del artista. Sin embargo, he de confesar que no sabía el sentido que le había dado mi amigo malagueño al mismo.

      Como a Fano le encanta la pedagogía, nos recitó de memoria un poema de un escritor italiano de cuentos infantiles: Gianni Rodari. Los versos en cuestión llevan por título Un señor maduro con una oreja verde[4]:

      «Un día, en el expreso Soria-Monteverde, vi subir a un hombre con una oreja verde.

      Ya joven no era, sino maduro parecía,

      salvo la oreja, que verde seguía.

      Me cambié de sitio para estar a su lado

      y observar el fenómeno bien mirado.

      Le dije: «Señor, usted tiene ya cierta edad;

      dígame, esa oreja verde, ¿le es de alguna utilidad?».

      Me contestó amablemente: «Yo ya soy persona vieja,

      pues de joven solo tengo esta oreja.

      Es una oreja de niño que me sirve para oír

      cosas que los adultos nunca se paran a sentir:

      Oigo lo que los árboles dicen, lo que los pájaros cantan,

      las piedras, los ríos y las nubes que pasan».

      Así habló el señor de la oreja verde

      aquel día, en el expreso Soria-Monteverde».

      «Es una oreja de niño que me sirve para oír / cosas que los adultos nunca se paran a sentir». Es lo único que le queda sin arruga al buen señor. El verde evoca la vida, la juventud, la frescura. Una oreja que se mantiene verde para estar atenta al sonido de lo que, fácilmente, puede pasar desapercibido cuando los ruidos, la prisa y los intereses de lo urgente, nos llevan a entrar en la migraña del zumbido, cuando más que escuchar nos evadimos del presente.

      Aprender con orejas de niño, con ganas, haciéndose preguntas, balbuceando las respuestas… Hacernos oído para que los otros puedan decirnos algo y puedan «decirse» en un encuentro de calidad, de persona a persona, donde la escucha se hace bandera de intercambio. De esto sabe mucho María. Ella es la oyente de corazón. Escucha a Dios de corazón a Corazón. Solo se intuyen los latidos del Corazón de Dios en la escucha atenta de su Palabra. María, con las «orejas verdes», no una, sino las dos (y dicho sea con todos los respetos), nos muestra, como maestra, la importancia de la escucha al Misterio insondable que se hace visible, audible, en el llanto de un niño pequeño, en la voz del adolescente que busca el sentido de su existencia, en el joven carpintero que hace suyas las historias de su pueblo, en el hombre que sale por los caminos para anunciar al Padre eterno.

      Hay también otra María con las «orejas verdes». Ella habitó el hogar de Betania, junto a Lázaro y Marta. Especialista en escucha, supo rumiar en su vida el misterio de su mejor amigo: Jesús. María no fue una teórica de las relaciones interpersonales sino que las practicó desde la acogida sin prisas ni relojes. Como bien expresa Josep Otón, «escuchar a Jesús significa dejarse transformar por una amistad que se expresa a través del diálogo. Es más importante la relación entre los interlocutores que el contenido de la conversación»[5].

      Irá pasando el tiempo. Las arrugas nos irán surcando y se grabarán en nuestra piel. Sin embargo, no dejemos deteriorar nuestras «orejas verdes», al estilo de las de María de Nazaret, como las de Marta de Betania, como las de tantos que, a pesar de los años, el cansancio, el dolor, el sufrimiento y la enfermedad han seguido con sus pabellones auditivos jóvenes, porque nunca es tarde para escuchar, siempre es necesario a cualquier edad, en cualquier momento. La escucha es escuela de los discípulos de Jesús, de los amigos de María de Nazaret y de los ciudadanos de un mundo nuevo.

      Quiero siempre, Señor, unas orejas verdes,

      ni muy grandes ni muy pequeñas,

      me conformo con que sean en escucha diferentes.

      Que no se cansen de oír mil veces

      la historia del abuelo o vecino anciano,

      los achaques del enfermo asustado,

      las costumbres del inmigrante sin rumbo claro,

      los gritos de los niños que ponen a los mayores

      de color oscuro y semblante alborotado.

      Quiero, Señor,

      unas orejas con cierto parecido

      a las de María de Nazaret,

      Nuestra Señora de las Orejas Verdes:

      experta en atenciones al que tiene hambre y sed,

      al que se le pueda aguar la vida

      si no hay milagro de vino y mesa compartida.

      Quiero, Señor, vivir aunque sea un rato

      en la casa de Betania,

      para hacerme el oído a la música

      de María y de Marta,

      escuchar para servir y servir para vivir,

      porque por muy poco que esté de moda,

      lo nuestro es servir,

      con el delantal de la paciencia,

      la escoba de la entrega,

      la cazuela de la oración

      y el lavavajillas de la esperanza

      que, aunque muchas son las manchas,

      mayor es la gracia

      de Aquel que nos colocó dos orejas,

      para ser expertos en humanidad

      con olor a ovejas.

      Oportunidades

      «El pesimista siempre ve la dificultad en cada oportunidad,

      el optimista ve la oportunidad en cada dificultad».

      Winston Churchill

      Últimamente estoy experimentando que lo que puede ser una complicación, un obstáculo o una barrera quizá no sea nada más y nada menos que una auténtica posibilidad para abrir campos nuevos. La aproximación a la obra de Josep Otón me lo ha recordado. Su pensamiento es una sugerente oportunidad para vislumbrar posibilidades en nuestra secularizada sociedad. No todo es malo, ni hay que ponerlo bajo una nitzscheana sospecha. Lo que en principio puede ser problemático para la fe puede transformarse en oportunidad. Creo que esto es fundamental en pastoral: alentar una mirada esperanzada, abierta, global, fraterna… Eso fue precisamente lo que destacó el Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana[6]: «Nada de pesimismos; la globalización, la secularización y los nuevos escenarios de la sociedad, como las migraciones, incluso con las dificultades y sufrimientos que conllevan, deben ser oportunidades de evangelización».

      Rumiaba estos pensamientos mientras asistía a una de las citas de la XI Mostra de Cinema Espiritual en la Filmoteca de Cataluña. Proyectaron Philomena (2013), de Stephen Frears. Peio Sánchez, coordinador de la Mostra, y la profesora Claustre Solé, biblista en la Facultad de Teología, nos ofrecieron el contexto de la película y sus claves principales. Lo que podría haber sido una crítica aciaga a la Iglesia católica en la Irlanda de mediados del siglo pasado, se convierte en oportunidad para vislumbrar dónde están realmente las actitudes de perdón, redención, ternura, alegría… Una madre soltera a la que arrebataron hacía cincuenta años a su hijo nos brinda las actitudes de los que más cuentan para Jesús. Una mujer sencilla, con una historia dura como la de tantas vidas, nos habla con su ejemplo de lo que es encarnar el Evangelio y cómo la Palabra de Jesús se convierte en cauce de salvación, de renovación, de oportunidad para vivir al cien por cien.