Amy Blankenship

Ángel De Alas Negras


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      â€œÂ¿De qué me perdí?”, preguntó Tasuki mientras caminaba lentamente a través de la puerta, contento de dejar de trabajar por esa noche.

      â€œToya va a matar a Kyoko”, dijo Amni con una voz ominosa, como si estuviera presenciando una horrible visión. Luego estalló de risa cuando Tasuki corrió fuera de la habitación tan rápidamente que generó una brisa.

      Kotaro elevó una ceja mirando a Amni, “¿Alguna vez te dijeron que tienes un lado malvado?”.

      Amni se encogió de hombros. “No quería que se sintiera dejado de lado”.

      *****

      Darious se inclinó contra la pared de ladrillos, y obtuvo una impresión de la ciudad. Los sonidos y los olores de tantos seres humanos se veían distorsionados por los ecos demoníacos que nadie más notaba. Incluso podía sentir sombras que no pertenecían a la luz del día, pero conservaba la calma para mantener sus poderes ocultos por un tiempo.

      Hacía mucho tiempo había aprendido que sus estados de ánimo ejercían un efecto sobre el clima y, hasta ahora, el cielo estaba despejado y la temperatura era perfecta. Era mediodía y él buscaba la luz del sol, más aun que la soledad. Parecía que estaba obteniendo ambas.

      Darious sonrió burlonamente mientras observaba a los humanos. Se mantenían tan cerca del borde de la amplia acera, que un solo paso en falso los arrojaría en medio de un intenso tráfico.

      Estaba acostumbrado a que las personas dejaran un amplio arco vacío alrededor suyo, pero ya no le importaba… no es que alguna vez realmente le hubiera importado. Podría haberles hecho un favor a todos y solo permanecer invisible, pero ser igual a un fantasma todo el tiempo ya lo estaba poniendo nervioso. El único motivo por el que se encontraba en medio de una población tan densa era porque había seguido el olor de tantos demonios hasta ese lugar.

      Todavía estaba intentando averiguar por qué este lugar se había convertido en el centro de interés de los demonios. Era tan abarrotado, ruidoso y sucio, que casi entendió por qué los demonios eligieron este lugar, pero eso no significaba que a él tuviera que gustarle. Había evitado lo más posible las zonas muy pobladas, ya que hace mucho había aprendido que lugares así producen el peor tipo de seres humanos. Algunos de ellos eran casi tan malvados como los demonios a los que perseguía.

      A través de los milenios había matado incontables demonios… pero los más fuertes y rápidos de ellos se habían dispersado y permanecían escondidos, mientras que él se ocupaba de matar a los más débiles. Todas esas pistas parecían converger aquí… en esta ciudad.

      Sus pensamientos se oscurecieron al saber que los demonios jefes ahora conspiraban juntos, creyendo equivocadamente que su ejército, mezclado con tantos seres humanos, sería capaz de derrotarlo. Esconderse entre los humanos no les ayudaría. Sus auras se le aparecían como faros, con un aspecto más similar a unas sombras distorsionadas que a seres vivos reales.

      Los ojos de Darious se oscurecieron al pensar en esto. Si tenía que destruir la ciudad y a todos los humanos en ella, así sería. No les debía nada a los mortales. Además, ellos sabían acerca de los demonios, y tan solo decidieron ignorar ese hecho. Todas las películas de terror eran la prueba, aunque ellos las consideraban ficción. De manera ignorante, habían olvidado que todas las leyendas humanas están basadas en cierto grado de realidad.

      Esta era la noche de los demonios… los humanos la llamaban Halloween. Durante esta noche, las personas ignoraban lo que estaba justo frente a ellos. Supuso que ese era uno de los motivos por los cuales los humanos se disfrazaban de monstruos una vez por año… para no ser reconocidos por lo real. Qué ignorante se había vuelto la raza humana.

      Con su aguda vista, Darious miró a través de la calle bulliciosa hacia adentro de las ventanas de vidrio de los altos edificios, y advirtió su propio reflejo. Sus ojos se entornaron, preguntándose qué verían los demás cuando lo miraban, que hacía que arrastraran a sus hijos al otro lado de la calle.

      Acaso verían su propia falta de conocimiento, su miedo, o quizás era una provocación a su asumida ignorancia. Ellos querían permanecer inconscientes de los verdaderos peligros del mundo. Él estaba aquí para salvarlos, pero lo trataban como si fuera un demonio. Solo los inocentes captaban y devolvían su mirada por momentos… los niños, mientras sus padres los arrastraban lejos de allí.

      *****

      Kyoko estaba parada en la recepción, contenta de que Suki fuese la única persona que se encontraba allí. Rio nerviosamente mientras preparaba su primera taza de café. Sabía que los chicos se vengarían por lo que les había hecho la noche anterior. Tragó, recordando los golpes en el piso debido al fuerte ruido, y cómo había corrido por el vestíbulo intentando llegar a su habitación antes de que la alcanzaran.

      Había oído a Toya corriendo tras ella, gritándole todas las obscenidades posibles. Ambos sabían que si realmente la hubiera alcanzado, no la habría lastimado.

      En su precipitada carrera hacia un lugar seguro, había doblado la esquina y vio a Kyou parado en el umbral de su puerta. Vestía pantalones de seda color negro como la noche, que colgaban peligrosamente debajo de sus caderas, con su cabello plateado luciendo perfecto, aun a mitad de la noche. Fueron sus ojos lo que casi lograron que diera la vuelta y huyera en el sentido opuesto. Eran del color del oro fundido, ardientes, y directamente fijos en ella a medida que corría frente a él y hacia su habitación.

      Kyoko atravesó la puerta y dio un alarido cuando vio a Toya que corría disparado hacia ella. Justo en el momento que cerraba la puerta de un portazo, podría haber jurado que vio cómo Kyou movía su pie unos pocos centímetros, haciendo que Toya tropezara y cayera boca abajo.

      Ahora podía sonreír cuando pensaba en ello.

      Le había confiado su vida a Kyou, quien parecía cuidar de todos los que vivían y trabajaban en el edificio. Sabía muy poco acerca de él, pero al mismo tiempo sentía que lo conocía tan íntimamente que a menudo la hacía sonrojarse.

      Los únicos datos que aparentemente conocía eran que parecía tener más dinero que un dios, y se aseguraba de que todos tuvieran más que lo necesario. Además tenía una misteriosa forma de saber qué casos paranormales asignarles, y qué armas necesitarían. Era el hermano mayor de varias de las personas que trabajaban allí… aunque nunca llegó a averiguar sus edades.

      Toya era el segundo. Su cabello era color ébano con reflejos plateados iguales a los de Kyou. Al igual que todos los hermanos, tenía un cuerpo digno de promocionarse en publicidades de ropa interior. Tú sabes… el tipo de cuerpo que hace que una muchacha se detenga para mirarlo.

      En casi todos los trabajos asignados a ella, Toya había sido su socio, y había llegado a quererlo mucho por eso. ¿Cómo podía no quererlo cuando la había salvado incontables veces de aquellos monstruos que las personas normales no tenían ni idea que existían? De muchas formas, Toya era lo más cercano a un héroe para ella.

      El hermano que seguía en la línea era Shinbe, con cabello largo del color de la noche y ojos amatista. Parecía ser el enigma del grupo, siempre actuando como un pervertido, y con su sentido del humor que a menudo la hacía echarse al piso de la risa. Pero había veces en que se volvía tremendamente serio. En esas ocasiones, nadie en el grupo lo daba por sentado.

      El cuarto hermano, Kotaro, era detective de las fuerzas policiales y se encargaba de los casos que desconcertaban a las autoridades locales. Tenía cabello largo color ébano y ojos de un color azul helado capaces de quitar el aliento. Mientras que el resto de los policías daban vueltas buscando un sospechoso humano, el pequeño