Andrés Vázquez de Prada

El Fundador del Opus Dei. I. ¡Señor, que vea!


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carrera, ¡es un apostolado! —Así lo siento. Y he querido ponerlo en estas notas, para que, con la ayuda del Señor, jamás se me olvide la diferencia indicada 127.

      Volviendo pasos atrás en esta historia, se comprende mejor la reacción de don José, que, conociendo al muchacho y sus ardores juveniles, le aconsejaba prudencia y reflexión: hijo mío, piénsalo bien —le decía—. Es muy duro no tener casa, no tener hogar, no tener un amor en la tierra. Piénsalo un poco más, pero yo no me opondré 128.

      La noticia, dada así, de sopetón, con los cambios y reajustes que obligaba a hacer en el hogar y, sobre todo, percibir el ideal deslumbrante de que parecía infundido el hijo, arrancaron a don José dos emotivas lágrimas. También él tuvo que vencerse interiormente y tomar una decisión: yo no me opondré . Tal vez pensara en los heroicos sacrificios que la perseverancia en ese camino de santidad demandaría al hijo. De todos modos, el caballero no alcanzó a ver en este mundo la ordenación sacerdotal de Josemaría.

      Pasaron los años y el 23 de enero de 1929, en Madrid, junto al lecho de una moribunda con santidad de vida, Josemaría le daba este encargo: ¡Si no he de ser un sacerdote, no bueno, ¡santo!, di a Jesús que me lleve cuanto antes! 129.

      * * *

      Todo parecía indicar que el sitio más a propósito para estudiar Derecho, tal como había sugerido don José, era Zaragoza. En Zaragoza vivían también algunos hermanos de doña Dolores: Mauricio, casado con la tía Mercedes; Carlos, que era canónigo arcediano de la catedral; y con él, Candelaria, ya viuda, con su hija Manolita Lafuente. En Zaragoza había una Universidad Pontificia y una Universidad Civil. Hasta la distancia y buenas comunicaciones con Logroño parecían señalar a Zaragoza como el lugar más indicado para hacer estudios eclesiásticos y civiles.

      La posibilidad y condiciones del traslado de Logroño al seminario de Zaragoza había ido madurando durante 1919, por lo que cuenta la baronesa de Valdeolivos. Su relato tiene por escenario la estancia veraniega de los Escrivá, que habían ido, como otros años, a descansar en Fonz: «Algún verano después, posiblemente en el verano de 1919, vino D. José —padre de Josemaría— a Fonz, a ver a sus hermanos. Traía fotos de sus hijos: de Santiago, que acababa de nacer, de Carmen y de Josemaría. Nos las enseñaba muy orgulloso de sus hijos [...]. Después, señalando a Josemaría dijo pensativo: Este me ha dicho que quiere ser sacerdote, pero a la vez va a estudiar para abogado. Nos costará un poco de sacrificio...» 130. Indudablemente, costear estudios fuera de Logroño era un sacrificio económico que recaía sobre toda la familia. De todos modos, era evidente que el anterior empeño de Josemaría por hacerse arquitecto, en Barcelona o en Madrid, hubiera supuesto un mayor gravamen.

      Avanzado el curso, Josemaría manifestó sus intenciones al Rector del seminario. El cual, conociendo las cualidades intelectuales del alumno y su buena disposición vocacional, le prestó su apoyo. Luego, en la primera mitad de junio de 1920, y posiblemente por mediación de su tío Carlos, a quien la madre pediría que se interesase por su sobrino, consiguió del Cardenal Arzobispo de Zaragoza la eventual incardinación en su archidiócesis.

      El siguiente paso fue solicitar el exeat para trasladarse de Logroño a Zaragoza, y continuar allí sus estudios eclesiásticos. Elevó, pues, una instancia al Obispo de Calahorra y la Calzada al objeto de obtener la excardinación 131. Petición que se le concede, previo informe favorable del Rector del seminario de Logroño en los términos, ya conocidos, de «muchacho de muy buena disposición y de muy buen espíritu» 132. Con lo cual pasó a depender del Cardenal Arzobispo de Zaragoza, según consta en el “Libro de Decretos Arzobispales” , donde, con fecha de 19-VII-1920, se registra la siguiente entrada: — «Dn. José María Escrivá Albás. — Letras de incardinación en este Arzobispado, a su favor» 133.

      Con fecha del 28 de septiembre de 1920 hay otro conciso asiento, en virtud del cual el Cardenal Arzobispo da permiso al alumno para ingresar en el seminario de San Francisco de Paula 134. Comienza así una nueva etapa en la vida del seminarista.

       Capítulo 3

      1 Martín Sambeat, Sum. 5679. Josemaría, con sus trece años, era entonces «un chico bastante alto, fuerte, que llevaba medias altas, hasta la rodilla, y pantalón corto, como todos los de su edad en aquella época [...]; sereno, amable, inteligente» (cfr. María del Carmen Otal, AGP, RHF, T-05080, p. 1).

      2 En el sistema de enseñanza “colegiada” , como ya se ha dicho, se cursaban estudios fuera de los Institutos Oficiales del Estado y los alumnos privados acudían, a final de curso, para ser examinados por los catedráticos de los Institutos. Se solía presentar una lista de los alumnos con un juicio indicativo de la calificación que merecía según sus profesores. En la lista presentada por los Escolapios, Josemaría figuraba a la cabeza del curso. Cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 37; y Apéndice VIII.

      3 Cfr. Francisco Botella, Sum. 5608; Pedro Casciaro, Sum. 6331; Santiago Escrivá de Balaguer y Albás, PM, f. 1297.

      4 Cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 64.

      5 «La familia quedó muy mal y mi abuela —refiere la baronesa de Valdeolivos— les prestó alguna ayuda y les compró la casa, si bien la familia continuó viviendo en la casa hasta que se trasladó a Logroño» (María del Carmen de Otal Martí, Sum. 5988).

      6 Esperanza Corrales, AGP, RHF, T-08203, p. 6; y Álvaro del Portillo, Sum. 69.

      7 Cfr. S. Lalueza: Martirio de la Iglesia en Barbastro, ed. Obispado de Barbastro, Barbastro 1989, pp. 172; G. Campo Villegas, C.M.F.: Esta es nuestra sangre (51 claretianos mártires, Barbastro 1936), Public. claretianas, Madrid 1990, pp. 380; Vicente Cárcel Orti: La persecución religiosa en España durante la segunda república (1931-1939), Rialp, Madrid 1990; A. Montero: Historia de la persecución religiosa en España. 1936-1939, Madrid 1961, pp. 209-223, 763 y ss.; AA. VV.: Diccionario de Historia Eclesiástica de España, ob. cit.,vol. I, p. 185.

      8 En el art. 5 del Concordato de 1851, como ya se ha dicho, se establecía la supresión de la diócesis de Barbastro, anexionándola a la de Huesca. Sin embargo, el curso histórico del Concordato de 1851 de España con la Santa Sede fue muy accidentado; y gran parte de los artículos concordados no llegaron a implantarse o tener ejecución. Durante largos periodos el Concordato quedó paralizado. Se llegaron a romper las relaciones con la Santa Sede en la 1ª República Española (1873-1874), y a echar por tierra los fundamentos jurídicos del Concordato en la 2ª República (1931-1936); pero con todo, no fue formalmente denunciado. Con los Convenios de 1946 el Estado Español trató de renovar algunas de sus disposiciones, hasta que se negocia el Concordato de 1953. Cfr. S. López Novoa, ob. cit., vol. I, pp. 233 y siguientes; AA. VV., Diccionario de Historia..., ob. cit., vol. I, pp. 581-595.

      Atestigua Martín Sambeat: «Las relaciones del Fundador y del Opus Dei con el Nuncio en España creo eran muy buenas, pues cuando se trató de suprimir la diócesis de Barbastro, interesándonos nosotros quién podía tener algo de influencia en la Nunciatura, que se interesase para evitar el golpe de la supresión, convinimos en que monseñor Escrivá de Balaguer era una de estas personas» (Martín Sambeat, Sum. 5682; cfr. también Florencio Sánchez Bella, Sum. 7495).

      El Fundador tenía por costumbre no hacer recomendaciones, salvo que se tratase del bien de sus paisanos, como cuando se quiso suprimir la diócesis de Barbastro, en que acudió al Nuncio en 1945, y luego a la Santa Sede, e incluso al Santo Padre Pablo VI (cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 1448).

      En carta de noviembre de 1970, escribía así el Fundador al Alcalde de Barbastro: Por la carga exclusivamente espiritual que el Señor me ha encomendado, mi regla de conducta ha consistido siempre en no hacer jamás ninguna recomendación, excepto cuando se trata de algún asunto relacionado con mi queridísima ciudad de Barbastro o con su comarca. Estoy convencido de que actuando así, cumplo con mi deber de sacerdote y de barbastrino (cfr. Carta a Manuel Gómez Padrós, Roma; EF-701113-1).

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