Juan Valera

A vuela pluma: colección de artículos literarios y políticos


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      En la lengua cóptica se contaban muchos dialectos y habían entrado palabras extrañas, ya del griego, ya del latín, ya del árabe. Se empleaba el alfabeto griego, con la adición de algunos signos para expresar sonidos que con las letras griegas no podían expresarse.

      Paciencia será menester para descifrar los cuatro mil manuscritos cópticos de que hemos hablado, y de los cuales sólo una vigésima parte explica el Catálogo. Hay cartas particulares y de negocios, cuentas, recibos, vidas de santos, la epístola del rey Abgar de Edesa á Jesucristo, y la contestación de éste, homilías, plegarias y evocaciones de varios linajes de seres sobrenaturales; del demonio Tamsari, del gran querubín Asaror, de los espíritus de los patriarcas Adán, Noé y Matusalén, y del ángel Chrufos.

      Posible es que de tamaño caos, después de estudiar mucho y devanarse los sesos, saquen los sabios alguna luz para la historia de las supersticiones, ritos, doctrinas, cultura y modos de vivir, en los tiempos más obscuros, sobre todo para la Europa latina, ó sea desde el siglo v al x.

      En la sala segunda están expuestos los manuscritos griegos, que son los más lujosos, elegantes y de mejor gusto artístico. Los hay con dibujos y letras de varios colores, y de plata y de oro. Todos son enrollados y no en la forma moderna del libro. También estos manuscritos son los más interesantes para la historia, porque, ya son ejemplo único ó casi único de algo, ó ya dilucidan puntos obscuros, que á la mayoría de la gente no les importan nada, pero que llenan de entusiasmo á los historiadores y arqueólogos y hacen que prorrumpan en el eureka de Arquímedes. Brillante ejemplo del primer caso presta el pedazo de papiro señalado con el número 531, donde se lee un coro del Orestes de Eurípides, con la música con que se cantaba, y también con la música instrumental del acompañamiento. Este papiro es casi contemporáneo del nacimiento de Jesucristo: debe de tener mil novecientos años de antigüedad.

      Yo no sé en qué consiste, ni me parece que el Sr. Wessely lo explica, pero lo cierto es, que, fuera de este coro con música y quizá de algún otro papiro, conteniendo amuletos, conjuros ó fragmentos literarios y sin fecha cierta, no hay entre todos los papiros griegos descritos uno solo anterior á la Era cristiana. Los más antiguos son de fines del primer siglo de dicha Era, esto es, cuando ya la dominación helénica y su cultura y sus letras prevalecían en Egipto hacía cuatrocientos años.

      Desde el de 83 hasta el de 735 ó dígase mucho después de la conquista de Egipto por los árabes, que tuvo lugar en 642, hay papiros griegos en la colección del Archiduque. La cultura helénica persistió después de dicha conquista. En todo, duró en Egipto más de mil años.

      Las noticias de la vida pública y privada que contienen estos papiros, son en extremo curiosas y pueden producir al que las recoja una abundante cosecha de datos para la historia y para las ciencias auxiliares de ella, como la cronología, la lingüística, la arqueología y la economía social. Así, v. gr.: un papiro de la colección es el único documento escrito del reinado de noventa días de los emperadores Pupieno y Balbino. En otro papiro se declaran los títulos de la reina de Palmira, Zenobia, y de su hijo, que reinó á par de ella, y que se llamaba y titulaba Aurelio Septimio Vabalato Atenodoro, vir clarissimus, Rex, Imperator, dux Romanorum. Otros papiros dan muestra de la decadencia literaria, de la corrupción que se fué introduciendo en el idioma, del mayor número de extravagancias, supersticiones y tristezas que conturbaron los espíritus, de la poderosa reorganización del imperio por Diocleciano y Constantino, del triunfo de la religión cristiana, y de la vergüenza de la universal bancarrota del Estado y del rebajamiento en la ley de la moneda.

      Todo esto lo ve sin duda pasar ante sus ojos, como si estuviera viviendo entonces, el que sabe leer los papiros y los lee. A veces conoce, no ya la vida de una sola persona, sino la historia de toda la familia y de sus bienes de fortuna durante algunas generaciones. En un contrato de compra y venta en el año de 268, vemos á la rica y joven viuda Priscila comprando una bonita esclava en la flor de su edad, y pagando por ella cinco mil dracmas. Como ya la muchacha había pertenecido á un oficial de caballería, llamado Aurelio Coluto, no es muy de creer que su inocencia inmaculada entrase por mucho en tan subido precio. La señora Priscila debía de ser caprichosa y vivir con lujo y aparato. Su hermosa casa estaba en la Calle del Castillo del Occidente, en la ciudad de Hermópolis. Pero no hay bien ni mal que dure cien años. La señora Priscila tenía un hijo llamado Aurelio Nicon Aniceto, que fué del Ayuntamiento, y que no sabemos cómo administraría la fortuna comunal, pero sí que administró tan mal la propia, que tuvo que empeñarse y hasta que hipotecar la casa de la Calle del Castillo del Occidente. Tomó prestados sobre esta hipoteca: primero, cuatro mil doscientos dracmas; al año siguiente, mil quinientos más; otro año después, mil doscientos, y todavía otros mil quinientos dracmas, un año más tarde. El resultado natural fué que tuvo que vender la casa, poco tiempo después, á la señora Aurelia Serapias, hija de Trimoros, de quien yo sospecho que era un usurero terrible. La señora Aurelia Serapias había de parecerse mucho á su padre, y sólo dió por la casa tres mil dracmas sobre lo que ya había prestado. Es casi seguro que la casa estaría apreciada, en número redondo, en dos talentos, ó sea doce mil dracmas; de suerte que, al dar los tres mil y cobrarse lo prestado, la señora Aurelia Serapias todavía tuvo un beneficio de seiscientos dracmas lo menos.

      Raros son los papiros que no contienen noticias lastimosas; pero, al fin, algunas hay alegres también. Pondré por caso la certificación, expedida por un juez de los juegos olímpicos, de que Horión ha alcanzado la victoria y ha sido coronado á son de trompetas. La certificación es del tiempo del emperador Galieno y se dirige al Ayuntamiento de Hermópolis para que honre, como debe, al referido Horión, natural de dicha ciudad. A los vencedores en los juegos se les concedían no pocos privilegios y distinciones, exención de ciertos tributos y hasta pensiones, á veces.

      La serie de documentos es larga, y sería prolijo, para un artículo, detenerse más en dar cuenta de ellos. Los que más abundan son los contratos entre particulares y los escritos relativos al cobro de las contribuciones, las cuales eran en dinero, en toda clase de cereales, viandas y frutos, y hasta en equipo para los militares. La corrupción de los que recaudaban, las vejaciones que imponían, el susto que les entraba cuando había visita de inspección, y la creciente pobreza y opresión del pueblo, todo se refleja en los papiros como en un espejo. La sociedad hubo de hacerse tan insufrible para la mayoría de los hombres, que se comprende la manía que se apoderó de muchos de huir de las ciudades y de retirarse á los yermos á hacer vida de anacoretas.

      El pueblo egipcio debía de estar cada día más humillado por sus sucesivos dominadores, de todos los cuales iban quedando descendientes con privilegios como hombres de raza superior, formando colonias militares y constituyendo, á modo de un ejército de reserva, para sostener el gobierno central, primero de los Ptolomeos, y después de los Césares. En los papiros se ven á cada instante las huellas de estas clases privilegiadas. Ellas acaso ayudarían á las legiones romanas para defender el Egipto, aunque en vano, primero contra los persas, y contra los árabes después.

      La dominación persa no hubo de durar más de dos ó tres años. Sin embargo, la colección del Archiduque Raniero encierra centenares de documentos que atestiguan esta dominación, la cual terminó sin duda en tiempo del emperador Heraclio.

      De los manuscritos péhlvis no da la guía de la Exposición traducción ni cuenta, disculpándose los autores con la dificultad que ofrece la inteligencia de este idioma, del cual, según se hablaba en tiempo