Amy Blankenship

Ángel De Alas Negras


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un par de veces y luego se despertó de un salto, levantando la cabeza para mirar el reloj digital sobre la parte delantera del reproductor de DVD.

      Â¡Tres de la mañana! Ese último parpadeo había sido su perdición. Había estado dormida por más de una hora.

      Tenía la costumbre de quedarse despierta hasta saber que todos habían regresado a casa a salvo, así que comenzó rápidamente a contar cabezas. Intentó sentarse, pero se dio cuenta de que se encontraba atrapada entre el respaldo del sofá y Toya.

      Mirando hacia abajo, sus mejillas se encendieron. Su rostro estaba enterrado en la parte baja de su abdomen, y uno de sus brazos le rodeaba las caderas. ¿Cómo era que podía dormirse cuando se encontraba solo al otro lado de la habitación, y luego despertaba en las posiciones más extrañas junto a él? Era muy desconcertante. Si no hubiera estado profundamente dormido, lo habría empujado al piso.

      Kyoko puso los ojos en blanco al saber que había pensado lo mismo muchas veces, y hasta ahora… él nunca había caído al suelo.

      Su expresión se suavizó al ver su oscuro cabello con reflejos plateados. Se veía siempre tan dulce cuando dormía… realmente era una lástima que no pudieran mantenerlo dormido todo el tiempo. Sonrió burlonamente ante su propia broma. Pero qué diablos, era verdad. Toya, tan dulce y amoroso como secretamente era, solía ser el primero en pelear con ella.

      Levantándose sobre la parte trasera del sofá para no tener que gatear por encima de él, adoptó una posición firme y miró a su alrededor.

      Kyoko meneó la cabeza, preguntándose por qué se habrían hecho el hábito de dormir en esta gran sala de estar casi todas las noches, cuando todos tenían sus propias habitaciones con camas súper grandes. Mirando rápidamente a su alrededor, notó que todas las personas que había estado esperando ya habían llegado, excepto Kyou, lo cual era normal, y Tasuki, quien ella sabía que trabajaba en el turno nocturno esa semana.

      Con Kyou como jefe, supuso que era demasiado pedir que pasara tiempo con los policías, detectives privados y psíquicos que trabajaban para él.

      Un pensamiento malvadamente gracioso apareció en su cabeza, y sonrió. Si alguien hubiese estado despierto para verla, habría corrido espantado. Estos muchachos se habían burlado tanto de ella últimamente que Kyoko pensó que era hora de vengarse… por diez.

      En silencio caminó hacia donde estaba Shinbe, quien dormía sobre el sillón de dos plazas. Con cuidado extrajo el control remoto de la TV que de alguna manera había terminado sobre su regazo. Kyoko frenó en seco cuando Shinbe se movió y en sus sueños murmuró algo sobre una piel de conejo y jarabe de chocolate.

      Meneando la cabeza, Kyoko le quitó el control remoto y silenció el televisor.

      La adrenalina se disparó por todo su cuerpo, dándole una sensación de mareo. Una pequeña parte suya comenzó a sentirse mal, pero saltó ferozmente sobre ésta, hasta que esa parte de su conciencia fue callada a los golpes. Luego del incidente con la ropa interior de Kotaro, y del súbito deseo de Toya de correr por los salones hacia su habitación… se merecían esto.

      Además, la consideraban como la niña del grupo. Siempre tenía que pelearse con ellos para poder hacer cualquiera de los trabajos paranormales más pesados.

      Su único poder real era el hecho de que, a veces, cuando tocaba algo o a alguien, recibía visiones del pasado que le ayudaban a resolver los casos. Sin embargo, esto no siempre funcionaba. No podía simplemente acercarse a un demonio, tocarlo, y saber si éste iba por ahí matando personas.

      Quizás si los sobresaltaba a todos al mismo tiempo, probaría que no se dejaba intimidar. Además…la venganza era dulce.

      Con el televisor aun en silencio, Kyoko puso el volumen al máximo. Había una parte de la película que la hacía encogerse de miedo siempre que la veía. Entonces, rebobinó hasta esa parte… la parte en donde toda la habitación comenzaba a reírse del protagonista con las voces más demenciales.

      Escabulléndose hacia la puerta, la abrió y dio un solo paso hacia el vestíbulo antes de voltearse y sonreír ante la pacífica escena. Presionando el botón de silenciar una vez más, Kyoko arrojó el control remoto en dirección al sofá y corrió como loca.

      El fuerte ruido sobrecogió a todos, moviéndolos a actuar, y creando así un efecto dominó que haría reír por semanas a todo aquél que lo hubiera presenciado desde afuera.

      Kotaro fue el primero en reaccionar. Estaba sentado en uno de los sillones reclinables, soñando con un cierto ángel de cabello rojizo, cuando se vio envuelto por aquella estrepitosa y desagradable risa. Se paró de un salto, sacando al mismo tiempo su Beretta y disparando al televisor. Siendo un oficial de las fuerzas policiales locales, fue el instinto lo que lo hizo reaccionar tan rápido.

      Yohji, el socio de Kotaro en la comisaría, estaba sentado en otro sillón. El ruido lo hizo saltar, lo cual a su vez hizo que el sillón reclinable se volteara hacia atrás. Se irguió en menos de un segundo, usando el sillón reclinable como escudo, y apuntando su pistola hacia los restos del televisor.

      Shinbe se paró de un salto gritando algo acerca de abandonar el barco, Kyoko y los pervertidos primero. Parpadeó, despertando de su sueño y adentrándose en lo que podía llamarse una pesadilla. Inclinó su cabeza mirando hacia el televisor.

      Debido a la posición precaria de Toya en el sofá, éste se había caído del borde, aterrizando encima de Kamui, quien dormía la siesta echado sobre el suelo con un ordenador portátil abierto en frente suyo. La cara de Kamui golpeó contra el teclado, y los pies de Toya chocaron contra la pantalla, destruyendo completamente el aparato.

      â€œÂ¿Qué diablos, Kotaro?”, reclamó Toya.

      â€œÂ¡Saca tu cara de mi trasero!”, chilló Kamui, y dando un salto arrojó a Toya al suelo.

      Shinbe se frotó la nuca, agradeciendo a cualquier dios que escuchara que nadie lo había oído.

      Yohji se levantó lentamente y colocó su PPK dentro la funda, frunciendo el ceño al ver el televisor en llamas. “Le disparaste al televisor otra vez”, masculló. “¿No es el segundo este año?”. Miró furiosamente al televisor y agregó: “Y creo que se está riendo de ti”.

      Kotaro, por su parte, miraba fijamente el televisor roto que todavía resonaba con la malvada risa, aun cuando la pantalla estaba destrozada. La expresión de su rostro era de completa sorpresa, y miró hacia la Beretta que tenía en la mano antes de enfundarla muy lentamente. Advirtió unas luces parpadeantes, por lo que miró detrás suyo y vio a Suki que tomaba fotos con su teléfono celular.

      â€œTres intentos para saber quién hizo esto”, exclamó Toya corriendo como loco hacia la puerta.

      â€œÂ¡No la mates!”, gritó Kamui corriendo tras él. “Déjamela a mí”.

      Kotaro no se movía, todavía miraba el televisor. Shinbe corrió tras Toya y Kamui con la resuelta intención de ‘rescatar’ a Kyoko de la venganza de Toya.

      â€œÂ¡No temas, Kyoko, yo te protegeré!”, exclamó Shinbe mientras corría por el vestíbulo.

      Yuuhi, un pequeño niño albino, extrajo los tapones de sus oídos. “Te lo dije”, susurró con una voz sin emoción que tenía un tinte escalofriante.

      Amni, que estaba sentado al lado del niño sobre el mismo sofá de dos plazas que Shinbe recién había abandonado, sonrió luego de quitarse sus tapones