Amy Blankenship

El Baile De La Luna: Libro Uno Dela Serie ”Lazos De Sangre”


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sus almas se fueron, los humanos no le servían; eran poco más que monstruos.

      Durante su vida eterna, Syn únicamente había encontrado tres humanos que retuvieron su alma... y se convirtieron en sus hijos. La única diferencia era que, una vez se habían convertido, el sol les quemaba. De modo que, tanto él como sus hijos, tenían que huir de la luz del día. Esto nunca había supuesto un problema en el planeta de Syn a causa del heliotropo.

      Los gruesos brazaletes que Syn llevaba puestos venían de su mundo y estaban hechos de heliotropo. Él confeccionó un anillo, un collar y un solo pendiente haciendo añicos uno de los brazaletes. Una vez más, Kane levantó la mano y tocó el pendiente.

      Mientras que el heliotropo le había dado una vida más o menos normal... el libro de hechizos de Syn había supuesto su perdición. Kane lo dejó a disposición de sus elegidos mientras dormía. Dentro se encontraba el hechizo maldito, una forma de sacrificar a los hijos sin alma en caso de que llegaran a suponer un peligro para los humanos.

      Como estaba bajo los efectos del hechizo maldito, Kane solo pudo observar desde sus oscuros ojos, sin parpadear, como su viejo amigo le echaba tierra por encima en su propia tumba. Lo último que recuerda es que vio el cielo lleno de estrellas por encima del bosque.

      La oscuridad lo consumió todo y se hizo el silencio. Estaba condenado por el hechizo, pero aun así podía sentir que había cosas deslizándose en la tierra y se acercaban a él. Minúsculas y mortales criaturas que evitaban comerse su cuerpo, pero inconscientemente mordían su alma.

      Con el paso del tiempo creyó volverse loco, empezaba a oír ruidos muy a menudo... voces. No le molestaba que le acompañaran en su prisión e, incluso, ansiaba oírlas más a menudo. En ocasiones oía familias al completo y otras veces solo escuchaba la voz de algunos adultos.

      A veces intentaba luchar contra el hechizo para pedir ayuda o para encontrar algún tipo de compañía. Estaba totalmente controlado por la magia que le arrebataba todo su poder. Conocía el hechizo... lo había usado contra algunas criaturas. Se trataba de un conjuro que requería de la sangre de alguien amado para liberar a quien se encontrara bajo sus efectos. Un hechizo de amor tan profundo que solo podía romperlo el alma gemela de la víctima.

      Siempre había funcionado con los vampiros sin alma porque, evidentemente, se necesita tener alma para poder llamar a otro “alma gemela”. Él mismo había usado el hechizo en más de una ocasión para hacer desaparecer de este mundo a sus demoníacos hermanos que no conocían nada más allá de la sed de sangre.

      Kane rio maliciosamente con el inquietante recuerdo de saber que estaba condenado... porque no tenía un alma gemela. De hecho, nunca se había conocido algo similar. Y si la hubiera tenido, entonces sería bastante improbable que ella decidiera simplemente tumbarse sobre su fosa mientras se desangra. Malachi tenía el corazón completamente destrozado... había amado tanto a su mujer que quería que Kane conociera la profundidad de un amor así y lo anhelara con todas sus fuerzas.

      Y así hizo. Él vertería lágrimas en más de una ocasión, rogando porque lo oyera cualquier dios, para que llegara su alma gemela y lo pudiera liberar. Si él hubiera asesinado a la mujer de su amigo, entonces habría sido un castigo justo. Pero él era totalmente inocente.

      Una noche, cuando ya hacía tiempo que había desterrado toda esperanza... lo oyó. El peculiar sonido de los gruñidos de Malachi interrumpieron bruscamente su absurdo monólogo interior, junto con otros gritos de furia animal. Después, y para su sorpresa, oyó la voz de una niña pequeña justo sobre su cabeza, que les gritaba para que no hicieran daño a su cachorrito.

      El sonido de su asustada y pequeña voz hizo que algo dentro de él se rompiera, algo que le hizo desear ser libre para poder protegerla de las bestias de la noche.

      ‘Malachi no hará daño a tu perrito, pequeña,’ Kane susurró mentalmente.

      Y era cierto. Malachi no haría daño a nadie, especialmente a un niño, a menos que le hubieran herido a él primero de algún modo. Sabiendo que su amigo estaba sobre su cabeza, Kane sintió como una chispa de vida volvía en él. Se llenó de ira cuando oyó a la niña gritar de nuevo y como algo aterrizaba de manera brusca en el suelo. Sangre... olió la sangre fresca recién derramada a través de la tierra blanda que se filtraba hacia donde él estaba.

      Fue lo más acogedor que jamás podría haberse encontrado. El aroma invadió su mente y casi lo vuelve aún más loco, ya que sabía que era incapaz de alcanzarla. Estaba tan débil por haber pasado tanto tiempo ya si un solo trago de sangre... muerto de sed y aun así sin poder morir del todo. Entonces sintió como uno de sus dedos se movía.

      Kane se concentró en aquel movimiento y focalizó su mente todo lo que pudo en intentar moverse. Sentía como pasaban los días, centrándose en el calor que le invadió y que vino de la tierra que tenía encima. El aroma de la sangre lo rodeaba por completo ahora, incitándole a seguir adelante. Al final, fue capaz de hacer funcionar sus brazos lentamente y empezó un lento proceso para poder abrirse paso y salir de su propia tumba.

      Pasaron más días y, cuando finalmente rompió la superficie, lloró literalmente de alegría. Cuando se quitó toda la tierra de encima, Kane abrió los ojos y miró hacia arriba, riendo de manera casi como un loco cuando vio el cielo oscuro lleno de estrellas sobre su cabeza. Cuando volvió a mirar al suelo, vio un trozo de tela con pequeñas gotas de sangre secas. Lo recogió y se lo acercó a la nariz inhalando el olor de la sangre que lo había liberado.

      Tiró del resto de su cuerpo para sacarlo de la tierra mientras apretaba con fuerza aquel pedazo de tela con restos de su salvador. Malachi y el cambiante que realmente mató a la mujer del jaguar yacían muertos a pocos metros de su tumba.

      Les echó un vistazo cuando pasó por delante de sus cuerpos. Sabía que la niña se había ido hacía tiempo ya, pero Kane estaba convencido de que ella era su alma gemela. ¿Quién más pudo haber roto el hechizo que le impuso Malachi?

      Demasiado débil como para ir en busca de la niña, Kane se arrastró hasta Malachi, con intención de tocar su mejilla una última vez. Al girar la cara hacia él, a Kane se le cortó la respiración por la confusión. Malachi llevaba puesto el pendiente de heliotropo. ¡Su pendiente!

      Tras un instante de ira y un movimiento demasiado rápido como para detectarlo, Kane tenía el pendiente en la mano. Le echó una mirada a Nataniel, el hombre que le había tendido una trampa, y después reunió toda la oscuridad a su alrededor como si fuera una capa y de desvaneció en la oscuridad.

      Kane abrió la boca y observó como el humo flotaba en el aire, ondulándose delante de él antes de desaparecer con la brisa. Había pasado los últimos diez años vagando de un país a otro, de un continente a otro, aprendiendo acerca de todo lo que se había perdido durante los treinta años pasó confinado en su particular cárcel.

      Poco a poco había ido reponiendo fuerzas. El primer paso lo dio con un pequeño cachorro Yorkshire blanco que encontró dentro de un árbol hueco de aquel bosque. Era la mascota de alguien y tenía remordimientos por hacer algo así, pero la necesidad que tenía de alimentarse era mayor que su culpa en aquel momento.

      Solo cuando terminó de alimentarse se dio cuenta de que el perrito pertenecía a la niña que lo había liberado. Sintió una chispa de vida en la pequeña bola de pelo y decidió hacer la cosa más horrible de todas. Se mordió la muñeca y forzó un par de gotas de sangre que cayeran en su lengua rosa. Después puso al perrito en el suelo preguntándose qué clase de locura estaba haciendo. Nunca funcionaría... ¿no?

      Ella le había salvado dos veces sin saberlo. El recuerdo de su voz asustada aún tenía el poder de sacarle de su sueño más profundo. Él desearía haberla visto... para tener aunque fuera un atisbo de la persona que acompañaba la voz que le atormentaba.

      Metió la mano en el bolsillo y sacó el pequeño collar de perro con una etiqueta en forma de hueso colgando. Ya sabía el nombre de la familia, pero la dirección ya no era válida... no lo había sido en años. Cuando al fin aprendió a utilizar un ordenador, buscó a los padres de la chica, pero habían muerto y la casa había sido vendida. La hija, él estaba seguro